Una Eurocopa que controla viejas rencillas.
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Por: Agustín Rodríguez Weil 
Comunicador Social de la Universidad Monteávila con un MBA en Dirección de Entidades Deportivas de la Escuela Universitaria del Real Madrid.
Además de trabajar en numerosos equipos de fútbol profesional, ha colaborado con medios de comunicación y ha publicado numerosos libros del deporte rey. Con “Tardes de Fútbol” ganó el premio de literatura deportiva “Libro Fútbol” en 2017. Biógrafo de Casemiro y Marco Asensio. En la Gerencia Deportiva fue miembro de la consultora Mapping Sport, Gerente de Deporte en la Alcaldía El Hatillo, con 75% de aprobación municipal y con pasantía en Platense de Argentina. Director de Comunicaciones del Deportivo Italia, Atlético Venezuela, Real Esppor y Deportivo La Guaira. También incursionó en la política y ha redactado otros libros de fútbol, el último “El balón de los milagros”.
Instagram y X: @agusrodweil


Ya lo dijo Paul Auster: “El fútbol es el milagro que permite a Europa odiarse sin destruirse”, y no le falta razón. La frase, tan en boga en estos días en que ha fallecido el escritor norteamericano, no miente en cuanto a la relación del deporte rey con el viejo continente. Ya lo decían otros tantos: pocas cosas han hecho tanto por una Europa unida como el deporte de 11 contra 11. Primero vino el balón, luego el euro, después el Erasmus y al final una consolidación definitiva de un continente que, vaya metáfora de la historia tras lo acontecido a mediados del Siglo XX, comanda Alemania para unirla fuerte en un mundo globalizado.

Sí, Alemania nuevamente reagrupó a Europa, como en el año 1988. En esta ocasión unificada, sin un muro fronterizo y con una fiesta cultural inapelable. La puerta de Brandeburgo, por la que una vez pasaron Gorbachov, Honecker o Kennedy, vio caminar a miles de turistas venidos de todos los rincones del Viejo Continente. Llegaron desde el Danubio, desde el otro lado del Río Rhin, de los Balcanes, de la Península Ibérica, de todos lados, afinando sus canciones con un lenguaje en común: el fútbol. Se pudo escuchar a los ingleses entonar el célebre “Is coming home”, a los anaranjados cantar las canciones de André Hazes sacadas de un cajón desde 1988, a todos corear “Hey Jude” de The Beatles o “Angels” de Robbie Williams y a tantas canciones que reflejan los distintos tonos de Europa, todos con sus trajes, con sus colores, con sus disfraces.

Pero también fue la Eurocopa en el que las rencillas aparecieron, de forma esporádica para dar color a una tierra en la que no se olvidan viejas formas. Tuvo que aparecer la policía alemana para apaciguar cantos de las hinchas ingleses que hacían referencias a los bombardeos de la II Guerra Mundial, se vio a fanáticos rumanos gritar “Putin, Putin” mientras su equipo goleaba a Ucrania y hasta Mbappé, uno de los futbolistas más atractivos del torneo, tuvo la oportunidad de posicionarse en medio de las elecciones francesas. Ahí no quedó todo, el futbolista turco Merih Demiral fue sancionado por hacer gestos de lobo, presuntamente provocadores y nacionalistas para UEFA.

También fue la Eurocopa en la que España se coronó con un juego vertiginoso y con Luis de la Fuente, un entrenador que privilegió sus creencias católicas por encima de supersticiones, a vox populi en la prensa mientras promovía a dos futbolistas de origen extranjero, como Yamal Lamine y Nico Williams, para dar lecciones de una migración valiosa y que da beneficios a la nación acogedora.

Europa, tan acostumbrada a los grandes escenarios, mostró su mejor cara en un remozado Olímpico de Berlín, ese que construyó el III Reich de Adolf Hitler de cara a los Juegos Olímpicos de 1936, y se vistió de gala para propiciar su fiesta cultural por excelencia. Fue la celebración esperada: la que permite que Alemania jugara con futbolistas de origen turco en un país en el que los propios otomanos se sienten locales, casi tanto como los mismos bávaros.

ESTADIO OLIMPICO DE BERLÍN 1936

ESTADIO OLIMPICO DE BERLÍN 2024

Es el mismo país en el que nuevamente los hinchas rumanos, que tanto dieron de hablar, ondearon banderas en alusión a la “Gran Rumania” que endosa históricamente a Moldavia. Es la fiesta de la fiesta. La Eurocopa, aquel sueño que Henri Delaunay empezó a moldear en 1958 hoy es una realidad consolidada. Es la excelencia de los eventos. Es la esencia de la Europa soñada y que con una nueva edición, deja a todos con la nostalgia de saber que tardaremos cuatro años en volver a repetir tan inmejorable acontecimiento.