Ignacio Avalos Gutiérrez
Sociólogo, egresado de la Universidad Central de Venezuela (UCV)
Profesor en la Escuela de Sociología en la Facultad de Economía y Ciencias Sociales de la Universidad Central de Venezuela (UCV).
Consultor en el área de políticas públicas en el área de ciencia, tecnología e innovación.
Ex Presidente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT)
Ex Rector del Consejo Nacional Electoral (CNE). Miembro del equipo coordinador del Proyecto “Tecnociencia, Deporte y Sociedad” (2010-2015)
Miembro del Consejo Asesor de la RICYT (Red Internacional de Indicadores de Ciencia y Tecnología).
Articulista en el diario “El Nacional”
Como es sabido, la sociedad contemporánea está experimentando transformaciones profundas y aceleradas, que impactan de manera relevante todos los ámbitos de la vida social y personal. Las mismas se encuentran asociadas, no sólo, pero si de manera muy relevante, a la convergencia de un conjunto de tecnologías digitales, físicas y biológicas, que están modificando la forma en la que los terrícolas existimos y nos relacionamos, cambiando incluso la manera cómo practicamos el deporte. Nos encontramos, así pues, ante una revolución que nos sorprende fuera de base, planteándonos interrogantes para las que no tenemos respuesta.
El evangelio olímpico
Puede decirse que el deporte existe de distintas maneras, a lo largo de toda la historia humana. Pero con motivo de las Olimpiadas del año 1900, realizadas en Francia, el Barón de Coubertain le dio forma a lo que se conoce como el “deporte moderno” expresando que su propósito era “reunir el músculo y el espíritu, viejos divorciados” y resumiendo su concepción ética indicando que “lo importante no es ganar, sino competir”, a partir de un principio esencial, el del “Fair Play”.
Así mismo, vale la pena mencionar que el deporte se fortaleció alrededor de la figura del Estado, siendo un elemento muy útil para estimular la integración simbólica, indispensable en la conformación de la identidad nacional y, desde esa plataforma, se universalizó bajo un formato que, con sus lógicas transformaciones, ha permanecido hasta el presente.
Dentro de este espíritu, los valores del deporte han sido divulgados permanentemente, desde diferentes fuentes. La UNESCO, por ejemplo, en el Preámbulo de la Carta Internacional de la Educación Física y el Deporte de 1978, declaró que “la educación física y el deporte han de tender a promover los acercamientos entre los pueblos y las personas, así como la emulación desinteresada, la solidaridad y la fraternidad, el respeto y la comprensión mutuos, y el reconocimiento de la integridad y de la dignidad humana”. Y en semejante dirección otras muchas instituciones han insistido en el mensaje de que el deporte “debe desempeñar un papel importante en la protección de la salud, en la educación moral, cultural y física y en el fomento del entendimiento internacional y la paz”.
En la actualidad se ha convertido en un fenómeno cuya importancia social, económica, política y cultural es difícil de exagerar. Forma parte de la vida de casi cualquier terrícola, esté donde esté, al margen de su edad, de su raza o religión, o de que sea hombre o mujer, adulto o niño. Vivimos, pues, en una “sociedad deportivizada”, según leí en alguna parte.
El dopaje tecnológico
Como lo revelan distintos estudios y según lo puede percibir cualquier ciudadano de a pie, en estos tiempos el deporte ha puesto a un lado, en buena medida, los cánones establecidos en el evangelio olímpico.
La búsqueda e incorporación de ciertas mejoras, rudimentarias comparadas con las actuales (el uso de ciertas yerbas, por ejemplo), se remonta a los principios de la historia humana. Pero en el actual el predicamento pareciera más bien “hoy en día lo único importante es ganar”. El deporte marcha, entonces, al ritmo de su estrecha vinculación con el avance de las innovaciones, principalmente en el nivel profesional, aunque desde luego también se observa un efecto derrame en el espacio amateur.
Por otro lado, no hay disciplina que escape a su poderosa influencia, amoldándose a sus particularidades. Además, como es fácil suponer, las innovaciones se utilizan, en todos los aspectos involucrados en el deporte, vale decir, la vestimenta, la elaboración de equipos, dispositivos y materiales, el entrenamiento, la nutrición y la salud del atleta, las estrategias para competir, el arbitraje de los eventos, el diseño de los estadios y canchas, la evaluación del desempeño de los jugadores, etcétera.
En síntesis, no hay nada que no tenga su huella, de allí que el concepto de dopaje remite ahora al llamado “dopaje tecnológico” como algo distinto del “dopaje genético”, que remite al uso no terapéutico de material genético para mejorar el rendimiento del atleta, lo que equivale a algo así como “trucar el ADN”; distinto, así mismo, del “dopaje cognitivo”, generado a partir de la evolución de las neurociencias, que permite nuevas formas de conocimiento y tratamiento de las capacidades mentales y emocionales que tienen su raíz en el cerebro; y obviamente diferente del “dopaje financiero”, referido a las inversiones económicas que supongan un ventajismo en la competencia.
El antidoping
Desde la perspectiva del “Fair Play”, las autoridades que gobiernan el deporte a nivel mundial han adoptado como política general (sin mucho éxito, hay que decirlo), la prohibición del dopaje en sus diversos formatos (tecnológico, genético, cognitivo, financiero). Conforme a lo que sostienen muchos analistas, sobre la mesa está colocado un tema que concierne a la justicia, bajo el entendido de que el dopaje, en cualquiera de las variantes, rompe la igualdad de los participantes.
La filósofa española Adela Cortina desde otro punto de vista, indicando que la ética del deporte encara cuestiones complejas de gran relevancia, entre los que destaca la de saber establecer si el dopaje debería estar prohibido, porque quiebra la igualdad de oportunidades, o si, por el contrario, es la naturaleza la que hace a las personas desiguales y las nuevas opciones tecnocientíficas tienen, entonces, un efecto igualador.
Nostalgia
Debo confesarle al lector que he escrito estas líneas bajo el miedo de que el deporte no siga siendo lo que era antes. Pienso principalmente en el fútbol, que lo he practicado desde los cuatro años hasta estos días, cuando decir la edad es una inconveniente indiscreción. Lo he jugado, oído por radio, visto por televisión y mirado desde las gradas. Tengo la memoria llena de partidos, equipos, jugadores y hasta de juegos en los que he participado y de algunos goles que he metido
Viendo lo que veo hoy en día, siento nostalgia por el pasado. La nostalgia es mentirosa, ha dicho mi admirado Gabriel García Márquez. Rememorando la vida que he llevado alrededor del balón, creo que es la única cosa en la que no estoy de acuerdo con él. No puedo evitarlo: echo de menos el fútbol como era antes.
Sin el VAR y tantas otras cosas que lo desfiguran.