Fotos: César Palacio
Luego de hacer una pausa voluntaria con la ensayística y la opinión, el galardonado autor venezolano coloca en el mercado su nueva novela, El Fin de la Tristeza, una historia sobre los abismos en las redes sociales, los trastornos de la conducta y los excesos de la psiquiatría
Luego de unos años ausente, Alberto Barrera Tyszka está de
regreso en el mercado editorial internacional con su sexta
novela, El Fin de la Tristeza. Publicada por Penguin Ramdom
House, es un relato que aborda los excesos de la psiquiatría,
los abismos de las redes sociales, la volatilidad del juicio
público y la tentación del suicidio, contextualizados en la
decadencia de la Venezuela actual.
Presentada en España y en México, es una historia que, según él mismo confiesa, quiso abordar un nudo apremiante de la vida contemporánea que asumiera la licencia de desarrollarse en Venezuela sin tener por ello que acudir a los relatos de la política.
Después de su laureada Patria o Muerte (premio Tusquets de Novela, 2015), Barrera retoma la narrativa luego de haber cerrado voluntariamente un ciclo como articulista de opinión (también muy celebrado), en Venezuela, en España y en los Estados Unidos, agotado, según confiesa, “de repetirse y repetir argumentos” ante la crónica circunstancia de los temas ya evaluados.
Con los contenidos de su obra, si la apreciamos más allá de la narrativa, habría que concluir que la mirada, la interpretación que hace Barrera Tyszka sobre la tragedia venezolana de estos últimos 25 años, se ha convertido en una de la más fiables y orientadoras para cualquier incauto o curioso.
En El Fin de la Tristeza, Barrera deja colar una aproximación muy crítica a las redes sociales como punto cumbre de la comunicación pública en este tiempo, en muchas ocasiones a partir de la sobreexposición y el narcisismo. “La privacidad es una conquista de la civilización”, afirma. “Por algo existe la privacidad. Las redes sociales se han convertido en un espacio para la exhibición sin pudor”.
¿Qué le quiere contar a sus lectores en esta obra?
-Bueno, quizás enfrentar al lector con esa permanente falta de certeza que tenemos en este mundo sobre lo que es real y lo irreal. Es una realidad que es muy evidente en una sociedad como la venezolana, donde el poder manipula el discurso y la asignación de la verdad. No puedo afirmar que mi obra tenga un “mensaje”, no lo tengo muy claro. Soy un poco reacio a eso, no me siento capaz de afirmar que escribo para dejar mensajes. Arturo Uslar Pietri afirmó una vez que se había convertido en novelista porque sentía que tenía muchas cosas que decir y que escribir ficción era un vehículo que le ayudaba. Bueno, ese no es mi caso, yo no puedo hacer mía esa apreciación. Uno puede querer o no decir cosas al escribir.
¿Cuánto tiempo le puede tomar pensar y escribir una novela?
-Los procesos para desarrollar ideas que culminen en una novela suelen ser lentos. Las cosas van madurando conforme pasan los días, a veces de manera desprevenida. Uno va anotando, creando estructuras, abriendo archivos, pensando en personajes, descartando temas. Hay ideas que toma varios años en madurar, uno trabaja en varias líneas. Una vez con todas las piezas en la mano, comienzo a escribir. Sobre lo que uno va haciendo vuelvo a trabajar, vienen nuevos ajustes. No hay un plazo fijo, en realidad.
Muchos autores afirman que para tener claro el cuento que se va a relatar, es importante tener resuelto cuál será su final. ¿Le ocurre a usted?
-Sí, pero no siempre, no necesariamente. En novelas que he hecho antes, como La Enfermedad, por ejemplo, tenía claro cual iba a ser el final. En ocasiones, el final te lo sugiere el propio proceso narrativo, como me pasó en Patria o Muerte. En el fondo, el reto es plantearle al lector cosas nuevas, que vayan más allá de lo que se está figurando.
¿Cuánto de lo vivido personalmente, de su propia experiencia, entra en su obra?
-Si me sucede, claro. En general es frecuente que en la obra de un autor haya fragmentos de experiencias vividas, no de una sola manera, no con uniformidad, sino de forma desordenada. En la obra escrita está uno, nunca de una sola forma. Son cosas que se mezcla con la ficción.
¿Le gusta tomar sucesos de la vida real para sus historias de ficción?
-Si, muchos autores lo hacen. Un escritor es un permanente espía de las circunstancias, la propia realidad le va contando cosas -a veces cuando no se lo espera-, para engordar su proyecto.
¿Por qué el tema del suicidio en el contexto social?
-No quise moralizar sobre ese tema, acá no hay una descripción que le ponga un sesgo, es un asunto delicado. Pero claro que son cosas que están presentes entre nosotros y por eso están integradas a la historia. Lo que digo es, “aquí está esto, esto ocurre”. Cosa que es cierta, además, está ocurriendo, han aumentado mucho los suicidios en Venezuela. En la novela hay un diálogo, un vínculo delgado entre intimidad y dinámica social, pero en esta ocasión en clave policial.
¿Ya está juntando elementos para su nueva obra?
-En este momento, fragmentos, ideas sueltas, sobre las que trabajo, voy haciendo anotaciones. Nada concreto, estoy trabajando. Esto es como cocinar a fuego lento.
¿Puede usted asumir obras por encargo?
-No. El único lugar donde uno toma una encomienda y la asume bajo determinadas directrices en el proceso narrativo es en los libretos televisivos. Digamos que ahí un producto, que es la técnica narrativa, se coloca al servicio de otro, de las exigencias para una producción en televisión. Los guiones para la televisión son, siempre, un producto por encargo.
¿Le gusta escribir para la televisión?
-Yo disfruto mucho hacer guiones para la televisión. Es un mundo que conozco, con sus dificultades y limitaciones. Lo que pasa es que el poder en estas lides ha ido cambiando de manos. Las plataformas actuales, contrariamente a lo que se piensa, son un modelo de negocios en crisis. Las producciones son muy caras.
En El Fin de la Tristeza se hace planteamientos que dejan colar un escepticismo hacia la psiquiatría como oficio ¿Tiene usted, en lo persona, un juicio crítico sobre la psiquiatría?
-Antes tenía menos. Mi padre fue psicólogo. Pasa de todo; las terapias son como las relaciones de pareja: hay que ir buscando al profesional que encaje para la terapia
Sobre la parábola que encierra el título de esta obra, será necesario navegarla hasta llegar a su final, y regresar al comienzo buscando su epígrafe, el extracto de un poema de Alejandra Pizarnik, en el cual queda dicho: “Y al final, nada será tuyo, salvo un ir hacia donde no hay dónde.”
Alberto Barrera, de frente y de perfil
Novelista, ensayista, cronista, articulista, Alberto Barrera Tyszka (Caracas, 1960) ahora está por estrenar un seriado en Netflix, Para Siempre, una historia sobre dos niños que presencian una muerte inesperada que marcará sus vidas en el futuro. Además de sus novelas, Barrera publicó en 2010 un volumen de relatos cortos, Crímenes. En el campo de la prosa conceptual, tuvo enorme éxito con Hugo Chávez sin uniforme, escrita junto a su esposa, la periodista Cristina Marcano, una de las biografías mejor acabadas del finado dirigente político, de amplia difusión en latinoamérica. Ha sido colaborador habitual de medios como The New York Times, El País, o El Nacional, en Venezuela. Como poeta, ha pertenecido a los grupos Tráfico y Guaire, y tiene cuatro libros publicados.
“No me siento capaz de afirmar que escribo para dejar mensajes”, afirma.