KEMPES
      A-    A    A+


Por Mario Alberto Kempes
Ex jugador Selección Argentina 1974, 1978, 1982.
Campeón Mundial y Mejor Jugador 1978.
Jugador de Valencia FC, Director Técnico y Comentarista y Analista de Fútbol
Instagram@mario.kempes78


Una Copa del Mundo no es solo un torneo de fútbol, es una prueba de carácter, una batalla de emociones y un reflejo de lo que somos como jugadores. Así como también los entrenadores, los utileros, las familias que apoyaron desde siempre y todos aquellos que desde su lugar, hicieron posible ese momento. El valor humano de un campeonato es entender que la victoria no es individual, sino colectiva. Que no se trata de una estrella en la camiseta, sino de un legado que se deja para las generaciones que vienen. Es por ese legado que las Asociaciones deportivas de cada país deben de reconocer y darle importancia a cada título ganado, sin diferencia entre uno u otro.

Un título también enseña algo fundamental: la responsabilidad de ser ejemplo. Porque ganar no es solo un privilegio, es también una oportunidad para inspirar a otros y de demostrar que con trabajo, disciplina y respeto se pueden lograr grandes cosas.



Si bien hoy en día estamos conscientes que la Copa del Mundo de Argentina 1978 se jugó bajo una dictadura militar y a medida que fueron pasando los años, nos fuimos enterando de lo que sucedió. Sabemos que fue un torneo que más allá de lo deportivo, estuvo marcado por el contexto social y político del país, ya que mientras en las calles y en los estadios la gente celebraba el fútbol, en otras partes del país había quienes sufrían la represión, la censura y el miedo.

El fútbol tiene un poder enorme, es capaz de unir a un pueblo, de generar emociones colectivas y de dar esperanza incluso en los momentos más oscuros. En 1978, Argentina celebró su primer título mundial, un logro que trajo alegría a un país golpeado. Para muchos, ese campeonato fue un motivo de orgullo y una felicidad genuina. Para otros, una cortina de humo que ocultaba la realidad de aquellos tiempos. El fútbol no puede cambiar la historia, pero sí puede ser un reflejo de ella.



La selección de 1978 representó a un pueblo que necesitaba una alegría, pero también quedó envuelta en una época que hoy obliga a la reflexión. Porque más allá de los goles y los festejos, un país es mucho más que su equipo de fútbol.

El tiempo pasó, pero la enseñanza sigue vigente, el fútbol debe ser un símbolo de unión, de respeto y de valores. No puede ser utilizado como una herramienta política, ni ser ajeno a la realidad que lo rodea. Hoy, cuando miramos atrás, entendemos que el valor humano en el deporte no está solo en ganar, sino en la forma en que construimos nuestras victorias y en cómo aprendemos de nuestra propia historia.