La noticia como morada
Mariahé Pabón, periodista eterna
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Por Faitha Nahmens Larrazábal


No miente su cédula; pero tampoco dice toda la verdad. Para empezar, la presenta como María Elena Pabón, cuando ella desde siempre se ha identificado con la versión abreviada, con la que se ha hecho, pues, un nombre. Asimismo, de tan vital —parece atrincherada en un intervalo de plenitud— cualquiera pone en duda la información que tiene que ver con la cuenta de sus días. Su talante jovial le otorgará por siempre menos abriles. Su manera de bailar completará el desmentido. Suceso extraordinario que roza lo mítico, leyenda urbana fundamentada en la seductora polvareda que levanta en cada jornada, hay que verla en acción, cimbreante, el andamiaje sostenido por unas caderas planetarias y unas piernas históricas. De hecho, el premio que exhibe con más orgullo es el que obtuvo por bailar vallenatos y cumbias en festivales colombianos.

La escueta credencial también queda en deuda con la realidad cuando indica cuál es la nacionalidad de su portadora y obvia cualquier referencia a su origen, del cual da constancia del perseverante dejo que rocía su guapachosa conversación. “Venezolana”, dice, saltándose sin más los malabares de su amplio corazón, en cuyo interior palpitan con simultánea equidad los países miembros de su Gran Colombia personal. Idéntica displicencia para con las señas personales. No consigna el color negro tinto de su cabello, la mirada achinada o el arco enigmático de las cejas que se distienden con cada carcajada. Ni hace alusión alguna a su calidez infinita, al igual que suprime un dato insoslayable: que es una deslenguada impenitente y una narradora que hipnotiza.

Claro que resultaría titánico resumir tanto afán: mudanzas, victorias, vocación, parentela o amores. Esta mujer que ha vivido con intensidad para contarlo,de igual manera no se amedrenta con el evocador ejercicio: “Un día lo decidí y me vine”. Así comienza. Con la confesión de aquella determinación repentina, y con la interpretación de sus razones: dado que aquella, su primera relación amorosa seria, la que le dejó lo mejor de su vida, su hija Martha, devino despropósito, mejor irse con su duelo bien lejos.

Nueva York sería el destino y Caracas el puente, pero quiso el azar, que tiene sus propias leyes, dejarla atrapada aquí.

¿Conocías Caracas?

No, y sencillamente me deslumbró

¿Qué fue lo más difícil de dejar atrás?

Crees que te dejas a ti misma. Que dejas a tu pasado, a tu vida, que por otra parte es lo que buscas, al menos dejar encerrados con siete llaves ciertos episodios; aunque después compruebas que no ocurre ni lo uno ni lo otro.

¿Qué querías borrar?

Para empezar, la violencia.

Que después encontrarías también aquí


Bueno, pero mucho después… Cuando llegué esto era el paraíso, me enamoré de este país precisamente por la dulzura de la gente, el venezolano siempre me ha parecido bondadoso y muy afectuoso, es ahora que vivimos una especie de trance hostil. Aquí además de misses y silicona, y ni hablar de un clima maravilloso, hay apertura, este es un país muy generoso; y ahí cifro mis esperanzas. Además, tenemos música por todos lados... y a buenísimos escritores.

En Colombia hablan de “la violencia” como una etapa que no llamaron guerra civil y tampoco se refiere al surgimiento de la guerrilla, es previa, luego de los sucesos de 1948…

Sí, la violencia fue un estallido brutal de odio y maldad. En efecto no se nombra así a la violencia que han producido después el narcotráfico o la guerrilla, o la que trajo consigo la Guerra de los Mil Días, cuando los pueblos quedaron vacíos y se instauró el miedo. Los hombres se fueron tras el olor a muerte, con sus municiones en ristre, y las mujeres se quedaron solas, y se convirtieron en botín de guerra. Cuando venían a saquear los del bando enemigo, aprovechaban para violarlas.

La guerra embrutece

Hubo violencia antes, pero sobre todo después del asesinato el 13 de abril de 1948 de Jorge Eliécer Gaitán, cuando los que se enfrentaban eran Liberales y Conservadores. El horror. Forajidos sin escrúpulos tasajeaban el vientre a las mujeres y ¡les metían gallos en las entrañas!

¿!Gallos!?

Gallos.

¿No es fábula?

No. Cuentos de horror sí. Que tuvieron lugar en algunas provincias, como Santander, donde la bestialidad se instaló con saña. Están registrados en un libro sobre la violencia en Colombia que escriben monseñor Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna. Yo los oí mil veces. La infancia es un espacio de asombro no siempre dulce... A nosotros nos enseñaron a mimetizarnos en las calles y a tirarnos al suelo al primer grito... Porque llegaban los fascinerosos y mataban a todo el que se encontraban. El país entró en terribles confrontaciones por las zonas rurales. Hoy, por fin, trata de zafarse de ese sino, de ese estigma, y las nuevas generaciones, pese a tanto dolor y desatino, van colocando el país en un lugar privilegiado.

Tú te incluyes entre los marcados por ese destino.

Pero menos mal que tuve a mi abuela siempre conmigo, fue mi refugio.

¿Te pareces a ella?

Mi abuela Amalia me enseñó a leer y a amar lo que leía, que es una manera de enamorarse de las palabras, algo por demás no muy extraño en Colombia, donde se estampan versos en las paredes de los autobuses y a los recitales de poesía acuden 400 mil personas, cual si de un concierto de rock se tratara. Hay un dicho que reza: “Había una vez un colombiano que no era poeta”. Mi abuela me contaba leyendas maravillosas. Seguro que eso me lleva a las letras y al periodismo. Aunque también debo tener alguna influencia de mi papá, que además de un gran seductor, entre otras tantas cosas, era librero.

¿Y qué libros se leen bajo las balas?

Luis Jesús Pabón, mi padre, era un personaje fantástico. Para empezar, un galán sin remedio y el patriarca de todos los pueblos donde vivimos. Supongo que esa condición le dio licencia para hacer lo que le vino en gana. Así se convirtió en librero. Uno que vendía todo tipo de literatura incluyendo magia negra. Libros prohibidos que compraba no sé cómo, pero conseguía colocarlos como pan caliente… Pero tengo que aclarar algo: aunque por culpa de esa picardía se ganó la excomunión, igual celebraba en grande las Navidades. Las mejores del pueblo.

¿Qué las hacían tan especiales?

Festejábamos dos días sin parar. Primero celebrábamos en la casa, en Bucaramanga, la mesa se llenaba de tamales y buñuelos, y el festín se prolongaba hasta la calle, que cerrábamos y adornábamos con globos, e iluminábamos con un arsenal de fuegos artificiales. Después, nos enfilábamos a por más a la finca familiar, que se llamaba “Peor es nada”, ubicada en la cima de una colina, a la que llegabas como en los cuentos, después de un recorrido empinado y sinuoso que acrecentaba la expectativa. Éramos un gentío, llegaban hijos suyos de todas partes, hasta de Estados Unidos. “¿Y cuántos hijos tiene usted?”, le pregunté una vez. “Porque si no sabe, vamos a tener que contarlos”. Para esta tanda hacíamos parrilla y pasábamos el bochorno recostados sobre unas piedras enormes, como los huevos prehistóricos que menciona García Márquez en Cien años de soledad. Así ocurrió cada año, hasta que papá murió.

¿Ya vivías aquí cuando murió?

Sí, pero igual estuve presente, cercana durante el proceso, que fue episódico. Nadie sabía que había escrito un testamento. Quería que lo enterráramos a las cuatro de la mañana del día siguiente de su muerte y con sigilo, que lo guardáramos en un ataúd barato y sin alharaca, y prohibía expresamente que se publicara ningún obituario.

¿Y nadie se enteró?

¡Qué va! todo el mundo lo supo, el entierro fue un acontecimiento, al contrario de lo que había pedido. Además del familión, añádase la gran cantidad de mujeres que se hicieron presentes, aquello parecía más bien una peregrinación, y todo el que llegaba contaba algo del prócer.

¿Nunca participó en política?

“¡Váyase o lo mataremos!”, le dijeron a papá, que era Liberal, y de un día para otro tuvo que dejarlo todo para convertirse en un desterrado dentro de su propio país. Así comenzó nuestro trasiego. Mi padre salvó lo que pudo y comenzó su errar, que creo que terminó gustándole... Vivimos en muchas partes, se hizo un andariego. Un viajero... que por fin un día cruzó el charco. Cuando lo llevé a España se volvió loco. Además de trashumante era un hispanófilo, así que se le dibujó una sonrisota desde que se bajó del avión y allí se le quedó colgada todo el tiempo, y por supuesto, a las primeras de cambio, conquistó a una camarera del hotel, y se la llevó a una corrida de toros.

Luce como esas personas que ve una oportunidad en cualquier circunstancia adversa y sale ilesa, un gozón que vive sonriendo porque sí…

Inventaba sobre la marcha, esa cosa tropical de improvisar. Bajo su sombrero volteao estaban las ideas más inverosímiles. Y cuando en Colombia comenzó la fiebre del fútbol, importada de Argentina, visualizó un negocio insólito que resultó un éxito. Viendo la pasión que despertaba el deporte en los niños, creó unos caramelos, los Hincha, en cuyo envoltorio venían las barajitas de un álbum sobre el tema. Los niños, interesados en los premios, comenzaron a comer caramelos sin parar y las calles de la ciudad se llenaron de papel a tal punto que lo que se ganó !fue una multa de la alcaldía!

La alfombra de caramelos por donde pasaban los pistoleros, una imagen del realismo mágico ¿no?

Muy nuestra, sí. Porque siendo fruto del sincretismo, y aunque la fusión no está totalmente completada, lo que somos es esto que late igual con sueños que con balas. Pero ¿qué país tiene una sola voz? Ni los totalitarios.

En cualquier caso, los papelitos conseguirían tapar un poco el horror.

Quizá, aunque en mi caso aquella tensión produjo consecuencias que no imaginas: ¡quise ser religiosa! Por cierto que las monjas fueron las primeras en morirse de risa. Porque era muy tremenda. En vez de ir al colegio, me colaba en los campamentos de los gitanos para ver a los hombres fabricar fantásticas piezas de cobre, y a las mujeres, leer el futuro. O si no, me iba a ver los ensayos de cuanto circo pasaba. Cuando mi abuela se enteró me echó un sermón horrendo. Como yo quería ser trapecista me aseguró que los del circo me machacarían los huesitos uno a uno hasta dejarme las carnes blanditas. Con todo y que yo me podía doblar así y asao, y era muy flexible, me asusté.

Sigues siendo flexible

Sí, y de espíritu, absolutamente. Soy liberal por los cuatro costados. Adoro la libertad. Para domesticarme, me raparon el pelo para que me diera vergüenza y me quedara en casa, pero yo me ponía una pañoleta para ocultar que estaba pelona, e igual salía en mi bicicleta ¡no había cómo dominarme!… Imagínate que una vez, luego de una pelea espantosa con un hermano, me fui hasta Cúcuta, en busca de mi abuela a donde había ido de viaje; no más papá dio conmigo me metió interna en el colegio de monjas en Pamplona donde me vino aquella revelación de fe. Después de seis años, cuando allí obtuve los títulos de bachiller en filosofía y letras, y el de bibliotecaria, luego de hacer versos y ganar todos los concursos literarios en los que participé, y después de hacerme profesora de literatura y de dar clases en ese mismo colegio, escuando anuncio que seré una de ellas:monja. Pegaron el grito al cielo.

Pero el claustro sería un oasis de segura tranquilidad, mientras afuera se agitaba el vendaval

Vendaval del que mi papá me quiso proteger, sí, y que él sorteó con coraje…Pero yo fui uno también… Y bueno, él salió adelante en medio de esa ventolera de horror que vivíamos. Montó un almacén, “La flecha blanca”, en el que se vendía desde tornillos y bombillos hasta medias de nylon y cosméticos Max Factor. Tan bien le fue que abuela dejó de lavar ropa ajena y se dedicó a lo que más amaba: la jardinería. Mi papá se convirtió en el magnate del pueblo, rodeado de puticas y vacas, y ella en la dama de las camelias y las margaritas y las rosas y las violetas. Vendía las flores que nacían en el jardín más bello del mundo, el suyo. Recuerdo hasta cómo olían, todavía.

Del claustro al amor ¿no? y del amor, de sopetón, a otro país…


Sí, del internado al amor complicado e imposible, a la renuncia, a la mudanza, a la despedida y a Venezuela.

¿Pasaste la página de verdad?

O me dediqué a ellas, a escribir… Llegué a Venezuela y de una vez me convertí al periodismo. Comencé a escribir para La Esfera, como pupila de Oscar Yanes. La primera nota que me publicaron fue una entrevista al entonces secretario general de la OEA, José Mora; también trabajé en las demás publicaciones de la Cadena Capriles: Elite, Páginas y El Mundo. Por cierto, ganaba lo suficiente como para tener un carro propio y rentar un penthouse, cosa que ahora resulta impensable, y no sólo para un recién llegado. El edificio donde me instalé, que casualmente se llamaba Gran Colombia, quedaba justo frente al cuartel San Carlos por lo que desde allí hice reportajes fabulosos: todos los presos políticos de la época estaban ahí, a pata de mingo. Cabe decir que cubrí de primera mano la fuga de Teodoro Petkoff.

Tu trayectoria es enjundiosa, eres una especie de institución

No he parado. También trabajé en Resumen y en Meridiano, un periódico que nació para competir con la Cadena, especializado en deportes y farándula, un exitazo… Y durante años, en El Nacional y El Universal, alternativamente, y en sus revistas dominicales. Y en Así es la Noticia. Gané dos veces el premio nacional de periodismo y también el municipal, mención periodismo científico, pero te aseguro que no me he envanecido con ello, y ahora tengo mis columnas… Donde fuera, eso sí, he ejercido la profesión sin otra intención que la de satisfacer la pasión de contar, los colegas que son como yo, pasionales, no tienen la calidad de vida que correspondería. Pero una es así, lo único que quieres es vibrar, como dice Oscar Yanes. Ahí está, el mejor premio es haber trabajado con gente que puedes citar.

Será una lista estelar

Recuerdo especialmente, y siempre echaré en falta, a Carlos González, con quien a cuatro manos hice realidad un sueño inédito como fue Meridiano. También fue muy especial para mí Guillermo Tell Troconis, el famoso sargento, porque me enseñó que el buen periodismo no tiene nada que ver con vanidad, es sacerdocio puro. Miguel Otero Silva es otro personaje ineludible, nos daba una lección de vida y devoción por el oficio cada vez que podía, no me olvido cuando leyó con admiración ante la redacción una entrevista que yo le hice a Feliciano Carvallo, lloré como una boba. Otro entrañable es Ramón J. Velásquez, no sólo fue el gran maestro sino el gran amigo, trabajar con él y oírle recitar de memoria no sólo la lista de los presidentes de Venezuela sino la de los de Colombia me produjo una suerte de conmoción. Igual Jorge Olavaría, quien dejó inconcluso un gran trabajo de investigación que él mismo concibió. Un grupo de estudiantes de periodismo, tutelados por él, debía darse a la tarea de levantar un directorio de perfiles de personajes de interés, así como también hacer un minucioso registro de los hechos más suculentos de los últimos tiempos, visionario como fue, aquello estaba destinado a ser Google. Olavaría me enseñó a no escatimar esfuerzos y a sintetizar, pedía investigaciones arduas que debían caber en poquísimas cuartillas… Tomás Eloy Martínez, en cambio, es alguien que me leí completo, pero lamentablemente no pude conocer... También he leído a Arturo Uslar Pietri, a quien sí conocí, pero debo confesarte que nunca lo sentí cercano.

¿Por qué?

Su ingreso al periódico como director —su columna Pizarrón ya era legendaria— debía significar, además del ventajoso dividendo que sumaban sus méritos intelectuales, un cierto menoscabo de la imagen izquierdista de El Nacional. A ello atribuyo que quedara postergada la publicación de una entrevista que le hice al pintor comunista David Alfaro Siqueiros, preso en una cárcel de México, y entonces dedicado a recrear ¡sólo Cristos! Fue una situación controvertida que produjo tensiones internas que me incomodaron, aunque al final salió publicada.

¿Una situación fortuita o el pan nuestro de la prensa?

Me ocurrió algo más grave en El Universal, cuando causó alharaca el que abordara en mi columna de salud, sin edulcoramientos, el tópico de la sexualidad. En contrapartida, debo reconocer que nunca me han cambiado una coma de mis columnas en Notitarde. Sin embargo, ahora mismo, sin duda, el periodismo se ejerce entre tensiones extremas. Los periodistas, que encima carecemos de seguridad social, no tenemos la certeza de qué va a pasar con nuestras vidas cuando salimos a la calle. Estigmatizados en trincheras, nos lanzan piedras y hasta balas. Es un riesgo real. Añádase que las fuentes de información son cada vez menos prolijas... Y lo peor es que no parecemos muy dispuestos a entender que una vez terminado este trance tendremos que volver a ser como antes. En lo que a nosotros compete, tenemos que estar claros en una cosa: nuestra deuda es con el público, con más nadie, y no debemos ponernos en evidencia.

¿No es natural que se profundice el compromiso y la denuncia cuando las tensiones apremian?

¿Pero hasta cuando vamos a mantenernos en esta batalla de gestos y palabras en la que hemos perdido a quienes eran nuestros mejores amigos? Deberíamos intentar ese encuentro, sin importar que se ventile lo que haya que ventilar.

¿Nunca te tentó la política?

Me propusieron ser diputada en Colombia pero no acepté, no sirvo para eso, como tampoco para cocinar, o para hacer cuñas. Creo que por eso dejé la radio. No estoy de acuerdo con que un periodista, después de meterse en la candela, paso seguido aconseje a la gente sobre una falsa medicina que le va a curar todos los males. Es lo que hacen los oficialistas: editorializan y después dicen que la única vía de sanación es el comunismo. Propaganda o cuñas, da igual, no me interesa hacerlas; en cuanto a la política, pues la militancia periodística de informar es una forma de ejercerla, porque la política y el periodismo tienen que ver con ciudadanía, con historia, con ideas, con debate.

Pero en términos de partidos o pensamiento¿dónde te ubicas?

Una amiga, Rosalía Romero, decía: soy perezjimenista de izquierda. No me parece malo el nicho, creo en la libertad y añoro la justicia, por eso le rezo a la virgen cuando estoy asustada y a mi abuela, claro, que siempre me oye.

¿Nunca te has visto tentada a dejar el oficio?

Sí, claro, y podría dedicarme a hacer piruetas frente a los semáforos y saldar esa deuda que tengo contraída con el circo, o ser una curiosa y parlanchina bartendero planchar camisas de hombre que es mi especialidad, siempre he tenido la fantasía de que este será mi oficio sustituto ¡en serio! En Francia, en la casa Lanvin se sorprendieron de mis habilidades cuando hicimos una visita a su taller y yo les planché una camisa.

Por fin, planchada o no ¿tirarías la toalla?

No por ahora… y lo más seguro es que nunca. Hay un poeta que dice “vida nada te debo, vida estamos en paz”, es mi lema. Lo que he hecho y deshecho, visto y oído, escrito y bebido, leído y aplaudido, y lo que he viajado, de Rusia para abajo y para los dos lados, es mi mayor fortuna. Tengo la enfermedad de Ibsen Martínez que consiste en dejar todo para última hora, pero no tanto como para que lo postergado se vuelva quimera. Aunque pareciera que el periodismo me ha impedido escribir largo, estoy con un par de proyectos entre manos, que tienen base en el oficio.

¿Cuáles son?

Estoy trabajando en un libro sobre el triste caso de Linda Loaiza. Lo escribo mientras vivo, tomo vino tinto, voy a las barras de los bares, escucho jazz, voy al cine o en su defecto alquilo películas para ver en casa, escribo en twitter y leo; ahora mismo, por cierto, leo al escritor portugués Antonio Lobo Antunes, un psiquiatra que confía sus observaciones con los enfermos con un estilo único y produciendo símiles alucinantes. No dejo de leer jamás, déjame decirte.

¿Alguna preferencia?

Leo todas las columnas y todos los periódicos de aquí y España. Y mi blog en Facebook es un periódico en el que vierto lo que he leído para el millar de amigos que tengo.

¿Y el otro proyecto?

Mis memorias. Un libro que me han aconsejado mis amigos y que, este sí, está crudo.

¿Vas a hablar de tus amores?

Claro, y con toda franqueza, y como casi todos han muerto donde quiera que estén tendrán que reírse de las infidencias que haré. Pero también hablaré de las amistades maravillosas con quienes he compartido mi vida, de Carlos Moros, periodista valioso y poeta que se desvaneció en Tacoa y de Jorge Villalba, otro colega que se nos fue jovencísimo, también de César Girón, de Celia Cruz, de Jesús Soto y de varios presidentes y expresidentes de Colombia y Venezuela. Y contaré que fui yo quien le presentó Salvador Allende a José Vicente Rangel.

Y estarán aquellas noticias más intensas de las que fuiste mensajera ¿Cuáles te produjeron más asombro y cuáles causaron más revuelo?

Son varias y muy distintas. Una, el nacimiento de los quíntuples Prieto Cuervo, un suceso que a mí me depositó en Maracaibo, por lo que me hice experta en sus vidas hasta que llegaron a adolescentes, fue asombroso lo que vivieron bajo la lupa del país. Otra que manejé al dedillo y a cuya sensación me entregué en cuerpo y alma fue el asesinato de una mujer a manos de Elena Poe: esta le asesta diez balazos a la amante de su marido. También estará en mis memorias cuando me secuestraron en una escuela en el Guarataro, porque El Nacional había publicado unos reportajes sobre el barrio y los vecinos los interpretaron como negativos: no me soltaron hasta que ejercieron su derecho a réplica, pero después estuvieron a un tris de rebautizar la escuela con mi nombre. Es que este oficio da para todo. Una experiencia insólita es cuando pretendí acercarme a Charles De Gaulle y el guardaespaldas ¡me empujó por las escaleras del Círculo Militar! Y una genial fue cuando, del brazo de Nelson Bocaranda, en aquellos tiempos en que la seguridad no era como ahora, ni los miedos, entré con identificación falsa a ser bendecidos por Juan Pablo II; se supone que éramos, él, el primer ministro italiano AmintoreFanfani, y yo, su esposa. Íbamos elegantísimos, yo de Chanel. En el besamanos, quedamos, Nelson, junto a su tocayo Rockefeller, y yo ¡al lado de Jacqueline Kennedy! Cuando nos dimos cuenta de que Fanfani, el verdadero, estaba ahí, tuvimos que confesarle que lo habíamos usurpado antes que se produjera un malentendido diplomático. Se echó a reír.

¿Eres objetiva en tu perfil de facebook?

Pongo la verdad. Que soy rencorosa y un poco antipática pero que es una máscara, y que soy amiga hasta morir, buena gente y un poco ingenua. Que lloro cuando veo a una persona buscando comida en un pote de basura, en el cine, cuando me despido de mi familia, y cada vez que este gobierno invade lo que no le pertenece. Que me fascina bailar, que soy lectora compulsiva, que amo los bares, Nueva York, el vino tinto y los hombres inteligentes. Que no sé hablar en público, que como periodista, soy obsesiva, que me encantan los trapos, que no me deprimo por ser pobre y que soy una loca de atar.

Hermosa sinopsis, seguro falta algo

Queda para la biografía. (Esta entrevista salió publicada en el libro Venezuela y Colombia: 20 testimonios, editado por la Fundación para la Cultura Urbana)






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