Por Héctor Llanos Martínez
De Osel Hita Torres se han escrito muchas cosas durante muchos años, como prueba una rápida búsqueda en Google. “Pero son retazos de una vida que nunca se había contado de principio a fin. Hasta ahora, casi nadie me entendía”, explica él mismo a principios de noviembre en las oficinas de HBO Max España. La suya es una vida que resulta irrepetible. O quizá sería más descriptivo decir que las suyas son muchas vidas encerradas en un mismo cuerpo. Es la única persona occidental declarada por el Dalai Lama como la reencarnación de un maestro budista. La plataforma suma a su catálogo una serie documental de la productora Mr. Monkey que lleva su nombre y cuenta su historia.
El director Lucas Figueroa inicia el relato con un capítulo lleno de contexto que sitúa al espectador en un viaje que no acabará tal y como lo empezó. Es el testimonio que descubrió al leer el libro biográfico de María, la madre de Osel. Un suceso conmocionó al mundo en 1986, cuando un bebé de la Alpujarra fue reconocido como la reencarnación de Lama Yeshe. Este visionario maestro budista decidió mezclarse con la cultura hippy de Europa y Estados Unidos durante los setenta y ochenta, para así romper las barreras culturales que alejaban a su doctrina religiosa del mundo occidental. Durante sus visitas a una comuna española, conoció al matrimonio formado por María Torres y Paco Hita, quienes constituían un curioso triángulo con el francés Francois Camus, joven millonario benefactor del lugar. El líder espiritual vislumbró que sería allí donde regresaría tras su muerte. El nacimiento de uno de los hijos de la pareja, Osel, encajó en la profecía y fue trasladado a la India, para su entronización y formación.
Hita creció en ese templo, con unas luces y sombras que explica por vez primera de forma detallada en esta serie de cuatro capítulos. Cuando rememora su infancia, habla del sentimiento de abandono, al creerse vendido por los suyos, que le ha acompañado durante años. Y de los estrictos códigos que afrontó en su educación como lama, que le llevaron a tener estrés, con siete años, viviendo en medio de la nada. No podía hacer deporte, no podía ver películas, ni comer acompañado de nadie. Solo podía estudiar durante horas, entre 8 y 16 al día, a menudo textos en tibetano, recuerda Hita. Tras su mayoría de edad, decidió abandonar el lugar para viajar por el mundo, acercarse a su familia y conocer una visión terrenal de la vida que hasta entonces apenas había experimentado, salvo en contadas visitas a su hogar español. Y así es como fue adolescente en la Ibiza de Pachá, las drogas y las raves, un sin hogar en Venecia, estudiante en prestigiosas escuelas de Suiza y Canadá… Ahora, a sus 37 años, se siente en paz con su familia y con su pasado religioso, es padre y activista medioambiental, que une las visiones extremas de dos mundos, el de la espiritualidad oriental y el hedonismo capitalista de Occidente.
“Yo vivía en Argentina cuando todo esto ocurrió y, al leer los recuerdos de María, me parecía una historia inverosímil”, cuenta Figueroa, que decidió viajar por diferentes países para conocer y grabar con su cámara a las personas que aparecían en el texto. Tras años de trabajo, Hita, desaparecido de forma voluntaria de los medios de comunicación durante más de una década, decidió que él también quería participar en el testimonio visual de la que es la historia de su vida.
“Ese camino que hacen los protagonistas de la serie documental, en el que lo malo termina siendo bueno y a la inversa, es el que busco para la audiencia”, comenta el director. Lo hace a través de dos personajes especialmente fascinantes, el niño lama convertido en un adulto y María, una madre con miradas muy poco comunes que pasa de ser enjuiciada a comprendida. “Ella, su forma de ser, hacen que al final termines mirándote a ti mismo y analices tus propios prejuicios”, defiende el responsable de la serie. En realidad, Osel es “la historia de una familia en medio de situaciones extraordinarias”, continúa.
MUNDOS IRRECONCILIABLES
Son tantos los choques culturales que muestra Osel, que también cuestiona si las sociedades occidental y oriental están condenadas a no entenderse, por mucha globalización que llegue al mundo. “Hay y habrá aproximaciones, pero solo en asuntos muy puntuales”, opina Figueroa. “Yo creo que se puede compartir, unificar, romper tabúes, derribar barreras… Para mí es un honor formar parte de ese proceso”, cuenta Hita, que siente que su vida ha sido “un experimento” con el que probar que el entendimiento es posible.
El ponerse por una vez en el lugar de espectador gracias a este proyecto ha ayudado a Hita a cambiar la perspectiva de su biografía. “La serie me ha ayudado mucho a ver las cosas de forma objetiva ante una experiencia que me resultó tan extrema. Ha sido como una terapia, un largo proceso de aprendizaje”, cuenta quien fuera niño lama. En su actual proyecto de vida, Hita da charlas en todo el mundo, también en centros budistas de aquellos que han aceptado que se desviara del camino que le había marcado su religión. Se presenta como un líder que sigue aprendiendo, no como un gurú que sabe de todo. Su fundación Global Tree Initiative recopila las enseñanzas que ha recibido y las aplica en la lucha por proteger el medioambiente. Será uno de los asuntos que la serie trate en las dos temporadas más que su creador tiene planeado para ella.
“Mi apego emocional fue con mi maestro, la única figura constante que hubo en mi infancia. Con mis padres no me he criado, los he ido conociendo poco a poco. Me costaba tener intimidad y comunicación con ellos. Pero para mí siempre ha sido más fácil entender a mis padres que ellos a mí. La primera vez que vi la serie terminada, no pude esperar a que acabaran los capítulos para enviar un mensaje a mi madre y mi padre y decirles que les amo”, confiesa.