Ignacio Avalos Gutiérrez
Sociólogo, egresado de la Universidad Central de Venezuela (UCV)
Profesor en la Escuela de Sociología en la Facultad de Economía y Ciencias Sociales de la Universidad Central de Venezuela (UCV).
Consultor en el área de políticas públicas en el área de ciencia, tecnología e innovación.
Ex Presidente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT)
Ex Rector del Consejo Nacional Electoral (CNE). Miembro del equipo coordinador del Proyecto “Tecnociencia, Deporte y Sociedad” (2010-2015)
Miembro del Consejo Asesor de la RICYT (Red Internacional de Indicadores de Ciencia y Tecnología).
Articulista en el diario “El Nacional”
Dicen algunos historiadores que, contrariamente a lo que siempre se ha creído, los ingleses no inventaron el fútbol. Hay quienes afirman que fueron los chinos y otros que los romanos. También se le atribuye a los aztecas, quienes, según de acuerdo con esta versión, lo jugaban pateando la cabeza de sus enemigos degollados, haciéndolo de acuerdo a un formato que semeja, en algunas cosas, al balompié que todos conocemos.
En fin, hay no pocos relatos al respecto– yo creo, de paso, que es obra de un laboratorio celestial -, pero el hecho es que los ingleses concibieron lo que se identifica como el “fútbol moderno”, de allí que tengan la patente sobre un deporte que se regula a través de un brevísimo compendio de normas, de incuestionable valor ecuménico. Apenas doce reglas, un modelo de técnica legislativa por la facilidad con la que se comprenden y aplican. Doce reglas, reitero, incluidas esa maravilla jurídica que es el “orsai”, clave de buena parte del diseño estratégico del juego, y aquella otra que consagra la posibilidad del empate, casi una rareza en el deporte, por cuyo cumplimiento vela la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA, institución fundada en 1904.
La “sociedad futbolizada”
La expansión y la significación que ha alcanzado el deporte le ha dado la razón a quienes consideran que la actual puede definirse como la “Sociedad Deportivizada”. Otros sostienen (me incluyo), que es más bien la “Sociedad Futbolizada”, visto que es la disciplina con más seguidores entre los terrícolas, la que más gusta, y la que más ilusiona y apasiona.
Pero, más allá del balón - ese objeto mágico que siempre ha pretendido ser su centro de gravedad -, es también, muchas otras cosas que pasan fuera de la cancha, ese enorme y hermoso rectángulo verde adornado con dos porterías y limitado por unas rayas de cal. De allí que abunden los estudios que lo dibujan como un fenómeno social y cultural, cuya importancia tiene hoy en día pocos equivalentes y que haya sido descrito por Mario Vargas Llosa, como la “dramatización de lo social”.
Por tanto, no es de extrañar, por ejemplo, que haya estado muy vinculado con la política, cuestión que la historia registra a través de numerosos y diversos episodios que tuvieron lugar en la Italia de Mussolini, la Alemania de Hitler, la España de Franco, la Argentina de Videla, durante el siglo XX, e igualmente en el presente siglo, entre ellos el último Campeonato Mundial celebrado Qatar.
Vale la pena añadir, aunque sea de manera muy breve, lo que en el contexto político se ha venido catalogando como “poder blando”, (“soft power”), entendido como la capacidad de una nación para influir en las preferencias y los comportamientos de diversos actores en el ámbito internacional mediante la atracción y la persuasión, en vez de la coerción. El concepto engloba la idea de que es posible ejercer poder por medios no represivos, promoviendo y promocionando en el exterior prácticas que coopten la atención e inviten a admirar y querer ser parte de la idea o cultura que se promueve. En este sentido, el fútbol es un claro e importante ejemplo de lo señalado.
Dentro de este contexto cabe entender que la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) haya incluido en su agenda algunas acciones muy loables, más allá del interés y beneficio para el desarrollo del fútbol. Así, por ejemplo, su campaña de “Juego Limpio”, no solo en las canchas, sino en todas las corporaciones e instituciones que participan fomentando sus campeonatos y ligas, las alianzas con UNICEF – que protege los derechos del niño - con la OIT – que protege los derechos de los trabajadores – , con ACNUR – que vela por millones de refugiados- y más recientemente con varias instituciones que promueven la presencia de las mujeres en la cancha. Así mismo, es de alabar su permanente lucha contra el racismo y la discriminación, considerando la aplicación de diversas sancionas que incluyen, desde bajar puntos a los equipos que no controlen manifestaciones racistas de sus simpatizantes hasta descalificarlos de competencias internacionales por un periodo que puede durar hasta dos años. Y, finalmente, con ocasión del Mundial 2014 la FIFA ha escogido, como tema para su respaldo institucional, el del desarrollo ecológico, asociado a la denuncia de la crisis ambiental que amenaza a la humanidad.
La FIFA
La FIFA fue fundada en 1904. Se trata de una organización eficaz (y autoritaria, debe añadirse), asiento del gobierno del balompié a nivel mundial, a partir de un compendio breve y sencillo de reglas, al estilo de los Diez Mandamientos de Moisés, según las cuales se juega este deporte en todas partes, en todos los niveles y casi hasta en las llamadas “caimaneras”.
Esta organización agrupa a 193 países, 18 más que la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y representa el vértice de una estructura de gobierno de la cual forman parte los organismos de competición continentales – entre ellos la influyente Unión Europea de Fútbol Asociado (UEFA), las numerosas asociaciones nacionales, los sindicatos (especialmente el sindicato mundial de jugadores profesionales), los representantes de los futbolistas (cada vez más abundantes) y los diferentes clubes. Dicha estructura se vincula de variadas maneras y en múltiples instancias con diversos actores que, desempeñándose “por fuera”, cada uno con sus intereses, hacen parte del desarrollo del fútbol.
El fútbol se juega también en el mercado
En la concepción del Barón Pierre de Coubertain, quien dibujó hace más de un siglo, el “deporte moderno”, dominaba la idea de que la actividad deportiva debía ser entendida más bien desde la perspectiva lúdica, en la que en la que lo importante no era ganar, sino competir, bajo la consigna del “fair play”. Las cosas han cambiado mucho desde entonces, incluyendo al fútbol, obviamente.
En efecto, a mediados de la década de los cincuenta, Joao Havelange asumió la presidencia de la FIFA y en sus primeras declaraciones señaló que venía dispuesto “a vender una mercancía llamada fútbol”. Desde entonces, este deporte fue evolucionando hasta transformarse en el gran espectáculo que es hoy en día, base de un negocio comparable a los más grandes del planeta. Acomodándose a los cánones que gobiernan las actividades comerciales, la televisión se volvió progresivamente un escenario mucho más importante que el estadio, abriéndole la puerta, como nunca antes, a un menú variado de actividades ilícitas, tales como el blanqueo de dinero de procedencia incierta, elecciones manoseadas y tramposas, sobornos en la designación de la distintas sedes para eventos internacionales (no sólo, las copas mundiales), manejos turbios en la firma de patrocinios con grandes corporaciones, sospechas en la contratación de los derechos comerciales para la televisión y paremos de contar.
En el año 2015, si mal no recuerdo, se produjo una gran crisis, descrita como el Fifa-Gate. Fue cuando el FBI y los tribunales norteamericanos revelaron algo que hasta los más desprevenidos ya sabían: la antigua, multiforme, profunda y extendida corrupción en el manejo de los asuntos del fútbol.
Dio lugar a la descrita como Fifa-Gate, en el que se investigó sobre las cuentas bancarias de al menos dos decenas de dirigentes de las federaciones nacionales de fútbol, que salieron de sus cargos y fueron llamados a comparecer ante los tribunales. Más clara no pudo ser la fiscal general de Estados Unidos cuando, refiriéndose al caso, habló de una "corrupción rampante, sistemática y profundamente enraizada" en la cúpula de este deporte, denuncia que recaía en una organización jurídicamente definida como una Organización No Gubernamental (ONG) sin fines de lucro, según lo expresó Joseph Blatter, su Presidente en aquel momento.
De cara al siglo XXI
De cara al futuro pareciera que la FIFA debe adoptar algunos cambios importantes a fin de responder a ciertas demandas, propias de estos tiempos futbolísticos. Los mismos tienen que ver, fundamentalmente, con la democratización en su organización y funcionamiento con referencia a varios aspectos.
Por otro lado debe ocuparse de la “privatización” creciente del fútbol, cada vez más influenciado por multimillonarios, dueños de los equipos, por sociedades privadas que compran jugadores o por la criminalidad transnacional a través de apuestas y regular en alguna medida ciertos hechos que ha traído consigo la globalización (traspasos, derechos televisivos, desigualdades entre los equipos.).
Y, por decir una última cosa, debe lidiar con las profundas y aceleradas transformaciones tecnológicas, que también invaden la cancha y han llevado a algunos a pronosticar la llegada del “postfutbol”.
Ignacio Avalos Gutiérrez
Revista Magazine, abril 2024