Decir NO en Venezuela
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En Venezuela es muy difícil decir no. En Venezuela casi nadie se siente capaz de decir que no. En este país es difícil, "se va mal", es poco urbano, innecesariamente áspero, y extremadamente descortés, negarse de plano, manifestar no estar interesado, decir de inmediato que no.

Las formas de negarse en las convenciones cotidianas de este país son extremadamente laxas, diplomáticamente caribeñas, cargadas de melindres con la coletilla “hermanazo”; casi todas conjugadas en gerundio: “nos estamos hablando”, “vamos a ver qué vuelta le damos”, “llama la semana que viene a ver”, “te estoy avisando”.

El uso que le damos a la ausencia del “no” varía también, como muchas cosas en el país, de acuerdo a las clases sociales. En el mundo laboral de los sectores populares es habitual que, luego de sellar el compromiso con un “sí va”, la mano de obra no llegue a la hora, o sencillamente no llegue, encabalgada en otro compromiso asumido al mismo tiempo, siempre con el objeto de no tener que enfrentarse con el “no”. El “sí” viene con un “no” detrás.

“Te voy contando”, “estamos en eso”, “déjame ver cómo me organizo” son fórmulas acolchadas para hacer llegar al “no se va a poder” en un entorno mucho más comprensivo y anímicamente atenuado.

La primera vez que pude tomar nota de este peculiar hábito que tenemos los venezolanos como norma de urbanidad, como extraña seña de cortesía anarquizada, fue a partir de algún remolino de comentarios del universo de periodistas y corresponsales extranjeros en el país.

Al pedir entrevistas, al conversar con políticos, al pactar con productores, al entenderse con las autoridades, al acordar con conductores, al alternar con colegas locales en fiestas, he visto a muchos corresponsales extranjeros sufriendo, perdidos con un “te estoy llamando”, un “en la tardecita, tipo temprano” o un “sí, vale, claro.” Devanándose los sesos con las zonas misteriosas que dividen el “sí” del “no” en los convencionalismos locales venezolanos.

El “no” es un monosílabo que se extravía, que viene enfundado en unas posibilidades gruesas, abiertas, deslastradas de compromisos con horas y fechas. En Venezuela en muchas ocasiones un “sí” es un “no”.

Tener renuencia al fast trak del “no, no puedo hacerlo”, “no, no me interesa”, o “no creo poder asistir” es una conducta que por supuesto tiene sus fundamentos. Es decir, no es necesariamente malo tener este uso escurridizo y algo hipócrita de la negación que tienen los venezolanos.

Hay gente de nuestra estima que no queremos herir, ni ofender con alguna rotundidad indebida; hay momentos en los cuales nos gustaría, pero de verdad es imposible; hay ocasiones donde el tema no depende de uno, y a veces es necesario usar el gerundio para que un “no” gane espacio en espera de alguna contingencia que justifique las circunstancias.

La daga del “no”, administrado con firmeza y sin rodeos, es, en cambio, claramente más habitual en España, o las naciones del Cono Sur. “No, no se va a poder,” “no lo veo viable, la verdad, no podemos, lo siento”. Con mucha frecuencia, son “noes” con una crudeza que puede resultarnos desconcertante en el universo de melindres de la cordialidad criolla.

Hermanazo, cuenta conmigo, estamos en eso; claro vale, a ver cuando hablamos, podemos quedar en estos días; no eres tú, soy yo; sí chico, yo creo que sí, déjame ver qué podemos hacer, ah pues, tocar la puerta no es entrar.

Son muchos en este mundo los caminos que llevan al no. El nuestro tiende a tener esta escenografía.