Los latinoamericanos pareciéramos encontrarnos singularmente bien preparados para enfrentar esta realidad que surge
América Latina: ¿Habrá Llegado su Hora?
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Por Alfredo Toro Hardy


La educación se asocia con la noción, cabalmente aceptada, de que la juventud es la etapa de la vida en la cual debe acumularse el máximo conocimiento académico posible para enfrentar los retos subsiguientes de ésta. Mientras mayor sea el saber que se apertreche durante ese período, según dicha premisa, mayores serán las posibilidades de enfrentar con éxito las exigencias de un mundo altamente competitivo. La idea que da sustento a una educación basada en la acumulación de conocimientos se topa, sin embargo, con un problema: la tecnología avanza con tal rapidez que es imposible determinar cuáles serán los conocimientos que permanecerán vigentes o resultarán útiles en pocos años. En palabras de Margie Warrell: “Los expertos en educación de adultos estiman que el 40% de lo que los alumnos de educación terciaria aprenden hoy resultará obsoleto dentro de una década, cuando les tocará trabajar en empleos que aún no han sido creados” (“Learn, Unlearn and Relearn”, Forbes, February 3, 2014).

La noción de una tecnología en proceso de avance exponencial echa por tierra toda visión acumulativa y estática de conocimientos. Por el contrario el aprendizaje permanente, la educación continua a lo largo de la vida, es la única forma de amortiguar el impacto de una “creación destructiva” que todo se lo lleva por delante. No obstante, la idea del aprendizaje continuo no puede identificarse con ir añadiendo nuevas capas de conocimiento a las preexistentes. Ello, por la simple razón en que toda atadura a lo que se conoce puede llegar a transformarse en sí misma en la mayor rémora para seguir aprendiendo.

En efecto, la capacidad de adaptación en medio de un entorno en permanente transformación requiere saber cuestionar y abandonar los paradigmas existentes. Fue Thomas Kuhn quien acuñó el término paradigma para referirse a un sistema de creencias que provee una visión coherente del mundo circundante. Una vez aceptados, según señalaba, estos sistemas de creencias resultan muy difíciles de desechar. Ello, pues las novedades emergen con dificultad y deben enfrentarse al entramado de expectativas creadas por la visión prevaleciente. Sin embargo, la rapidez de los cambios que la Cuarta Revolución Industrial traerá consigo será tal que sólo la posibilidad de aprender, desaprender y volver a aprender en rápida sucesión, permitirá adaptarse a ellos. No en balde Alvin Toffler señalaba que los analfabetas del siglo XXI serán aquellos que no sepan adaptarse a esa triple capacidad. Atarse a paradigmas sería, por consiguiente, la mayor expresión de analfabetismo.

Nuevamente, en palabras de Margie Warrell: “Desaprender es alejarse de algo. Es como remover pintura vieja. El pintor que necesita preparar una nueva superficie sabe que quitar las viejas capas de pintura le representa el 70% del trabajo a realizar, mientras que repintar le significa apenas el 30%”. En otras palabras, quien no esté dispuesto o capacitado para asumir una reinvención cognitiva periódica simplemente quedará fuera del juego. Es evidente que pretender competir con las computadoras en términos de conocimientos adquiridos es una labor sin propósito. Es así que un sistema educativo de vanguardia, como lo es el de Finlandia, está cambiando su método de enseñanza. La creatividad, el pensamiento crítico, la adaptabilidad, la firmeza de carácter, la disposición al aprendizaje continuo y la resiliencia, están pasando a ocupar la prioridad. La acumulación de conocimientos pasa a un lugar secundario. Ello resulta congruente con el hecho de que un iPhone contiene más información de la que se puede llegar a requerir a lo largo de una vida entera. La adaptabilidad a entornos fluidos, en cambio, resulta fundamental. Es ella la que capacita para aprender, desaprender y volver a aprender.

Los latinoamericanos pareciéramos encontrarnos singularmente bien preparados para enfrentar esta realidad que surge. Junto a la capacidad para movernos dentro de la lógica convencional, disponemos de un importante reservorio de intuición e imaginación con el cual impregnamos a aquella. Esta mezcla, apta para enriquecer o distorsionar nuestra óptica perceptiva, potencia lo que se denomina como el pensamiento lateral. No en balde el realismo mágico constituye el signo distintivo de nuestra región. La creatividad y la capacidad de improvisación nos vienen en efecto dadas de manera natural. A ello se une un talento especial para la adaptabilidad. ¿Cómo sobrevivir de otra manera en medio de un entorno siempre signado por la imprevisibilidad? El método, la sistematicidad, la constancia y la disciplina de pensamiento y de acción nos resultan, en cambio, mucho más difíciles de alcanzar. Es por ello que América Latina se ha constituido en la tierra del mañana nunca realizado. Constituimos, en cambio, la tierra de la flexibilidad por excelencia.

Bien pudiese resultar que la misma idiosincrasia que nos ha impedido dar el salto al desarrollo se transforme en nuestra mayor virtud en los tiempos que se avecinan.





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