Se estarían creando las condiciones para una futura Guerra Mundial por vía de la gestación de un resentimiento ruso mayúsculo hacia Estados Unidos y Occidente
Dimensiones de la Guerra en Ucrania
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Por Alfredo Toro Hardy


El conflicto en Ucrania se desarrolla en varias dimensiones que se retroalimentan entre sí. En primer lugar, responde a una confrontación de ideas entre quienes propugnan el internacionalismo liberal y quienes responden a los imperativos del realismo político. Para los primeros los beneficios de la democracia y el libre mercado son la aspiración natural de todo Estado y un derecho soberano que no le puede ser negado por un vecino demasiado poderoso. Subsumirse a la esfera de influencia occidental, a su mercado ampliado y a su mecanismo de seguridad colectiva representan una garantía de acceso y preservación a tales valores. Para los seguidores del realismo, el respeto al sentido de los límites resulta esencial para preservar un orden internacional estable. Vulnerar la seguridad de un Estado obsesionado con ella, por vía de la proyección sobre sus fronteras de una esfera de influencia ajena e intrínsecamente hostil, constituye un acto de provocación que genera consecuencias.

En una segunda dimensión, este conflicto y sus aristas colaterales reproducen muchas de las características que condujeron a la II Guerra Mundial. Entre ellas las siguientes. La presencia de un eje entre una potencia europea y una potencia asiática (Alemania-Japón en un caso y Rusia-China en el otro) que aspira a redefinir sus respectivos órdenes geopolíticos regionales y que actúa como factor de refuerzo recíproco. Dentro del escenario europeo, por su parte, se darían varias similitudes entre la Alemania nazi y la Rusia actual: Revanchismo histórico (en un caso representado por las imposiciones aliadas tras la pérdida de la I Guerra Mundial y en el otro por la impotencia y las humillaciones sufridas tras el colapso soviético); la presencia de una población étnica propia en un Estado vecino y la búsqueda de absorción de los territorios donde ésta radica (los Sudetes checoslovacos en un caso y el Donbas ucraniano en el otro); la existencia de una parte del país separada de su masa territorial por un Estado vecino (Danzig para Alemania y Kaliningrado para Rusia); la procura de recursos energéticos mayores (los yacimientos soviéticos del Cáucaso por parte de la Alemania nazi y las inmensas reservas gasiferas del Mar Negro ucraniano por parte de Rusia).

En una tercera, se recrea el riesgo de escalada hacia la confrontación nuclear que caracterizó a los momentos álgidos de la Guerra Fría. Las crisis de Berlín en 1948 y 1961 y de de los misiles en Cuba en 1963 estuvieron a punto de desencadenar tal escalada. En lo esencial, sin embargo, desde que a comienzos de los cincuenta Stalin comprendió que no era posible obtener nuevas ganancias territoriales en Europa, el expansionismo soviético se mudó al Tercer Mundo. Ello alejó las tensiones de la Guerra Fría del punto geoestratégico más sensible y lo mudo a regiones periféricas del planeta. La únicas excepciones vinieron dadas por Berlín en 1961 y Cuba en 1963, áreas vitales tanto para Moscú como para Washington. La actual guerra en Ucrania no sólo se desarrolla en un área vital para Rusia sino que es a la vez contigua al paraguas protector de la OTAN. El riesgo de escalada resulta necesariamente elevado. Tanto más cuanto que, a diferencia de los tiempos de la Guerra Fría, no existen protocolos establecidos para manejar las tensiones ni una doctrina nuclear compartida en esta materia.

En una cuarta dimensión, esta guerra reconfigura no sólo el orden de seguridad europeo sino la correlación estratégica entre las grandes potencias. En virtud de lo primero no sólo se ha revitalizado y puesto en estado de alerta a una OTAN que se hallaba en letargo, sino que se ha evidenciado la seriedad con la que Rusia demanda una reorganización de las fuerzas dentro de dicha alianza. Mientras la OTAN siente que su frente Este se encuentra bajo asedio, Rusia insiste en que dicha organización retire contingentes militares y armamentos de ese mismo frente. Dentro de la correlación entre las grandes potencias, por su parte, el conflicto en Ucrania obliga a Estados Unidos a brindar prioridad estratégica a Europa. Ello, a expensas de su política de contención a China. Esto no sólo fuerza a Washington a priorizar al contrincante menor sino que abre un período de oportunidad estratégica excepcional para Pekín.

En quinto lugar, se estarían creando las condiciones para una futura Guerra Mundial por vía de la gestación de un resentimiento ruso mayúsculo hacia Estados Unidos y Occidente. La inmensa brecha entre la narrativa rusa sobre la guerra y sus causas y las devastadoras sanciones económicas impuestas a ese país, sólo podría ser entendida como expresión de un virulento sentimiento anti ruso por parte de Occidente. En efecto, el control ejercido por el Kremlin sobre sus medios de comunicación social y sobre las redes sociales presentes en el país, determina la visión que el ciudadano ruso tiene sobre el conflicto. Bajo esa visión, no existiría una relación de causalidad entre las acciones rusas y el peso de las sanciones impuestas como resultado




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