Hacer frente al empuje “hacia afuera” instrumentado por China no es tarea fácil. La distancia desde California hasta al Mar del Sur de China es de 7.400 millas, mientras que desde Hawái es de casi 6.000
China, Estados Unidos y el Mar del Sur de China
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Por Alfredo Toro Hardy

El Mar del Sur de China representa la ruta naval natural entre los océanos Pacífico e Índico. Por ella transitan anualmente mercancías valoradas en cinco billones (millón de millones) de dólares. En adición a sus inmensos reservorios de hidrocarburos, allí tiene lugar un 12 por ciento de la pesca global. Se trata del torrente sanguíneo de las economías del Sudeste asiático en donde habitan 620 millones de personas (H. Hawksly, The Struggle over the South China Sea, New York, 2018).

Para China, este mar representa el epicentro de su expansión geopolítica. Apelando a derechos ancestrales a contracorriente del derecho internacional, esta nación reclama para si un 90 por ciento de dicho espacio marítimo. Para consolidar su control sobre el mismo, Pekín se ha abocado a su militarización. Estados Unidos, de su lado, busca evitar que a través de una política de hechos consumados China se salga con la suya. A tal efecto, se ha dedicado a contener los objetivos expansionistas chinos a través de periódicas manifestaciones de fortaleza naval.

Hacer frente al empuje “hacia afuera” instrumentado por China no es tarea fácil. La distancia desde California hasta al Mar del Sur de China es de 7.400 millas, mientras que desde Hawái es de casi 6.000. A la inversa, parte de las costas chinas se proyectan sobre ese mar. Ello configura, en relación a Estados Unidos, lo que J. Mearsheimer califica como el poder paralizante de las grandes distancias marítimas (The Great Tragedy of Great Power Politics, New York, 2021).

Por lo demás, intentar contener al que contiene es en extremo difícil: Mientras Estados Unidos busca frenar la expansión china, China busca frenar la penetración estadounidense. Esto último cobra forma a través de un firme control de dicho espacio marítimo por parte de Pekín. El mismo se expresa a través de la construcción y militarización de veintisiete islas artificiales en los denominados archipiélagos Paracel y Spratly y por vía de la concentración en esa zona del grueso de su armada.

Las construcciones y militarización realizadas en los archipiélagos citados incluyen, entre otros, tres puertos militares del tamaño de Pearl-Harbor, pistas de aterrizaje aptas para bombarderos y aviones de combate e instalaciones de misiles. Por lo demás, la mayor parte de la armada y de la fuerza submarina chinas, que hoy constituyen las mayores del mundo, se encuentra desplegada en ese mar. Todo ello genera una sinergia anti acceso y de denegación de espacio mayúsculos.

En caso de hostilidades allí, Estados Unidos se encontraría particularmente mal preparado para prevalecer militarmente. Su fuerzas de ataque serían necesariamente navales y aéreas y éstas resultarían altamente vulnerables frente al atrincheramiento chino. Tanto la U.S. Navy como la U.S. Air Force han dado prioridad a las misiones de corta distancia por sobre las de larga distancia. Mientras la Fuerza Aérea cambió su énfasis desde los bombarderos estratégicos hacia los aviones de combate de corto radio de acción, la Armada abandonó por completo las misiones de bombardeo de larga distancia (J. Hendrix, “Filling the Seams in U.S. Long-Range Penetrating Strike”, Center for a New American Security, April 7, 2018).

Las campañas en Kuwait y en Kosovo, en la década de los noventa, determinaron la puesta en práctica de esta nueva política. En base a la misma, los aviones de combate pasaron a enfatizar ataques de precisión, alto volumen de despegue y vuelos de corta distancia a partir de portaviones o pistas de aterrizaje cercanas. En adición a ello, sus aviones de combate F-22 y F-35A son por diseño aviones de corto radio de acción. En otras palabras, cualquier intento estadounidense por desafiar el empuje hacia fuera chino requeriría de una peligrosa aproximación de sus portaviones a los objetivos que busca atacar (J. Hendrix,citado).

Esta necesidad de aproximación los convertiría en presa fácil para el armamento asimétrico chino, particularmente para sus misiles DF21/CSS-5. Estos últimos permiten destruir portaviones enemigos a más de 1.500 millas de distancia. Por lo demás, si algo ha demostrado la actual guerra en Ucrania es que a pesar de poseer una de las mayores y más sofisticadas fuerzas aéreas del mundo, Rusia ha resultado incapaz de imponer su superioridad aérea sobre el teatro de operaciones. Esto ha sido el resultado de la movilidad evidenciada por las fuerzas ucranianas en el uso de misiles terrestres anti-aéreos, a los cuales se atribuye la destrucción de decenas de aviones de combate rusos. Según M. K. Bremer y K. A. Grieco, las hostilidades en Ucrania están conduciendo a un cambio de paradigma con respecto al valor del poder aéreo. En base al mismo, la denegación de espacio aéreo mediante el uso de mísiles móviles desde tierra hace posible neutralizar la superioridad aérea de la otra parte (“In Denial about Denial”, War on the Rocks, June 15, 2022).

De llegarse a una guerra sobre este espacio, Estados Unidos la tendría difícil.


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