Aura Marina Hernández
“Yo no soy universitaria. No soy doctora. Soy una simple bachiller de la república a la que se le abrieron las puertas y pude salir adelante, creo que gracias al carácter, a la educación de hogar”
Hay un suceso histórico que, dice con sus cejas siempre arqueadas, marcó su vida: la visita de Jacqueline Kennedy Onassis a la ciudad de Maracay. La primera dama de Estados Unidos aterrizó en Venezuela el 16 de diciembre de 1961 junto con su esposo, el presidente John Fitzgerald Kennedy, para desarrollar la llamada Alianza para el Progreso. Y ahí estaba ella… intentando que no se le escapara ningún detalle.
“Esa visita quedó grabada en mi memoria forever”, recuerda Aura Marina, que en ese entonces era una moza menor de edad y soñaba con estudiar diplomacia o quizás idiomas en la Universidad de Ginebra. “Sí, yo quería ser intérprete. O diplomática. Quería ser algo así como Jackie Kennedy, que estudió fotografía y tomando algunas fotos conoció a su marido y terminó casada con él. Era como un sueño para mí”.
Y estaba casi lista para marcharse a Ginebra. Solo que el destino cambió sus planes y los de su familia. De manera dramática.
“Yo acababa de salir de quinto año. Estaba de vacaciones. Y me fui con un grupo de amigos a una carrera de carros en El Castaño. Todos nos sentamos irresponsablemente en la acera porque nunca pensamos que podría haber peligro. Pero un carro se coleó y se llevó a quince personas por delante, entre ellas a mi hermano Memo, quien entró en coma y fue diagnosticado con una embolia grasosa, por lo cual tuvo que ser trasladado en helicóptero al Hospital Militar. Allí fue recibido por el doctor Perret-Gentil, que le dijo a mi mamá: ‘De mil posibilidades, solo una para que este niño se salve, pero igual vamos a hacer todo lo que esté en nuestras manos’. Y entonces mi vida comenzó a cambiar. Porque mi hermano estuvo mes y medio en coma, yo tuve que mudarme a Caracas con mi mamá y mi hermana, y una tarde fue a visitar a mi hermano el nieto del general (Juan Vicente) Gómez, Florencio Gómez, que era muy amigo de la familia porque recuerda que nosotros vivimos en La Macarena, que era la casa de Gómez en Maracay, y como yo le conté que estaba aburridísima en Caracas, me preguntó: ‘¿Tú no quieres trabajar en Viasa?”
“Pero si yo no sé hacer nada”, recuerda que le respondió Aura Marina, quien a los 9 años había estudiado sin embargo en un colegio de monjas en Londres y había aprendido a hablar muy bien inglés y algo de francés, y por lo tanto era perfecta para trabajar en el departamento de reservaciones de la aerolínea. Un cargo que, sin pensarlo, se iba a convertir en el preámbulo de una historia profesional como relacionista pública que ya abarca más de cinco décadas, que acaba de coronar con la exposición Blue: La Vénézuélienne, organizada por la Cámara de Comercio Industria y Agricultura Venezolana-Francesa, en el Cubo Negro de Caracas; y que le ha impreso varios seudónimos al lado de su apellido. El de “Madame Caméra”, como la bautizó el diseñador italiano Gianfranco Ferré. O “Blue”, como la llaman hoy no solo sus amigos más cercanos sino también los clientes de la empresa que creó hace 17 años junto con su hija: Blue Press Service.
“Así fue como empecé a trabajar en el Telephone Service de Viasa. Éramos un grupo de jóvenes que atendía a los clientes. En ese mismo departamento estuve nueve años, y fue maravilloso, porque nos pagaban 100 dólares y en aquel momento era dinero”, respinga ella. Y agrega: “Cuando mi hermano Memo se recuperó, también formó parte de Viasa. Como hablaba perfecto inglés, alemán y español, fue contratado para trabajar en el departamento de reservaciones. Y mientras yo estuve allí conocí a quien se convirtió en mi esposo (el tripulante francés de viajes, Alexandre Edrel). Ahí me casé. Ahí nació mi hija. Y ahí también me divorcié. Hasta que un día llegué a casa de Maruja Beracasa y mi vida volvió a cambiar”.
Como si se tratara de la narración de un folletín francés, ella hace una pausa, acaso para sembrar la intriga. Y se entiende: porque con Maruja Beracasa, la socialité y empresaria caraqueña, hija de Carlos Beracasa y Alegría Benzecry, hizo una amistad casi de inmediato. Y efectivamente inició el segundo capítulo de su carrera.
“Apenas llegué a casa de Maruja me preguntó si quería trabajar en su empresa de guía y protocolo. Ya me había ido de Viasa, había pasado por Viajes Miranda, donde el doctor Burelli Rivas, por cierto, me firmó el diploma de guía oficial. Y había comenzado a vender ropa, zapatillas bellísimas y anillos que me traía mi marido de cada uno de los viajes que hacía a París o a Madrid, y que a todas mis amigas le encantaban. Pero no pude decirle que no. Y en Publicis comencé a trabajar cuando había congresos o conferencias. En la Conferencia de las Naciones Unidas por el Mar, por ejemplo. En la Cumbre de los Presidentes de Centroamérica. Recibía en el aeropuerto a las personalidades que llegaban al país, les hacía el protocolo de recibimiento, y los trasladaba hasta las salas de conferencias. A Anastasio Somoza, a Martín Torrijos. A la reunión de la Opep en los tiempos de Carlos Andrés Pérez, con quien estuve en la toma de posesión. A las Conferencias de Fedecámaras. Maruja me mandaba a mí a las mejores actividades, porque nos hicimos amiguísimas desde el primer día”.
Y con Maruja Beracasa inició también el tercer capítulo de su carrera: el de la moda. “Porque Maruja siempre estuvo muy ligada a Dior. Ella se casó con un traje de Dior. Su hermana y su cuñada también. Y tuvo la primera boutique en Lausanne, Suiza. Así que cuando el director de licencias de Dior decidió venir a Venezuela para supervisar aquí, la llamó. Pero ella estaba muy ocupada, porque amaba a Publicis, que era su empresa junto con Antonieta Scanonne, esposa de Luis Teófilo Núñez, y Beatriz Uzcátegui; ¿y a quién encargó...?”.
“Creo que uno no tiene que ser rico para vestirse bien. Solo tienes que saber escoger bien y combinar bien para estar arreglado”
Aura Marina Hernández arquea nuevamente sus cejas y hace otra pausa que, ya sabemos, va a continuar de inmediato. “Lo que me dijo el director de licencias de Dior fue: ‘Pero esos lentes de Balenciaga y ese cinturón de Gucci te los vas a tener que quitar’. Me los quité. Y la primera vez que llegué al Queen Elizabeth Hotel de París, esto no se lo he contado nunca a nadie, estaba muy asustada, así que llamé a Maruja para preguntarle si me podía ir mejor para su apartamento en la avenida Foch. Ella me había dado su maleta Dior, su abrigo Dior, y me había dicho que me tenía que poner todo. Me ayudó muchísimo. Y al día siguiente me asusté mucho más cuando llegué a la boutique y el encargado me dijo que escogiera lo que iba a usar y que me lo pusiera, ahí, delante de él, porque ellos están acostumbrados a hacerlo con las modelos. Pero yo me fui a otro cuarto, elegí un taller verde con un pantalón del mismo color. Y así comenzó una nueva historia, porque me contrataron como delegada de Dior para Colombia, Panamá, Aruba, Curazao, Cuba, Santo Domingo y Haití”.
“El nombre de Madame Caméra me lo puso Gianfranco Ferré porque yo llegaba a las fiestas con una camarita y le decía: ‘Por favor, una foto con la prensa venézuéliénne. Porque yo invitaba a las venezolanas importantes a las grandes actividades de Dior. A la embajadora. A Madame Cisneros. A Madame Revenga. Y como los fotógrafos de Dior no le prestaban demasiada atención a la prensa, yo agarraba mi camarita, tomaba las imágenes, y al llegar a Venezuela se las entregaba a Roland Carreño para que las publicara en el diario El Nacional. Por cierto, fue Roland quien me dio la idea de que creara mi propia empresa. Y a Eugenio Méndez se le ocurrió que la bautizara Blue porque mi nombre, decía él, era como Agua Marina, Azul Marina, Aura Blue. Y se quedó Blue”. Y ella, Madame Blue.