KEMPES
MI DEBUT MUNDIAL
      A-    A    A+


Por: Mario Alberto Kempes.
Ex Jugador Selección Argentina 1974,1978,1982.
Campeón Mundial y mejor jugador Argentina 1978
Jugador de Valencia FC, Director Técnico, Comentarista y analista de Fútbol
Instagram: 
@mario.kempes78


En vista de los acontecimientos maravillosos que vienen en camino , como son la Copa América en los Estados Unidos, la Eurocopa de Naciones en Alemania, también tendremos los Juegos Olímpicos de París y , por supuesto su torneo de fútbol, tres eventos que nos darán una verdadera fiesta del balompié mundial . La Copa América comienza el 20 de junio y la Eurocopa el 14 del mismo mes y, la coincidencia que ambas jugaran su partido final el 14 de julio ; ya en mis próximas columnas escribiré mis opiniones de lo que aprecie en estos magnos eventos ; por esa razón en esta columna de la V Edición de 325 Magazine, he querido hacer una retrospectiva de mi carrera y resaltar mis sentimientos a los 19 años, cuando comencé profesionalmente en el fútbol de mi país, el salto a esa edad a la selección nacional argentina . Todo está descrito en mi autobiografía y he querido compartirlas con ustedes, mis queridos lectores.

Les confieso que a los 19 años, no tenía idea de lo que significaba la Copa del Mundo. Jamás había visto un partido mundialista por televisión y solamente había escuchado algo por la radio cuando se realizó el torneo de Inglaterra 1966, mientras colaboraba con mi papá en la preparación de los cimientos para la construcción de la casa de la calle Pío Angulo. De lo que pasó en México 1970, ni me enteré, probablemente porque Argentina no se clasificó. Créase o no, mi primer encuentro mundialista lo viví desde adentro, como futbolista, y no como espectador.

Una rareza que hoy sería poco menos que imposible por la enorme trascendencia que adquirió la competición y la super abundancia tecnológica volcada a los medios de comunicación, Internet incluida.

Mientras se desarrollaban el Campeonato Metropolitano y la Copa Libertadores de 1974, fui citado por primera vez para integrar la selección «mayor» de Argentina. Honestamente, esta convocatoria no me provocó una alegría desbordante.

Kempes con el uniforme de Córdoba

Aunque la Asociación del Fútbol Argentino había despedido al discutido Enrique Omar Sivori y contratado un triunvirato conformado por Vladislado Cap, José Varacka y Victor Rodriguez, las cicatrices del equipo «fantasma» no habían cerrado. Cuando comenté la noticia a mis compañeros, varios de ellos se quejaron de que, durante otras gestiones, ya habían sido convocados muchos futbolistas de Central y la mayoría había ido para nada, no había jugado nunca.
 
El grupo estaba haciendo las cosas muy bien, avanzaba con firmeza en el torneo local y no podia darse el lujo de perder piezas. Uno de los muchachos me sugirió que hablara con los técnicos: “ Si te ofrecen ser titular, quédate. Si no, te volvés y jugáis con nosotros». Me pareció razonable.

Un lunes de febrero por la mañana viajé junto a un dirigente a Estancia Chica, un inmueble situado en las afueras de la ciudad de La Plata que ya conocía, por haberme concentrado allí antes de partir hacia Jujuy, para adaptarme a la altura con la «selección Fantasma» que enfrentó a Bolivia en La Paz durante las eliminatorias del Mundial de Alemania Federal. Iba un poco preocupado por lo que había ocurrido en el estadio Hernando Siles con los pibes «borrados» a último momento por el Cabezón Sívori y, también porque los consejos de mis camaradas «canallas» me comían la cabeza. Incorporarse a la Selección significaba un esfuerzo enorme para alguien que no vivía en La Plata o Buenos Aires, distante apenas cincuenta kilómetros de la base de operaciones. Yo debía viajar mucho y estaba convencido de que, con mis 19 años y escaso rodaje en Primera, no me iban a tener en cuenta al momento de integrar el primer equipo.
 
Llegamos a Estancia Chica, bajé del automóvil y me reuní de inmediato con los tres entrenadores a cargo del equipo nacional. «Si ustedes me dan la posibilidad de ser titular, yo me quedo; si no me garantizan un lugar en el equipo, prefiero volverme», les planteé sin preámbulos. Fui al grano, sin rodeos. Los técnicos se miraron, sorprendidos por mi arrogante posición. Cap contestó con el unánime acuerdo de sus dos colegas: «No, de ninguna manera. No podemos Garantizarle nada». ¿Qué iban a decir? Tenían toda la razón del mundo. Aparte, yo no había jugado munca en la selección mayor. Había actuado en un partido de Eliminatoria si, pero como integrante de un equipo sustancialmente juvenil.
 
“Entonces” -les manifesté-~, “prefiero volverme a Rosario”.
“Muy bien , como usted prefiera”.
Nos saludamos con mucho respeto y regresé al coche. Había resuelto tan rápido el asunto que el directivo no había tenido tiempo de buscar un lugar en el estacionamiento y bajarse.
-Mario, ¿qué pasó? -me interrogó sorprendido.
-Nada. Les dije esto y me contestaron lo otro.
-¡Pero vos estás loco, cómo les vas a decir eso? - me reprochó mientras ponía en marcha el vehículo para retornar a la ciudad santafesina.

Mientras el auto avanzaba por la ruta hacia el norte, el directivo siguió con su discurso admonitorio.
-Vos recién empezás, esta es una gran oportunidad.
-No le dan mucha bola al interior -repliqué. Si bien RoSario era una de las mayores urbes del fútbol argentino, no dejaba de pertenecer a «el interior» para una actividad centralizada en la ciudad de Buenos Aires y su conurbano, sede de los equipos más importantes.
-Puede ser. Es verdad que la mira está puesta en los clubes “grandes». Pero esto es lindo, una experiencia única.
Poco a poco me fue comiendo el coco, persuadiéndome de que yo no había actuado de manera correcta.
-No lo tomes como que tenés que ser titular. Te lo tenés que ganar, tenés que luchar. Vos sos un luchador, llegaste a Central luchando.
-Pará el coche - imploré-, volvamos.

Me había convencido. Le hice pegar la vuelta y regresamos a estancia Chica. Cap, Varacka y Rodriguez se asombraron al verme descender del vehículo. Los encaré con el tono del pibe que sabe que cometió un disparate; les pedí que me perdonaran, admití que había actuado como un principiante, un crío de 19 años que no sabía cómo enfrentar ese tipo de situaciones, que los nervios me habían traicionado. Los entrenadores aceptaron mis disculpas. Entendieron que yo estaba dispuesto a asumir el compromiso que significa integrar la selección. Me garantizaron dos puntos: el primero, que empezábamos de nuevo y lo que había sucedido ya estaba olvidado; el segundo, que yo tendría las mismas oportunidades que los otros jugadores convocados y que, si rendía como ellos esperaban, tendría mi oportunidad de ser titular. Ese fue mi comienzo con la selección mayor.


Mario Alberto Kempes con el uniforme de Rosario Central.

A ese viaje siguieron unos cuantos, cada semana durante marzo y la primera quincena de abril. Yo me entrenaba con la escuadra nacional y regresaba a Rosario para jugar con Central. Si mi equipo debía enfrentar a un rival porteño o del Gran Buenos Aires, permanecía en la capital a la espera del resto del plantel.

A principios de abril se organizó un partido preparatorio para el Mundial entre la Selección y un combinado rosarino.

El conjunto albiceleste alineó jugadores del medio local que viajarían a Europa a disputar algunos amistosos antes de la Copa de Alemania, como Miguel Ángel Santoro, Enrique Wolff, Miguel Brindisi, Roberto Telcho o Aldo Poy. También, jóvenes que estaban en carpeta pero finalmente quedaron fuera de la lista mundialista, como los boquenses Osvaldo Potente y Alberto Tarantini, o el «rojo» Daniel Bertoni.
 
Los rosarinos-dirigidos por el «canalla» Carlos Timoteo Griguol y el «leproso> Jan Carlos Montes-- reunieron a cinco muchachos de Central (Carlos Biasuto, José González, Mario Killer, Carlos Aimar y Yo),cinco de Newell's y uno de Central Córdoba, Tomás Carlovich, un talentoso futbolista que esa tarde triunfó.

No sé bien por qué yo jugué para la representación de mi ciudad adoptiva contra la selección con la que había estado practicando, pero el resultado fue catastrófico... ¡para el conjunto nacional! Vestidos con una camiseta granate, les dimos un paseo histórico, al punto que algunos muchachos albicelestes nos pedían por favor que aflojáramos, temerosos de que la paliza les costara el pasaje para viajar hacia Alemania.

Partido amistoso entre rosario y Selección Argentina

El primer tiempo terminó tres a cero (los goles los marcamos José González, el Mono Alfredo Obberti y Yo) y, a pedido de Cap, en el complemento bajamos un poco el ritmo. El duelo terminó tres a uno y, al otro día, el diario rosarino Crónica tituló en su portada: «Qué baile, compañero». Todavía hoy, aunque pasaron varias décadas, esa goleada es recordada cada tanto por los medios de comunicación. Asimismo, la figura de Carlovich tomó un cariz mitológico, aunque «El Trinche» desarolló casi toda su carrera futbolística en equipos del ascenso.

Mi buena actuación me permitió, por primera vez desde el partido clasificatorio en Bolivia, ser titular de la Selección.

Antes de partir hacia Europa para efectuar una serie de amistosos que sirvieran como ensayos previos al Mundial, nos despedimos del público argentino en la cancha de River con una victoria por dos a uno sobre Rumania. En ese encuentro disputado el 22 de abril, no solo jugué los noventa minutos, sino que marqué el segundo tanto que selló el triunfo y se transformó en mi primer grito con el equipo «mayor».

En el viaje en avión a París, primer destino de nuestra aventura europea, me sentí como Harry Potter con su varita mágica. Estaba en una nube, fascinado por el acontecimiento que se aproximaba. Con apenas 19 años, no sabía dónde estaba parado, ni qué tenía que hacer. También, lo admito, sentía algo de susto. No era la primera vez que salía al exterior, pero ignoraba por completo lo que me esperaba. Sentía que iba a enfrentar un monstruo de mil cabezas. Defender la camiseta de tu nación en un Mundial significa la cúspide de la carrera de un futbolista .

A mí me tocó demasiado pronto, cuando todavía no había explotado como jugador. Llegué a Europa con la frescura de la juventud -era el más joven del plantel-, pero también con una experiencia equivalente a «cero», lejos de mi familia, de mis rutinas y, una ignorancia total de lo que representa un compromiso tan importante. Tuve suerte, de todos modos, porque en el equipo argentino conviví con gente de extensa e intensa trayectoria sobre la cual pude sostenerme cuando las cosas no salieron de la mejor manera. Nunca me faltó un consejo ni un oído para descargar mis inquietudes. Ni quizá lo más importante, la compañía de mi querido Aldo Poy, con quien compartí las habitaciones que nos alojaron en cada ciudad, desde el hotel Victoria Palace de París hasta el Days Inn de las afueras de Stuttgart donde vivimos la mayor parte del Mundial. La inalterable fortaleza del Cieguito me hizo sentir como en casa... o como en su casa rosarina, donde comencé la transición de una liga provincial a la primera división del fútbol argentino.

La campaña arrancó de mayor a menor. El 18 de mayo, el Parque de los Príncipes de París, por entonces el coliseo principal de Francia, fue escenario de otra gran actuación: vencimos a la escuadra bleu por uno a cero.


Selección Argentina en partido de amistoso ante Francia , camino al Mundial de Alemania 1974.

Me tocó jugar como centrodelantero, con la camiseta número 9, y anoté el único gol del duelo: a los 22 minutos, gracias a un centro muy preciso de Miguel Brindisi, maté la pelota con el pecho y, antes de que picara sobre el césped y de que cerrara el zaguero Jean-Pierre Adams - un durísimo central ídolo en OGc Nice y Paris Saint Germain--, saqué un zurdazo que se incrustó en el ángulo superior derecho del portero Dominique Baratelli.


Mario A Kempes con la franela de la selección argentina


Mejor Jugador de ese partido Amistoso, Francia - Argentina , Mario Alberto Kempes , con el dorsal N 9 .

Esa conquista me consolidó como titular; cuatro días más tarde viajamos a Londres para enfrentar a un poderoso rival que se había quedado fuera de la Copa: Inglaterra. Este amistoso, disputado en el tradicional estadio de Wembley, fue el primer entrenamiento entre los dos países desde el polémico choque del Mundial de 1966, aquel que, también en Wembley, ganaron los ingleses por uno a cero con un cuestionable arbitraje del alemán Rudolf Kreitlein, quien expulsó al capitán albiceleste Antonio Rattín. La tarde del 22 de mayo empezó muy mal, el equipo de los tres leones y camiseta blanca, conducido por el talentoso Kevin Keegan, aprovechó nuestro desorden y se puso dos a cero arriba, con tantos de Mick Channon y Frank Worthington. La desventaja nos despabiló y no solo logramos contener los avances locales, sino que recuperamos el control del balón.

Tras una escapada de Rubén Ayala por la derecha y un flojo rechazo del arquero Peter Shilton --el hombre que jamás se despeinaba, el mismo portero al que Diego Maradona le anotaría sus famosos goles doce años más tarde en el Mundial de México-, desconté con un toque de zurda. A un minuto del final, entré al área con pelota dominada y fui derribado por el capitán Emlyn Hughes. El árbitro, curiosamente el argentino Arturo Ithurralde, cobró penal. Me hice cargo de la falta y, en medio del ensordecedor abucheo de setenta mil fanáticos locales, disparé un fuerte tiro cruzado que superó a Shilton y rubricó una igualdad esperanzadora. Hasta ese momento, Argentina solo había cosechado derrotas en sus visitas a Gran Bretaña.


Queridísimos amigos, les estaré contando la siguiente parte de esta linda historia de mi carrera, en la próxima edición de mi columna KEMPES, donde relato pasajes de mi primer mundial , el de Alemania 1974.


Hasta Pronto.