El fichaje que cambió la historia
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Por Jimeno Hérnandez Droulers
Abogado, MBA en gestión de entidades deportivas "Alfredo Di Stéfano" en la Universidad Europea de Madrid.
Historiador, Investigador y Columnista, autor del Libro "El secuestro de la Saeta Rubia"

En marzo de 1952, el presidente del Real Madrid, don Santiago Bernabéu, quiso celebrar los cincuenta años de la fundación del club y esas “bodas de oro” a lo grande. Y qué mejor manera de hacerlo que organizar una serie de actos conmemorativos.

Los festejos iniciaron el jueves 28 con partido de pelota vasca en homenaje a Luis Méndez Vigo y Luis Olaso, ex jugadores del RMFC. Al día siguiente una corrida de toros en la Monumental de Las Ventas, en honor al viejo matador Vicente Pastor y Durán, también conocido como “El Chico de la blusa”, primero en cortar oreja en la plaza madrileña y tercero en la Maestranza de Sevilla, tras Joselito y Belmonte. El sábado se proyectó cinta cinematográfica documental sobre los orígenes del club, así como una comedia musical titulada “De Madrid al cielo”, obra de Rafael Gil.

Cartel de la Plaza de Toros de Madrid

La guinda del pastel de cumpleaños fue un triangular de partidos de fútbol en el Nuevo Estadio de Chamartín. En aquel torneo amistoso participaron los campeones de Suecia y Colombia, el impronunciable Idrottsföreningen Kamraterna Norrköping y el Millonarios de Bogotá. El primer cruce se produjo entre invitados, culminando en empate a dos. El anfitrión pasó a batirse contra Millonarios y perdió contra ese “ballet azul”, como lo apodaba la prensa. A la postre, venció al equipo sueco.

El protagonista principal de aquellos encuentros fue el delantero estelar y número nueve de Millonarios, quien, gracias a su calidad, así como destreza en el césped, robó miradas y toda atención del público, especialmente al marcar un doblete contra los blancos, aguándole la fiesta al Real Madrid.

Alfredo Di Stéfano con la camiseta de Millonarios de Bogotá

Alfredo Di Stéfano con los demás atacante de Millonarios de Bogotá

Basta decir que no pasó inadvertido, ni para los medios ni para los aficionados. Tal fue la impresión causada por “La Saeta Rubia” que Bernabéu le puso el ojo, al igual que Enric Martí, presidente del Barcelona, quien ordenó a su secretario técnico, Josep Samitier, hacer todo cuanto fuese posible por fichar al crack que dejó a los merengues en ridículo durante su quincuagésimo aniversario.

Enric Martí  (Presidente del FC Barcelona)


Josep Samitier (Secretario Técnico del FC Barcelona)

Ese mismo año, en Caracas, durante la primera edición de la “Pequeña Copa del Mundo”, coincidieron de nuevo en un torneo amistoso el Real Madrid y Millonarios, acompañados del Botafogo y La Salle, campeón de la liga local. Di Stéfano únicamente anotó dos tantos en el último partido contra La Salle, pero, a pesar de ello, don Santiago inició conversaciones con Alfonso Sénior, presidente de Millonarios, para negociar su traspaso.


Alfonso Senior Presidente de Millonarios de Bogotá de ésa época

Así empezó la novela de uno de los fichajes más controvertidos en la historia del “deporte rey”. Ese que se tradujo en una verdadera guerra entre el Real Madrid y el Barcelona.

La situación de Alfredo Di Stéfano era compleja. Había comenzado su carrera en River Plate y jugó con ellos hasta que estalló la huelga de futbolistas en Argentina, cuando el Ministerio de Trabajo del gobierno de Juan Domingo Perón impuso tope salarial de mil quinientos pesos, cifra inaceptable para muchos y razón por la cual se produjo un éxodo de jugadores.

Alfredo fue uno de los 57 futbolistas que salieron del país a jugar en Colombia, nación que aún no estaba afiliada a la FIFA, pero cuya liga reunía los mejores talentos latinoamericanos de la época. Así se unió a las filas de Millonarios de Bogotá, equipo en el que hizo desastres al vapulear adversarios anotando goles por decenas. Y bueno, después de la exhibición mostrada en el Nuevo Estadio de Chamartín, tanto merengues como azulgranas hicieron lo posible por integrarlo a sus filas.

Ambas directivas optaron por tomar caminos opuestos en la encrucijada, jugando a dos bandas en el ataque, cada uno con su propio balón. Bernabéu y Raimundo Saporta decidieron aproximar al arco de Millonarios, mientras Martí y Samitier hablaron con el jugador y la máxima autoridad de River Plate, don Antonio Vespucio Liberti.

Don Santiago Bernabéu (Presidente del Real Madrid) y Raimundo Saporta (Vicepresidente del Real Madrid)

Antonio Vespucio Liberti (Presidente del River Plate Argentina)

En 1953, durante la segunda edición de la Pequeña Copa del Mundo en Venezuela, volvió a jugar Millonarios, en aquella oportunidad contra el S.K. Rapid de Viena y River Plate. Samitier se presentó en Caracas y le cayó simpático a Di Stéfano en el acto.

-Era un tipo fenomenal, de esos que viven y respiran fútbol, utilizando frases como: “a ver si me haces un pase adelantado”, cuando quería que lo apoyases en algo, o “estás fuera de juego” cuando pensaba que no tenías razón.

Al principio no quiso saber nada del tema. Deseaba marcharse de Bogotá y regresar a Buenos Aires. Pero la genuina simpatía, e insistencia de Samitier lo hicieron decir que sí, abriendo puerta a las conversaciones con el Barcelona. Entonces surgió la polémica de a qué club pertenecía realmente, o cuál institución podía realizar la operación y beneficiarse del traspaso. La noticia le cayó como una bomba al pobre Alfredo, quien, a decir verdad, no comprendía en lo más mínimo el embrollo. Por un lado, decían una cosa y por otro una distinta. A los pocos días de alcanzar un acuerdo verbal con la directiva del Barcelona, leyó en los periódicos que ya el Madrid hacía una oferta a Millonarios, mientras Samitier trataba de alcanzar un acuerdo con River.

¿Cómo podía pertenecer a dos equipos a un mismo tiempo?

Sin comprender lo que sucedía, se negó a firmar ningún papel hasta que descifraran la situación. Aunque ya el asunto salía de sus manos y, en cuestión de pocas semanas, se convertía en un lío digno de litigio. Él no tenía idea de qué hacer, ni cómo reaccionar.
Apenas al desempacar sus maletas para tomarse unas vacaciones en Argentina y plantear la situación a sus padres, lo convencieron que debía irse cuanto antes a España. Sólo así podría resolver el enredo. A pesar de sus refunfuños, obedeció a los viejos y al aterrizar en Barajas lo esperaba Samitier, quien tenía reservada una habitación en un hotel de la calle Velásquez. Al día siguiente lo condujo en su coche hasta Zaragoza, donde pernoctaron antes de seguir hasta Barcelona.

-Una paliza de viaje, porque además iban Sara y las dos niñas, Nanette y Silvana.

Los dejó instalados en la Residencia Córcega, cerca del Paseo de Gracia, y, después de un merecido descanso, lo invitaron a reunirse con Enric Martí. Estaba más que listo para lucir el uniforme de rayas y saltar a la cancha, pero le dijeron que debía esperar, ya que todavía quedaban algunos cabos sueltos en las negociaciones.

-Espera, espera. Todo era espera.

Samitier ya no sabía qué más decirle. Lo dejaron entrenar y conocer al resto de la plantilla, hasta el instante que le fue prohibido explícitamente por la Delegación Nacional de Deportes. Dos meses sin entrenar o pisar una cancha fueron más que suficientes para decir basta y me largo. El club estaba pagando un piso en la calle Balmes, además de un salario mensual por no hacer o pintar nada, cosa que le desagradaba profundamente.

-¿Y esto cómo lo arreglamos?

La respuesta de don Enric lo confundió. Más cuando Raimundo Saporta, hombre de confianza de Bernabéu, apareció a los pocos días en el piso de Balmes para decir lo mismo que Martí. Ambos insinuaron que el asunto no tendría solución a menos que se manifestara un “tercer hombre”. Algo así como en la película de Orson Wells.

-¿Ahora falta el tercer hombre? El tercer hombre soy yo. ¿Qué pasa aquí? Me saco el billete, lo pago de mi bolsillo y me voy a Argentina otra vez. ¿Qué hago aquí?

Luego de aquello, Martí, a través de Samitier, confesó que el club, también hastiado de tantos embarazos, realizaba gestiones con Gianni Agnelli para cederlo a la Juventus durante una temporada, todo a través de presidente de la Fiat en España, que movía hilos para tramitar su pasaporte y llevárselo con él a Turín lo más pronto posible.

-Yo no entendía nada.

Esos meses fueron de angustia y aburrimiento, flotando en una especie de limbo, atascado en una nube de negociaciones de las que no formaba parte, puesto que su opinión no parecía importar a nadie. La eventualidad, por absurda y complicada que suene, era fácil de resumir. Según lo concretado al marcharse de Argentina a Colombia, Millonarios tenía los derechos del jugador hasta finales de 1954, y, a principios de 1955, River Plate volvía a ser dueño de su ficha. Así que dos equipos habían vendido al mismo jugador a clubes distintos.

Alfredo Di Stéfano con el uniforme de Barcelona

Alfredo Di Stéfano con el uniforme del Real Madrid 

Millonarios, al tanto de la operación entre Barcelona y River Plate, mismo que sus planes ocultos en complicidad con la Juventus, planteó el caso ante la FIFA. Alfonso Sénior era hombre respetado, de bastante peso y con muchas amistades en el fútbol internacional. Además, tenía razón en el pleito. El jugador pertenecía a la institución bogotana hasta el final de 1954 y a partir de enero del año siguiente pasaría a ser propiedad del equipo bonaerense. Así que los derechos comprados por el Barcelona no entraban en vigor hasta esa fecha.

Martí trató de llegar a términos con Sénior, pidiendo la cesión del jugador hasta que volviera a ser ficha del River Plate, equipo con el cual ya había llegado a un acuerdo por su compra. Pero al enterarse que pedían 27.000 dólares, o el total de 1.350.000 pesetas, no halló razonable la cifra. Justo acababan de abonar dos millones de pesetas al equipo argentino, cercano al cincuenta por ciento del precio de su valor de fichaje.

Enric intentó recortar distancia con regates, ofreciendo menos de lo exigido. Alfonso defendió su posición, mandándolo, prácticamente, a meterse un autogol, antes de permitirle disparar otra oferta. Para colmo de males, al regresar de su misión fallida en Colombia, tampoco pudo alcanzar un pacto económico con Samitier por sus labores y el secretario técnico decidió no renovar en su cargo.

El expresidente de la Real Federación Española de Fútbol, Armando Muñoz Calero, encargado por FIFA para resolver el conflicto, propuso arbitraje cuyo laudo terminó en solución salomónica, trozando en dos la manzana del pecado al establecer que debía jugar un par de temporadas con el Real Madrid y otras dos con Barcelona. La decisión fue una milonga que no hizo gracia a ninguna de las partes. Menos a Di Stéfano. Cuatro años saltando de un equipo al otro, ahora más rivales que nunca.

-Todos me van a odiar.

De la noche a la mañana le dijeron que debía viajar a Madrid. Agarró el primer tren, y, diez horas después, fue recibido por un directivo de los merengues llamado Félix Fernández que apodaban “El Chuleta”, al igual que un par de periodistas de apellidos Gilera y Rosón, el primero de “ABC” y el segundo de “La Hoja del lunes”.

Los tres lo acompañaron hasta su hospedaje el hotel Emperatriz, en La Castellana. De ahí al reconocimiento médico, luego a comer un filete con patatas. A las tres y media, con cinco kilos de sobrepeso acumulados en la panza, sin entrenar, haber firmado algún documento y siquiera conocer a sus nuevos compañeros por nombre, cara, o fotografía, fatigado del viaje, así como tantos días de tensión e incertidumbre, debutó contra el Nancy en un amistoso que perdió el equipo blanco, aunque pudo anotar un chicharro de cabeza y recibir sus primeros aplausos.

-El calentamiento fue el traqueteo del tren. Daba lo mismo que estuviera mal o bien. Tenía que jugar y jugué.

Alfredo Di Stéfano en su presentación oficial con el Real Madrid

Su caso seguía siendo un misterio para muchos, pues, al parecer, se mantenía en disputa mientras anotaba su primer gol vistiendo la camiseta blanca ese 23 de septiembre de 1953. Después de cuatro meses parado, sin pisar el campo por la bendita excusa del debemos esperar y eso de atar cabos sueltos, el asunto se solucionó de golpe y como por arte de magia. Esa misma noche, al llegar a su habitación en el hotel Emperatriz, le informaron que Martí acababa de dimitir gracias a las críticas desatadas por el fracaso en su fichaje y la renuncia de Samitier. A la mañana siguiente supo que Bernabéu había despachado a Saporta con dinero en efectivo para pagar a Millonarios los 27.000 dólares por la cesión al Real Madrid.

Todavía le preocupaba eso de tener que jugar después para el Barcelona, pero, al par de meses, ambos equipos llegaron a un arreglo y el club de la ciudad condal, bajo la nueva dirigencia de Francesc Miró-Sans, hizo expresa renuncia de sus derechos en cuanto al acuerdo con Di Stéfano, quien pasó a depender de la exclusiva disciplina del Real Madrid, con la condición que la mencionada entidad reintegrara a sus arcas la cantidad de 4.405.000 pesetas que sufragó Barcelona al River Plate por la compra del jugador. Aquella suma pasó a ser pagada en cuatro cómodas cuotas, en lapso semestral, durante un período de dos años.

La verdad es que, en ese preciso momento, Alfredo llegó a pensar que aquel “tercer hombre” al cual se referían Enric Martí y Raimundo Saporta, como único capaz de resolver la disputa, había sido Armando Muñoz Calero.

Sin embargo, con el paso de fechas en el calendario surgieron distintas teorías y leyendas, como eso de que nunca sospechó que podía tratarse de la intervención divina de otro individuo, menos alguien como el mismísimo Francisco Franco, quien, tal vez, consiguió zanjar la querella pegando un par de telefonazos, desde su despacho en Palacio Real de El Pardo, con el propósito de impartir órdenes, que como todas las suyas, debían ser cumplidas sin chistar. La primera al general José Moscardó Ituarte, cabeza de la Delegación Nacional de Deportes, para prohibir que se entrenara mientras aclaraban el caso. Y la segunda al propio Muñoz Calero, influyendo en la decisión de inclinar la balanza a favor de que jugara su primera temporada en España con capitalinos en vez de catalanes.

¿Pudo ser el generalísimo aquel tercer hombre? Quién sabe.