Por Manuel Salvador Ramos
“Siendo que mucho de lo destruido ha sido construido por la opresión simbólica, histórica y colonial de nuestra moral; sí, es un asunto moral. No es el momento de defender la violencia, pero sí de entender que algo de violento tienen los cambios sociales, porque lo que hay es un diálogo entre violencias que apela, finalmente, al reconocimiento-, y ¿cuál será la violencia..”
María Elisa Quinteros, quien fue presidenta de la Convención Constituyente, concedió una entrevista en donde declaró lo siguiente: “Creo que dentro de poco puede haber otra crisis social que movilice a las masas si las necesidades de la población no son atendidas en un tiempo razonable”
Las citas anteriores corresponden a dos personas distintas. La primera expresada por la periodista Andrea Cienfuegos, dirigente del Frente Amplio, cuando en una declaración analizó la etapa postconstituyente. La segunda es el párrafo de una entrevista que la expresidenta de la Convención Constituyente otorgó a un medio periodístico griego. Las hemos escogido porque son planteamientos expresados por personajes que actúan dentro del ámbito de la izquierda radical chilena y en ningún caso puede aducirse que son frases entresacadas de contextos más amplios.
Hagámonos una pregunta. ¿Es extraño que el Partido Comunista y el abigarrado conjunto de grupos que se colocan en la extrema izquierda, jueguen a la polarización? Quien así lo piense peca de inocente o de cínico. La Nueva Izquierda y el Partido Comunista han jugado con la polarización del país de manera irresponsable y destructiva. Esto se debe a que conciben la política como lucha de amigos y enemigos, parapeteandose bajo eslóganes vacíos como “antineoliberalismo” para atizar el miedo y el odio. Además, en ese ámbito del análisis, nos encontramos con que ponen en boca del “pueblo” y de la “sociedad” sus propias consignas o lemas y luego las difunden como “sentidas aspiraciones populares”.
Afortunadamente, esa estrategia maligna fue la que autodestructivamente hizo naufragar a la aparatosa Convención Constituyente. El triunfo del Rechazo es, entre otras cosas, una reafirmación del espíritu del plebiscito de 1988: sin miedo, sin odio, sin violencia. La mayoría de los ciudadanos de Chile está cansada de que los políticos los utilicen como “carne de cañón” en las luchas facciosas de élites mientras su calidad de vida disminuye día a día.
El Presidente Gabriel Boric tendrá que responder primero ante el electorado y luego ante la historia, si es que no muestra el carácter, y la decisión que exigen abandonar el cultivo interesado de antagonismos que proviene del seno de su propio gobierno, atizados por Apruebo Dignidad y por sectores del Frente Amplio. Hemos creído que en la trayectoria política de Boric hay elementos positivos que le permitirían desenvolverse en el horizonte político, pero todo indica que en el fondo de su personalidad subsiste una tendencia en la cual él subestima sus propios criterios, determinando ello que personalidades más fuertes que interactúan en ese círculo íntimo llamado Comité Político, impongan la orientación de las decisiones gubernamentales. Por más poemas que lea, si la estrategia de su sector sigue siendo alimentar la desconfianza a un país temeroso de su inmediato futuro y solo darse gustitos de campus universitario, vivirá los largos años que le quedan por delante en medio del reproche popular, convertido tempranamente en un “pato cojo”. No sé si el Presidente se ha enterado que han pasado ya once años desde las movilizaciones estudiantiles que colocaron su nombre en la marquesinas; no sé si ha entendido que gobernar a Chile exige experiencia política, y no es precisamente en el sanedrín de cinco ministros donde podrá encontrar el acopio de inteligencia y madurez que exige el país.
Por otro lado, es decir, mirando el flanco de quienes sonríen satisfactoriamente por el triunfo del Rechazo, se hace también necesario establecer líneas de reflexión. La premisa es enfatizar y recalcar que la polarización es un veneno peligroso. No sólo corroe a quien la promueve, sino también a quien es señalado como enemigo. Por esa razón, el triunfo del Rechazo trae sus propios peligros a quienes ven la victoria de esa opción como “su momento”; es decir, la oportunidad de la venganza; el tiempo de hacer al adversario lo que él quería hacernos. Si se cruza esa línea se termina siendo lo mismo que se combatió, pero con distinta excusa. Habrá ganado la polarización y sonreirá la izquierda nihilista porque sabrá que cualquier péndulo de la historia les dará oportunidad de vengarse.
¿Cómo encarar el llamado a buscar acuerdos sin miedo, sin odio y sin violencia? Tendiendo puentes ahora mismo, con espíritu y visión constructiva. El ejemplo perverso para Chile está en la historia venezolana de los últimos veintidós años: un país en el cual se enquistó una clase política que solo muestra habilidad para oscuros manejos crematísticos y para engañar a la ciudadanía con el juego de promesas falsas y lemas de puño cerrado. ¿Cuál ha sido el resultado de esa perversa concepción del Poder?: un país deshecho que deberá esperar décadas para reconstruirse política e institucionalmente.
Chile debe continuar el proceso constituyente. En la última encuesta CADEM, un 66% señaló que Chile requiere un nuevo pacto constitucional, pero cambiando la gramática de la polarización por la letra democrática y ciudadana. La magnanimidad es más valiente que el triunfalismo. ¿Es eso ser ingenuo? No, ingenuidad es pensar que el adversario desaparecerá. Hoy los caminos moderados y centristas parecen trinchera de pusilánimes, pero la larga carrera de obstáculos recién comienza y serán los que conserven la cabeza en medio del desastre quienes llegaran con el espíritu intacto al otro lado de las batallas.