Rodolfo Terragno es un escritor, abogado y político argentino quién ha analizado el proceso político desarrollado a raíz del regreso de Perón a la Argentina y su tercera presidencia. Dirigió el mensuario
Cuestionario, cuya primera publicación se inició en mayo de 1973, extendiéndose hasta junio de 1976. Escribió un libro sobre el tema en dos volúmenes: El Peronismo de los 70: De Cámpora a Isabelita- Camino a la dictadura. Fue ministro en el gobierno de Raúl Alfonsín. Exiliado en Venezuela; atribuyéndole con Tomas Eloy Martínez y Miguel Ángel Diez; junto con el político Diego Arria, el haber participado en las conversaciones para constituir El Diario de Caracas.
Había aseverado, en la introducción a una entrevista realizada a Perón en noviembre de 1967, estando exiliado en Madrid que, en vez de juzgarlo, se inició en la comprensión del peronismo. Tratando de explicarse por qué había surgido Perón, y tendiendo a concluir que muchos de los abusos del peronismo fue como el resultado de las postergaciones que, durante años, habían soportado las masas hasta el momento en el cual se proyectaron al poder del brazo de Perón.
La revista
Cuestionario calificó como “
sensato” que Perón hubiera sido elegido presidente, luego de la proscripción del movimiento peronista que había llevado al país casi al “
abismo”, pero de todas maneras describía que había cierta “
angustia” e “
impaciencia” ante el momento político, por eso se preguntaba:
“¿Qué va a pasar ahora? ¿Cómo saldremos de esta situación? ¿Qué es lo que hará Perón?”. El peronismo había establecido una serie de prioridades según Terragno; era “
liberar al país”; primero de ese flagelo que era el partido militar, después del imperialismo; y después recién se podría pensar en reconstruir. Igualmente, Perón estableció que lo primero que debía hacerse es tomar el gobierno por punto de partida. Lo segundo era tomar el poder. El gobierno se toma a través de elecciones. El poder había que tomarlo en el “
primer de bus” de estar en el gobierno. Caracterizaba a Perón como un “conductor” y no como un “ideólogo” sumamente diestro a la hora de comprender que la táctica se elabora en bases a “posibilidades”. “
En función de estas últimas tiene el imprescindible impudor político para cambiar, incumplir y desorientar”.
En noviembre de 1973, Terragno dedicó a reflexionar sobre el “pleito peronista” que estaba hegemonizando todo el escenario político; aseverando que en su surgimiento en la década del cuarenta el peronismo había elaborado una “
doctrina” cuyo principio rector fue el “
nacionalismo populista”, con acento en la soberanía política y económica y una serie de reivindicaciones sociales. En la coyuntura de 1973 el peronismo necesitaba ofrecer nuevas respuestas frente a una nueva realidad, y éstas aún no estaban preparadas y eran el objeto de las disputas internas. Los jóvenes querían darle un “
nuevo contenido”, mientras que “los antiguos peronistas” -y lo que indicaba como la “
infiltración de derecha”- querían impedir esa adecuación doctrinaria con lo cual, advertía, terminaría afectando el principio rector, ya que un peronismo sin cambios no sería “ni nacionalista ni popular”.
El año 1974 se inició con acontecimientos que tendrían importantes repercusiones. En un clima de exacerbación de la violencia política cotidiana, el 19 de enero el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) -brazo armado del trotskista Partido Revolucionario de los Trabajadores- atacó la guarnición militar de Azul en la provincia de Buenos Aires; endureciendo las tendencias represivas del gobierno hacia la izquierda en general y hacia el peronismo revolucionario en particular.
Terragno reflexionaba en febrero de 1974, sobre el viraje que Perón hacía fue cada vez más evidente, al destacar cómo había variado su táctica entre enero de 1973 y enero de 1974. Hacía un año el discurso estaba en línea con las expectativas juveniles y ahora el líder los enfrentaba recostándose en el aparato sindical, tratándolos de “infiltrados” y avalando la “depuración” interna. Desde su punto de vista, era esencial entender que Perón no era un ideólogo sino un conductor, que sus actos estaban guiados por cuestiones “tácticas”, no doctrinarias, y que por ende no era un “purista” que se preocupara por la “congruencia intelectual”.
Pero, aun teniendo en cuenta ello, advertía que lo difícil era “delimitar las astucias tácticas” sin que éstas traicionaran las “finalidades estratégicas”, porque Perón estaba sometido a varias “influencias” que conspiraban contra la “
visión estratégica” que había esbozado hacía un año. Terragno mencionaba explícitamente las influencias de los “dirigentes sindicales”, el “establishment” y sus propios “colaboradores”. Por eso, Perón no era el responsable exclusivo y principal del giro que estaba tomando su política en relación con esos “objetivos estratégicos”, sino parecía condicionado por estas “influencias” que él había avizorado pero que no podía evitar.
Interpretaba en virtud de las posibilidades, Perón aceptaba en los “
puntos de partida” trabajar con las “
influencias” que así resultaban más “naturales”, es decir las determinadas objetivamente por la situación. Estas influencias en el último gobierno de Perón eran, la de los dirigentes sindicales, la de los grupos de vanguardia del “
Establishment” y la de sus cercanos colaboradores. La dirigencia sindical destacaba que al mismo tiempo le servía de apoyo, no había ninguna otra fuerza social con igual grado de organización. Perón le retribuía los favores con una ley de asociaciones profesionales que la “
protege” y “con discursos que la legitiman”. Los grupos de vanguardia del “
Establishment” era advertida cuando aseveraba que “el poder económico presiona para que la institucionalización sea lo suficientemente condicionada”. En cuando los cercanos colaboradores, eran escogidos exclusivamente en función de la lealtad que demuestran, con los cual se cumplía otro rasgo de quien era conductor y no ideólogo.
La conclusión era que todas las influencias que Perón preveía, eran las que conspiraban contra la estrategia que definía públicamente en enero 1973; que hasta cierto punto eran consentidas y toleradas por el propio Perón, y en la medida que eso sea parte de un “juego de utilidad, tolerancia y paciencia” que debía ser comprendido por quienes sabían que la política no le es aplicable el “
burdo dualismo de Manes”, para quien solo existía el bien y el mal. Pero algunos de los pasos dados por el gobierno, sobre todo en materia legislativa, advertían sobre el riesgo, nada difícil, de incurrir en excesos tácticos, sin duda atribuibles, a esas influencias que no podía evitar.
Perón antes de su último discurso público del 12 de junio de 1974, en el balcón de la Casa Rosada, había amenazado con renunciar a la presidencia por cadena nacional, ante la complicación de la situación económica:“
Si llegó a percibir el menor indicio que haga inútil ese sacrificio, no titubeare un instante en dejar este lugar a quienes lo puedan llenar con mejores probabilidades”.Expresaría su malestar por la falta de compromiso de los actores que habían suscrito el Pacto Social siendo la clave para desarrollar su gestión: la dirigencia de la CGT y la Confederación General de Economía. Muchos interpretaban esta circunstancia como la necesidad de reafirmar su mandato cuando observaba que había un incremento desmedido de los precios y una actitud pasiva de los gremios sintiendo que lo traicionaban; como también el preludio a una decisión de envergadura, muy probablemente en el camino de hacer más profundo el viraje a la derecha.
Perón calculaba marcar cierta distancia ante todo lo que había ocurrido en el panorama político, a fin de abrir una nueva ofensiva que se tradujese contra las corrientes de la izquierda que creyeron posible iniciar un proceso de profundas transformaciones sociales. Se había constatado la amenaza inflacionaria contra la que se luchaba y los débiles resultados de una política económica a medio definir entre los diversos intereses que se beneficiaban del poder.
En el gobierno se producían directos, reacomodos, deslizamientos y pugnas, a los cuales debía maniobrar Perón. El diario La Nación sostuvo la existencia de un “
reacomodamiento de los jugadores”. La revista Panorama afirmaba que “hay deslizamientos en los centros de poder” y el Partido Comunista diagnosticaba que “algo nuevo sucede”. El diario la Nación destacó “la benevolencia comunista” frente al gobierno postura que contrastaba respecto a la mayoría de la izquierda. Cobraba preeminencia el ministro de economía José Gelbard que también lo había sido en los gobiernos de Campora y Lastrini. Iirónicamente era un empresario y en otrora militante comunista, quien había diseñado rumbos de apertura internacional capaces de oxigenar la producción nacional.
El 1 de julio de 1974, fallecería el General, dando comienzo a un nuevo periodo de inestabilidad y represión de la historia de Argentina. Asumiría el poder la vicepresidenta Maria Estela Martinez. Tras la violencia que se generó, la Presidente aseguraba que su gobierno no se encontraba “
inerme, ni inerte” y “
de manera alguna seremos débiles para aplicar la ley con todo rigor”.
El Congreso debió aprobar una Ley antisubversiva especial que intentara poner freno a la virtual guerra civil, declaradas entre las dos facciones extremistas; el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y la Acción Anticomunista Argentina (AAA);siendo aprobada en ambas Cámaras por la mayoría peronista. La oposición radical manifestó su temor de que se atente contra la libertad de prensa y el derecho a huelga. La ley aumentó las figuras penales, creaba nuevas sanciones e instituía nuevos delitos. El propósito fue “
luchar frontalmente contra la guerrilla y la subversión” teniendo como expresa finalidad “reprimir toda clase de adoctrinamiento, propagación o difusión de las actividades subversivas”.
Fueron asesinados durante este periodo entre otros, el general chileno exiliado Carlos Pratts y su esposa, Silvio Frondizi – hermano del ex presidente Arturo Frondizi-. En Córdoba recibió sepultura el teniente coronel Jorge Oscar Grassi, y se trasladaron a Buenos Aires desde Rosario, los restos del teniente Luis Roberto Brzic.
En el funeral de Grassi, el jefe del Ejército Leonardo Enrique Anaya, reafirmó la determinación de las fuerzas armadas de apoyar la definitiva institucionalización del país y advertía a “estos grupos de inadaptados” que “el ejército estaba preparado para caer sobre ellos con todos sus medios, cuando el pueblo así lo reclame, a través de sus legítimos representantes”.