Por: Joaquin López Mujica
Recuerdo que al comienzo del Mundial de Fútbol Brasil 2014 nadie podía escapar de aquella emoción global. El final, escenas grotescas: la burla de los jugadores alemanes contra los perdedores argentinos; el supermercado de productos de los “gladiadores” a la cabeza de esa “pasarela”; los pasillos repletos de jugadores “fracturados”; el castigo para Suarez y la omisión de una pena para el verdugo de Neymar.
La maquinaria mediática nos hace “olvidar” hasta que ignoremos que existen las acepciones negativas. En el ejercicio del furor colectivo, nos sentimos apegados a la significación del fútbol, entendido como autorrealización individual y colectiva, incluyendo el respeto a la regla.
Pero, en honor a la verdad, tal justificación dura poco, cuando son otras las tendencias en aquel llamado
“deporte rey”. Ya en frío, esa actividad es simple ideología aunque evocadora de las grandes batallas mitológicas que hoy duermen en el imaginario colectivo y se expresan en el fanatismo desmedido y “animista” de las sociedades contemporáneas.
Lo peligroso es la conversión definitiva en una megamaquinaria mediática como dijo el filósofo, sociólogo, escritor, politólogo y profesor universitario José Manuel Beyneto: “…
el deporte transformado en un puro ejercicio mercantil y reducido a negocio, lo que era una práctica corporal que cumplía funciones lúdicas, pedagógicas, higiénicas y simbólicas de mayor importancia…” Coincide con los planteamientos de Michel Bouet al afirmar la pérdida del
“ideal moral del deporte”, la caída de la voluntad de superación de los límites y capacidad de crear lazos sociales y multiculturales.
Aquí en Venezuela, vivimos muestras de patrocinantes globalizadores que practicaron una neocolinización de las prácticas culturales y deportivas, siendo empresas multinacionales de cigarrillo y licor.
En la actualidad, los indicadores de consumo de la industria cultural indican cifras alarmantes de la expansión del negocio deportivo, la acumulación de capital en patrocinantes multinacionales y globalizadores que conspiran contra la emoción.