La historia es muy sabrosa, cuando uno se puede leer y disfrutar una versión corta o larga, verdad o leyenda, seria o medio novelada ...
Caldera o Carlos Andrés, ¿quién tiene la culpa?
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Por José Blasini 


La historia es muy sabrosa. Cuando es remota. Mientras más remota, mejor. Uno se puede leer y disfrutar una versión corta o larga, verdad o leyenda, seria o medio novelada, de cosas como que Nerón tocaba la lira mientras Roma se incendiaba; que Atila era el rey de los hunos y que donde pisaba su caballo, Othar, no crecía más la hierba; que al zar Nicolás II de Rusia lo tumbaron los bolcheviques y después lo mataron junto a toda su familia. En Venezuela, Gual, España, Bolívar, Miranda, Páez y hasta Gómez, tienen full historias. Olvidadas unas. Deformadas otras. Con detalles, anecdóticos hoy por hoy, en cantidad.

Nerón – arde Roma

La novela más complicada de las intrigas de palacio no le llegaría ni cerca a la verdadera historia de Nerón. Todo se confunde entre la historia y la leyenda. Parece que Nerón, que era sobrino de Calígula, mató a su madre, Agripina, y a su hermanastro, Británico, cuando cumplió 14 años (ese era su nombre; no que era inglés). El hermanastro era el hijo de Claudio, el emperador, y de su primera esposa, Mesalina, que cayó en desgracia por conspiradora. Después Claudio se casó con Agripina para adoptar a Nerón, para tener un heredero adulto mientras Británico crecía. Pero Claudio murió envenenado y Británico nunca se hizo adulto. En el proceso, Agripina se puso de parte de Británico, y nunca se hizo vieja. Para fortalecer los lazos familiares, el Emperador había casado a Nerón con una hermana de Británico, que, como imaginarán, tampoco llegó a vieja. Con esa historia familiar, si Nerón hubiera estado tocando la lira mientras Roma ardía, no hubiera tenido nada de raro. Sin embargo, Tácito, un historiador y senador de esa época, dice que no. Que Nerón estaba en Anzio y que se regresó a Roma al enterarse del incendio, a ayudar y hasta a alojar en su palacio a los damnificados. Nerón tenía la reputación de ser un implacable perseguidor de los cristianos, eso debe explicar por qué la historia no le ha sido muy benévola.


Nerón observa las ruinas de Roma - Por Carl Theodor von Piloty (1826-1886).   

Atila – el Azote de Dios

Cuando estudiábamos en la universidad, teníamos un compañero que habíamos bautizado como Atila, "el rey de los unos". Después de un tiempo, Alejandro se graduó, nadie se explica cómo, pero le ha ido muy bien. El otro Atila, el dueño del caballo, era el caudillo de un pueblo de nómadas de un origen medio difuso, de alguna parte de las estepas asiáticas, que la historia occidental nos ha querido dibujar como una horda de semisalvajes que arrasó con Europa. El hecho es que el imperio de los Hunos, bajo el reinado de Atila, llegaba, por encima del Danubio, desde el Mar Caspio hasta el Báltico (ver mapa) y tuvo permanentemente azotados a Constantinopla —hoy Estambul— y al imperio Romano. Atila también tiene sus rumores de que se deshizo del hermano con el que compartía su reinado y hasta el de que fue su última esposa la que lo mató. Atila le dio valor real a eso de arrasar una ciudad hasta los cimientos. Lo que son hoy Estambul, Hungría, Alemania, Bulgaria, Francia pueden dar fe de ello. Y como en todas estas historias hay alguna mujer revuelta en el cuento, Atila llegó hasta el río Po reclamando a Honoria. Estaba listo para invadir hasta que una comitiva, en la que iba el Papa León I, lo convenció de que dejara las cosas así. Atila, "el azote de Dios", se regresó entonces a su palacio y al poco tiempo murió y su imperio desapareció, pero ya había destruido al imperio romano.


El Papa León I y Atila en una pintura - Por Rafaello Sanzio (1483-1520).   

Nicolás II – el último Romanov

A Nicolás II, último Zar del Imperio Ruso, le tocó reinar durante varios años complicaditos, que fueron desde una debacle económica, pasando por la entrada de Rusia en 1914 en la 1ra Guerra Mundial, como aliado de Francia y Alemania, para terminar seguidito con la revolución de 1917 y el fin de la monarquía rusa. A pesar de todos estos infortunios, Nicolás se sentía enviado de Dios. La Iglesia Ortodoxa Rusa estaba de acuerdo. Tanto que lo canonizó. San Nicolás II de Rusia. El matraqueo de la familia real, entre uno y otro sitio de confinamiento, después de la abdicación y las disputas entre Moscú y los bolcheviques de Ekaterinburgo por ver quien los sometía al escarnio del juicio público, terminó en el asesinato colectivo de la familia real, su séquito y hasta el perrito de Tatiana. La leyenda sostuvo que la princesa Anastasia se salvó, aunque Mick Jagger, en Simpatía por el Diablo, dice que no.


Nicolás II de Rusia y la familia Romanov en 1914.  

Reinos, iglesias, emperadores y esposas. Ingredientes comunes en todas esas historias y fuentes de la variedad de versiones. Más, o menos románticas; más, o menos benévolas; dependiendo de si el dueño de la pluma es del bando ganador o del nostálgico. Todas historias interesantes. Interesantísimas. Para ser leídas sin apasionamientos, para formarse un juicio razonablemente sano, y aprender.

Venezuela – la Capitanía General

Un Reino, allá en España. Emperadores, no había. Esposas, bueno, desde Bolívar y Manuelita Sáenz, aquí podrá faltar de todo, pero, ¿parejas? No. Parejas no faltaron. Quizás Luis Herrera. Es que al gordito no me lo imagino comiendo Toronto y montando cachos. Ahorita uno puede aprovechar esta encerrona, que ya lleva más de cuarentena y media, y que sobra tiempo, para pasar un rato buscando las historias de las esposas o novias conflictivas de los presidentes venezolanos. Seguro que hay material.

La Iglesia es otra cosa. Atila negoció con un Papa, Nerón andaba persiguiendo santos, seguramente pupilos de San Pedro, y Nicolás II, … bueno Nicolás II hablaba con Dios. Mi padre decía que él no había entendido la diferencia entre una capitanía general y un virreinato hasta que visitó Lima, México y Bogotá. Que solo había que comparar las catedrales. Ahora, en la historia de la Capitanía General de Venezuela, la Iglesia vendría siendo el Padre Madariaga, de grato recuerdo en la memoria colectiva venezolana. Sin mucha otra trascendencia. Digo Madariaga. Porsia.


Catedrales de Bogotá, México, Lima y Caracas (desde arriba en dirección de las manecillas del reloj).   

La historia emancipadora de Venezuela comienza con Gual y España, Don Manuel y Don José María, un capitán y un teniente de Macuto, que se alzaron mas románticamente que con verdaderas posibilidades de éxito. Eso fue en 1797. Luego, en 1806, vino Miranda con su expedición por Coro con unos 400 hombres, 5 bergantines, 3 cañoneras y 2 barcos desarmados, que en esa época eran algodón con yodo (¿en qué estaría pensando Goudreau con sus peñeros?). Después vino el 19 de abril. Después Bolívar en la Junta Patriótica, Miranda en el Congreso. La capitulación de Miranda. La enemistad de Bolívar con Miranda. Uno terminó en el corazón colectivo de 5 países. El otro en el Arco de Triunfo en París. Después, un rato después, vino Gómez. Tirano. Dictador. Después Pérez Jiménez. Tirano. Dictador. El primero tenía "La Sagrada", el segundo a Pedro Estrada y La Seguridad Nacional. Todas historias interesantes. Interesantísimas. Que deberían poder ser leídas por un venezolano sin apasionarse, para formarse un juicio razonablemente sano, y aprender. (Para una muestra de historias y anécdotas léanse los artículos de Rafael Simón Jiménez en eneltapete.com y en misrevistas.com/eneltapete).

Venezuela hoy – pasiones y redes

¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que la historia sea historia?, ¿cuánto para que le emoción no haga tropezar al entendimiento? Pareciera que para que la historia sea historia no puede ser una vivencia personal. No puede tener la carga emotiva de una vivencia personal. No se puede haber vivido.

Si eso fuera cierto, entonces para el colectivo venezolano ya Pérez Jiménez es historia y puede visitar esa historia sin pasión. Hasta Rómulo diría yo. ¿a qué edad piensa uno política o socialmente?, ¿precoz, a los 13? Si esto también fuera cierto, para tener alguna conciencia vivencial de Rómulo habría que haber nacido antes de 1950. De repente, aunque fue más reciente, en este cajón cabría Leoni, porque aunque lo hubieras vivido, no te acordarías mucho de él. Así de tranquilos fueron esos años. Así de buenos. Carlos Andrés y Caldera tuvieron dos turnos al bate y se perdieron el beneficio del olvido emocional. Por ahora.

Entre Gual y España y la Batalla de Carabobo pasaron 24 años. Lánguidos. De los de antes, que iban más despacito. Gual, España, Miranda, Bolívar, Gómez, Pérez Jiménez, Rómulo y Leoni son ya historia. De ahí en adelante, todavía no. Carlos Andrés todavía tiene sus detractores vehementes, no necesariamente oficialistas. Todavía no es historia. Todavía despierta muchas emociones, que le ponen zancadillas a los más claros entendimientos.

A lo mejor por eso, algunos opositores no pueden sino atacar apasionadamente a la 4ta. Que lo hagan los oficialistas; bueno, vale, está en sus genes. Lo de los otros podría explicarse, quizás, porque esa historia todavía no es historia, es vivencia. Todos conocemos alguno que prefiere estar siempre rumiando porqué la 4ta o Caldera tienen la culpa de todos sus males, pero rara vez le oyes una recomendación concreta, ni para los de hoy ni para los de mañana. Son setentosos y estudiados.

De repente, esta es una consecuencia inesperada de la combinación de la disponibilidad de la información y su velocidad de difusión en el espacio digital, junto con el aumento de la expectativa de vida y el uso que algunos le dan a ese tiempo extra y a las facilidades para difundir, muy eficientemente, todo lo que les pase por la cabeza. ¡Moi, por ejemplo!

Caldera o Carlos Andrés, ¿quién tiene la culpa?

¿O la tiene Chávez?, ¿o la tiene Maduro? No sé qué tanto aportaría hoy hacerse y responderse estas preguntas. Aunque, alguno dirá que con esta cuarentena hay tiempo para todo. No parecen muy útiles estas preguntas. Mas bien uno debería preguntarse y responderse, ¿estoy conforme?, ¿quiero que esto cambie?, ¿quiero que esto mejore?, ¿qué tengo que hacer para que cambie o mejore? Entonces, cuando cambie o mejore, si es que cambia o mejora, aparecerán nuevas preguntas. Y, a lo mejor, hasta valga la pena preguntarse si Nerón de verdad estaba tocando cuatro cuando ardía Roma.