Reinos, iglesias, emperadores y esposas. Ingredientes comunes en todas esas historias y fuentes de la variedad de versiones. Más, o menos románticas; más, o menos benévolas; dependiendo de si el dueño de la pluma es del bando ganador o del nostálgico. Todas historias interesantes. Interesantísimas. Para ser leídas sin apasionamientos, para formarse un juicio razonablemente sano, y aprender.
Un Reino, allá en España. Emperadores, no había. Esposas, bueno, desde Bolívar y Manuelita Sáenz, aquí podrá faltar de todo, pero, ¿parejas? No. Parejas no faltaron. Quizás Luis Herrera. Es que al gordito no me lo imagino comiendo Toronto y montando cachos. Ahorita uno puede aprovechar esta encerrona, que ya lleva más de cuarentena y media, y que sobra tiempo, para pasar un rato buscando las historias de las esposas o novias conflictivas de los presidentes venezolanos. Seguro que hay material.
La Iglesia es otra cosa. Atila negoció con un Papa, Nerón andaba persiguiendo santos, seguramente pupilos de San Pedro, y Nicolás II, … bueno Nicolás II hablaba con Dios. Mi padre decía que él no había entendido la diferencia entre una capitanía general y un virreinato hasta que visitó Lima, México y Bogotá. Que solo había que comparar las catedrales. Ahora, en la historia de la Capitanía General de Venezuela, la Iglesia vendría siendo el Padre Madariaga, de grato recuerdo en la memoria colectiva venezolana. Sin mucha otra trascendencia. Digo Madariaga. Porsia.
La historia emancipadora de Venezuela comienza con Gual y España, Don Manuel y Don José María, un capitán y un teniente de Macuto, que se alzaron mas románticamente que con verdaderas posibilidades de éxito. Eso fue en 1797. Luego, en 1806, vino Miranda con su expedición por Coro con unos 400 hombres, 5 bergantines, 3 cañoneras y 2 barcos desarmados, que en esa época eran algodón con yodo
(¿en qué estaría pensando Goudreau con sus peñeros?). Después vino el 19 de abril. Después Bolívar en la Junta Patriótica, Miranda en el Congreso. La capitulación de Miranda. La enemistad de Bolívar con Miranda. Uno terminó en el corazón colectivo de 5 países. El otro en el Arco de Triunfo en París. Después, un rato después, vino Gómez. Tirano. Dictador. Después Pérez Jiménez. Tirano. Dictador. El primero tenía "La Sagrada", el segundo a Pedro Estrada y La Seguridad Nacional. Todas historias interesantes. Interesantísimas. Que deberían poder ser leídas por un venezolano sin apasionarse, para formarse un juicio razonablemente sano, y aprender.
(Para una muestra de historias y anécdotas léanse los artículos de Rafael Simón Jiménez en eneltapete.com y en misrevistas.com/eneltapete).Venezuela hoy – pasiones y redes¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que la historia sea historia?, ¿cuánto para que le emoción no haga tropezar al entendimiento? Pareciera que para que la historia sea historia no puede ser una vivencia personal. No puede tener la carga emotiva de una vivencia personal. No se puede haber vivido.
Si eso fuera cierto, entonces para el colectivo venezolano ya Pérez Jiménez es historia y puede visitar esa historia sin pasión. Hasta Rómulo diría yo. ¿a qué edad piensa uno política o socialmente?, ¿precoz, a los 13? Si esto también fuera cierto, para tener alguna conciencia vivencial de Rómulo habría que haber nacido antes de 1950. De repente, aunque fue más reciente, en este cajón cabría Leoni, porque aunque lo hubieras vivido, no te acordarías mucho de él. Así de tranquilos fueron esos años. Así de buenos. Carlos Andrés y Caldera tuvieron dos turnos al bate y se perdieron el beneficio del olvido emocional. Por ahora.
Entre Gual y España y la Batalla de Carabobo pasaron 24 años. Lánguidos. De los de antes, que iban más despacito. Gual, España, Miranda, Bolívar, Gómez, Pérez Jiménez, Rómulo y Leoni son ya historia. De ahí en adelante, todavía no. Carlos Andrés todavía tiene sus detractores vehementes, no necesariamente oficialistas. Todavía no es historia. Todavía despierta muchas emociones, que le ponen zancadillas a los más claros entendimientos.
A lo mejor por eso, algunos opositores no pueden sino atacar apasionadamente a la 4ta. Que lo hagan los oficialistas; bueno, vale, está en sus genes. Lo de los otros podría explicarse, quizás, porque esa historia todavía no es historia, es vivencia. Todos conocemos alguno que prefiere estar siempre rumiando porqué la 4ta o Caldera tienen la culpa de todos sus males, pero rara vez le oyes una recomendación concreta, ni para los de hoy ni para los de mañana. Son setentosos y estudiados.
De repente, esta es una consecuencia inesperada de la combinación de la disponibilidad de la información y su velocidad de difusión en el espacio digital, junto con el aumento de la expectativa de vida y el uso que algunos le dan a ese tiempo extra y a las facilidades para difundir, muy eficientemente, todo lo que les pase por la cabeza. ¡
Moi, por ejemplo!
Caldera o Carlos Andrés, ¿quién tiene la culpa? ¿O la tiene Chávez?, ¿o la tiene Maduro? No sé qué tanto aportaría hoy hacerse y responderse estas preguntas. Aunque, alguno dirá que con esta cuarentena hay tiempo para todo. No parecen muy útiles estas preguntas. Mas bien uno debería preguntarse y responderse, ¿estoy conforme?, ¿quiero que esto cambie?, ¿quiero que esto mejore?, ¿qué tengo que hacer para que cambie o mejore? Entonces, cuando cambie o mejore, si es que cambia o mejora, aparecerán nuevas preguntas. Y, a lo mejor, hasta valga la pena preguntarse si Nerón de verdad estaba tocando cuatro cuando ardía Roma.