En Todo Amar y Servir, es el legado que permanecerá en el corazón de Andrea Isabel Alonso Mantellini, la protagonista de esta historia que parió el San Ignacio de Loyola en 2012 y que perfiló su vida para ponerle pasión a todo lo que hace
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SJANDRA RENDON
Fotos: Cortesía

En el año 1999 Andrea Isabel Alonso Mantellini inició una experiencia que califica como la mejor de su vida al ingresar al Colegio San Ignacio de Loyola, una institución que construyó en ella un perfil integral que le ha permitido regir cada decisión que toma para bien, convirtiéndola en un ser apasionado y entregado a dar lo mejor de sí.
 
Alonso Mantellini hoy cuenta con 26 años y explica que todo ese tiempo hasta su momento de graduación en el 2012, con la promoción 85, el colegio alimentó sus “ganas de ser mejor en todo porque sentía que estaba en familia”.
 
Esta etapa la hizo sentir dichosa además por el hecho de haber podido pasar por muchas áreas de la institución sin perderse nada del proceso durante esos 13 años.
 
“Soy ignaciana de corazón, para mi toda mi experiencia fue gratificante. Hice un grupo de amigos que hasta el día de hoy mantenemos contacto; están en mi corazón”, cuenta.
 
En la época del colegio, en las actividades en las que se desarrolló destaca el voleibol, uno de los pocos deportes que eran solo para niñas, inicialmente. Fue delegada varios años en bachillerato, apoyó a sus amigos al centro de estudiantes y se desenvolvió como manager de las campañas, hecho que define como una experiencia satisfactoria al proyectar, hacer planes y presentar propuestas con la intención de contribuir para potenciar algunos procesos.

Andrea Mantellini lleva siempre la cadena del San Ignacio colgada al cuello e impresa en su corazón.

“Fue un reto, porque a pesar de que ya habían pasado varias décadas del colegio como mixto aún prevalecía mucha rigidez por actividades que podían hacer las niñas, pero esto fue cambiando paulatinamente. En 4to y 5to año ya teníamos bastante voz y voto, en el deporte, por ejemplo, o centro de estudiantes. Estos logros se alcanzaron estando yo y fue gratificante”, indica.

Cuando abandona la etapa en el San Ignacio y pasa a la siguiente con la Universidad Central de Venezuela para estudiar su carrera, ocurre un cambio al que compara con la ruptura de una burbuja; una transición dura que debía asumir para continuar con su plan de vida.

 
Alonso Mantellini deja el Colegio San Ignacio en 2012, ya no tendría a sus padres una vez a la semana cuando iban a Misa como de costumbre para contarle sus aventuras y experiencias y tampoco tendría a sus amigos para hablar sin parar de todo cuanto habían vivido, pero en su corazón permanecían esas raíces que la formaron y fueron una pieza importante en su historia.
 
“En la universidad y en el hospital siempre cargaba mi cadena del San Ignacio, a veces éramos vistos como intensos por el amor que manifestamos al colegio del que veníamos, pero terminaban queriéndonos porque nuestros cimientos nos definían como personas que procuramos En Todo Amar y Servir y entregamos todos por un paciente”.
 
Con esta premisa era reconocida con mucho orgullo como ignaciana junto a dos de sus compañeros que pertenecían a la misma promoción, Tomas Brewer y Rubén Maestre. Para los tres era un honor.

Voces y compañía para los desafíos
En cuanto a su vida profesional, Andrea estudió para ser médico cirujano, inspirada principalmente en la figura de su madre, Carmen Mantellini, quien es ginecóloga obstetra y a quien acompañaba desde pequeña a su postgrado en el medio hospitalario y hasta asistía a las cirugías.

Pero existió en su vida alguien más que representó la esencia y el empuje para continuar y no dejarse amilanar por los desmanes propios del desarrollo de la existencia, su abuelo Ramón Mantellini. A pesar de que no era profesional de la salud, sino ingeniero químico, siempre le hizo saber a su nieta Andrea que lo importante de la vida era que amara lo que quería estudiar.
 
Fueron palabras que se sembraron en su corazón, que junto a la curiosidad y la terquedad emprendió el recorrido para iniciar su carrera universitaria que no logró en un primer intento, pero al final del camino las palabras de su abuelo y el ímpetu de su madre la colocaron donde quería estar.
 
“Siempre quise estudiar medicina, apliqué la primera vez y entre nervios y poca preparación no quedé, pero nos debemos plantear todo en la vida y mi propósito era la medicina. Algunas personas me comentaron que lo pensara mejor, que se trataba de una carrera de mucho sacrificio y de muchos años y me dediqué a hacer cursos de otras áreas que no eran la salud a ver si conseguía una segunda opción”, pero no fue así, relata.
 
Se fue a Nueva York para estudiar inglés con Kaplan International Languages y siguió investigando y preparándose para presentar de nuevo hasta que logró su cometido. “Es un sueño todos los días estudiar y trabajar en algo que me apasiona”.

En el colegio no tenía malas notas, explica, no fue el mejor promedio de la promoción 85, pero en la carrera su pasión se endureció con lo que iba aprendiendo y estudiando y esta fue la razón por la que se graduó con honores.
 
E-ROQ Project
Una experiencia que forma parte de su vida actual es E-ROQ Project, un sueño hecho realidad en donde su colega Rafael Martínez es el presidente y fundador. Se trata de un proyecto que se desarrolla en Los Roques para enseñar inglés a los niños del lugar. Los Roques es uno de los principales sitios turísticos del país y según algunos datos, recibe al año 70 mil turistas, pero los lugareños no hablan el idioma para poder comunicarse abiertamente con los visitantes.
 

 
“El modelo se llevó a las Naciones Unidas en Harvard representado por La UCV por un grupo de médicos y entró en la categoría de Resolución Project, que básicamente son proyectos sociales. Este se enfrentó a infinitos proyectos de otros países y ganó, otorgándole la credibilidad que ameritaba. Fue un chispazo que permitió que empujáramos el proyecto registrado en EEUU con un estatus social no gubernamental que permite reducir impuestos a las personas que se solidarizaban con él. Igualmente está registrado en Venezuela como proyecto social”, destaca.
 
Andrea cuenta que al llegar a Los Roques se encontró con un choque cultural fuerte, con una notable diferencia que la impulsó a seguir con el proyecto en el que entró en junio 2019 y que cuenta con un diseño curricular (elaborado por la Metropolitana) dirigido a los chamos de 8 a 14 años que fuese lo más parecido a su entorno.
 
Otra experiencia que alimentó su espíritu social asociado a la medicina fue el último año de la carrera al dirigirse a una comunidad rural en la que debe aplicar el tema de su tesis. Fue en Oriente, en un caserío entre Carúpano y Maturín en donde trabajó en conjunto con el equipo de médicos sin fronteras y debían diagnosticar malaria y el impacto de la migración de los mineros que venían de Bolívar.

“Es inexplicable la conexión que establecí con la comunidad. Desconocemos siempre los problemas a los que se enfrentan las personas cuando llegan a un estado avanzado de salud y cuando vemos esas situaciones y caseríos tan alejados, con los medios de comunicación tan deteriorados y carreteras interrumpidas, entendemos”.
 
La segunda experiencia fue cuando empezó a trabajar como médico rural en Baruta, lo que calificó como un reto al ser responsable en el medio público, dar la cara en medio de las carencias y pandemia. A su vez aplicó y quedó para un trabajo con el grupo 911 integrado sorpresivamente para ella por ignacianos, es una empresa pre-hospitalaria privada, pero al cargo al que optó fue un proyecto social que se llamó Pam Baruta (programa de atención médica). En él los residentes mayores de 60 años del municipio Baruta podían servirse de emergencias, trastornos, patologías de piel y partes blandas, reacciones alérgicas.


 
Fueron casi siete meses como coordinadora del programa y este año asegura haberse dado cuenta que es difícil trabajar en algo que no tenga un componente social. “Eso deberíamos aplicarlo todos los venezolanos, porque este país necesita profesionales de la salud para ayudar a quienes lo requieran, porque al ser atendidos, también rescatamos ánimos y voluntades. Esta pasión por la medicina la adquirí al ver a mi madre, pero el colegio San Ignacio me dio las herramientas para enfrentar al mundo, simplemente es parte de mí”, asegura.