Lo dramáticamente cierto es que la realidad socio-política ha cambiado más de lo que creemos.
Primarias Fast Food
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Por Marcos Villasmil


Es público y notorio que la oposición vinculada a la llamada Plataforma Democrática ha decidido organizar unas elecciones primarias para escoger al candidato que la represente en las elecciones presidenciales que deberían realizarse en 2024. Obviemos por hoy consideraciones sobre la posibilidad o no de que Maduro y sus merry men cumplan y permitan la realización de unas votaciones con algún chance de ser competitivas, y no se aplique algo similar al “modelo Ortega”, o sea la farsa electoral de fines del año pasado en la sufrida Nicaragua. Sobre todo porque ello implicaría graves problemas, incluso de salud, para el liderazgo opositor.
Un querido amigo me pregunta, al vuelo de una conversación cordial, -tenemos una amistad que se acerca al medio siglo- sobre la posible candidatura para las primarias de C, un amigo común. Le respondo: “si C quiere en verdad triunfar, no solo presentarse, y me pidiera un único consejo, le diría que en la campaña hiciera todo lo contrario a lo que ha hecho hasta ahora” (él y todos los políticos de nuestra generación, de las anteriores, e incluso de las actuales).
 
Lo dramáticamente cierto es que la realidad socio-política ha cambiado más de lo que creemos. Y el resto de esta nota intentará dar alguna explicación a ello.
Partamos del hecho de que en Roma y en Buenos Aires, en Lima y en Madrid, en Tokyo y en Varsovia, la polis discute en red. Y es una discusión política con un menú de comida chatarra, “fast food politics”. Algo rápido, y luego a otro plato, nos recuerda el periodista Diego Fonseca, estudioso constante del fenómeno populista y de su hábil manipulación de las redes sociales.
A ello contribuye la visión de la política -y el político- como productos a comercializar. La política es hoy un acto exhibicionista, con el candidato como “performer”. Lo político no se debate o medita, se consume.
Los ciudadanos estamos hoy atrapados en esa inmensa tela de araña llamada redes sociales. Mencionemos brevemente palabras de Diego Fonseca en su libro “Amado Líder”.

“Facebook es el viejo mercado de la plaza donde se reúnen los vecinos; a Twitter fueron a parar periodistas, intelectuales y profesionales: un café universitario. Instagram vende la imagen personal. WhatsApp y Telegram, una sinergia instantánea que ni la Tv ni el teléfono ofrecieron nunca: voz, fotografía, videos, llamadas en grupo. Un feedback inmediato. Un centro de comunicaciones en la palma de la mano”. Y con el problema adicional de que “en la discusión perpetua (incluidos el griterío y la alharaca), nada se concreta”. Candidatos oportunistas siempre hubo; el problema es que hoy abundan más que nunca, y encima aterrizan en momentos en que la crisis de representatividad y legitimidad de la política se ha hecho viral.
Todo lo anterior afecta forzosamente no solo a las dirigencias, sino a los instrumentos partidistas. Cuando lo que importa es el líder -no las ideas- su carisma y sonrisa, las organizaciones políticas pasan a un segundo plano, convertidas en torres de papel. Por ello, más que partidos hoy se habla de “movimientos” (para todo, y como ya hemos señalado anteriormente, con toda clase de nombres absurdos).
Mientras tecleo me doy cuenta de que no sé la respuesta a la siguiente pregunta: ¿cómo se llama el partido/movimiento del señor Rodolfo Hernández? Y eso a pesar de que he leído con interés cuanta nota, artículo, entrevista o ensayo me ha llegado sobre las elecciones colombianas.
Busco en Google, se llama: La Liga de Gobernantes Anticorrupción («LIGA”), creada en octubre de 2019 por el exalcalde de Bucaramanga. Esa es la moda, movimientos “pret-a-porter”, o si se prefiere “lave y listo”. A la medida de las ambiciones del candidato creador del dispositivo electoral. Eso sí, toda esta nueva ola dirigencial (allí está el caso de Perú, con la parejita Castillo – Fujimori, el caso chileno, con Boric-Kast, o el mencionado caso colombiano, con Petro y Hernández) tiene en común un rasgo populista fundamental: nadie busca unir en verdad, todos apuestan por la división, así crecen las chances. ¿Acaso no es hoy presidente de Perú un candidato, el señor Castillo, que sacó 18% en la primera vuelta?
Finalicemos con un caso tan extremo como verídico, citado por Fonseca, de las elecciones regionales mexicanas del pasado 2021: Samuel García, “un muchacho aparentemente con más dinero que ideas”, se candidateó para la gobernación del poderoso estado industrial de Nuevo León. García no tenía mucho que ofrecer salvo la habilidad de su audaz pareja, Mariana Rodríguez Cantú, una influencer de Instagram creadora de una marca de cosméticos y con una legión de seguidores.
Durante la campaña ella logró movilizar fundamentalmente voto joven hacia su partido ( con un nombre seguramente pergeñado sin mucho esfuerzo, Movimiento Ciudadano), usando como plataforma de mensaje, programa y publicidad, un reality show donde exhibía su vida con García. Algo similar al exitoso programa de las hermanas Kardashian en la Tv norteamericana. “Todo se reducía a producir videos mundanos; nada de propuestas, pura exhibición. A veces se veía a García cayéndose luego de intentar patear un balón de fútbol”.
El núcleo de la campaña era la notoriedad, y llegar más rápido, más lejos, más alto. En su forma más simple y cruda. No les interesó nunca ofrecer una propuesta programática; lo suyo era hacerse conocidos y queribles por el público -antiguamente formado por ciudadanos-. Cómo gobernar sería algo para pensar luego. Cada consumidor/elector debía sentir que los Rodríguez Cantú-García “eran como ellos”. Antiguamente, las campañas políticas necesitaban estrategas y financistas; ahora por lo visto se le debe dar prioridad a los influencers.

Sentencia Fonseca: “Rodríguez Cantú tanto vendía su marca de indumentaria como a su marido: todos productos”. Y, claro, García-mercancía ganó.
Más que voto castigo, un voto estúpidamente masoquista. Creo que la frase “la voz del pueblo es la voz de Dios” no debe tener muy contenta a la divinidad. Y si esta es la nueva política, que Dios nos agarre confesados.