Desplazarnos para vivir
Por: Con Clase
      A-    A    A+



Placebo
Alonso Moleiro

Siempre pienso que hay dos maneras de viajar: una que es decidida con premeditación, con dinero propio, en ocasión de unas vacaciones que suelen ser familiares; y la segunda, con rango aleatorio, a destinos que no son decididos, con frecuencia invitaciones que tienen que ver con circunstancias laborales y compromisos profesionales.

Ambas formas de viajar vienen con sus normas y tienen gran encanto. En la primera solemos volver a lugares en los cuales alguna vez fuimos felices, acompañados de nuestros hijos, procurando consumir cultura y divertirnos despreocupadamente. En la segunda vamos con agendas concretas, constreñidos con el tiempo, no necesariamente a países que la estén pasando bien, y conocemos personas interesantes, y aprendemos cosas nuevas, e incorporamos experiencias en lugares con los cuales, habitualmente, también se conecta.

Viajar es uno de los placeres más extensivos y plenos de todos los que existen en la vida. Siempre lamento no haber podido viajar a más lugares, no tener más tiempo y más recursos para conocer sitios alejados y exóticos. Siempre regreso con nuevos enganches, nuevos aprendizajes y conclusiones incorporadas después de cada viaje.

Bajo el entendido de que cada quién hace con su plata lo que quiere, siempre he preferido invertir muchísimo más en viajes que en remodelaciones de apartamentos, automóviles, fluxes o juegos de comedor. He sacrificado, incluso, unos cuantos metros cuadrados del tamaño de mi casa cuando eso me ha permitido disponer de unos centavos adicionales que me permitan salir de viaje.

Personalmente, ubico dos nortes específicos cuando pienso en viajar: conocer nuevos destinos, y regresar a aquellos que nos han gustado siempre. A estos últimos acudimos a perseguir el aroma de nuestra felicidad pasada, a embriagarnos con el vino y saciarnos con la comida, a admirar la arquitectura y a paladear registros culturales enriquecidos. A los primeros vamos, también, a vivir nuevos instantes en otra parte, en hoteles que tienen otras camas y habitaciones que al despertar no reconocemos; a saludar a los colegas en el buffet del desayuno, a conversar con desconocidos en un coffee break, a tomar el transporte público de otras sociedades, a ver los rostros de las personas en cada nueva jornada laboral. A descubrir nuevos registros de la vida cotidiana. A conocer la comida, las bebidas, las televisoras, los periódicos, las ligas de fútbol de otros países.

Viajar no es, necesariamente, conocer ciudades bonitas.
Para un periodista, o para cualquier curioso en busca de comprensión, viajar es conocer el devenir humano. Es identificar problemas, apreciar contradicciones, escuchar historias, ver televisión, presenciar protestas, abrirse la cabeza apreciando otras religiones, otras citas, otros ritos y otros procedimientos para justiciar la existencia. También puede valer la pena conocer ciudades feas.

He conocido gente brillante y culta a la que no le place especialmente viajar. Hay gente que ama la calidez de sus rutinas, que resiente el ajetreo aeroportuario, los respingos de los aviones, las gestiones para un pasaporte, o que tiene una reserva inercial hacia las exigencias que plantean ciertos destinos y ciertas texturas culturales.

Hay, también, lugares peligrosos y sórdidos, conflictivos y nada fiables, a los cuales podemos acudir bajo advertencia, o mejor no acudir. Sobre muchos hay una zona amurallada producto de la ausencia de facilidades para llegar, las barreras religiosas e idiomáticas. Hay sitios en el planeta que ya probablemente no podremos conocer por falta de tiempo, vida y dinero.

Con toda seguridad, y a pesar de los obstáculos de la coyuntura internacional actual, el futuro mediato nos irá abriendo opciones para viajar cada vez a más lugares por menos precio. Hasta hace un tiempo no muy largo en términos históricos, la humanidad ni siquiera sabía que la tierra era redonda. En un futuro que ya no veremos, en unas cuantas décadas, recorrer el planeta será una empresa accesible y a la mano, similar a volar a Panamá. Algún día será completamente factible visitar Australia un fin de semana y no será necesario ir primero a Europa para conocer El Magreb, Irán o Indochina.

Sumo cada destino conocido, y cada país que puedo volver a visitar, a mi álbum personal de recuerdos y jurisprudencia. Cada nuevo viaje hecho es una nueva revelación. Viajar nos permite contextualizar nuestra existencia. Nos ayuda a relativizar nuestro presente, a dejar de creernos únicos, nos inyecta humildad, nos libera del polvillo de las convicciones provincianas.