Desde el jardín epicureísta se exige una mente libre de temores dónde las sensaciones sean la fuente de un microcosmos interior que determina lo que sentimos y experimentamos para ser felices. En Kant, se relocaliza la moral dentro de su sistema metafísico apelando a la dignidad de ser feliz; esto significa que quien actúa moralmente bien: merece la felicidad. Para Gadamer, la felicidad es un estado de flujo, que no es más que la comprensión de los fenómenos experimentados en la vida.
Y es justamente la vida la que obliga a las personas a comportarse, a sentir de determinada forma, para construir un modelo de vida deseable que logre hacer feliz al ser humano. Por ello el ser feliz es un estado que existe en diferentes espacios, en el emocional, en el mental, dónde los sentimientos y pensamientos positivos se manifiestan al actuar de la manera correcta. Esto genera lo que conocemos como plenitud.
Pero ésta plenitud no viene solamente de las acciones, pensamientos o emociones positivas, desde la filosofía universal, el vivir apropiadamente se conecta al supremo bien. Esto no es más que el objetivo final el cual se debe alcanzar para ser feliz, que dicho sea de paso, es una categoría múltiple que va a depender del enfoque de la felicidad: puede venir empacado por la prudencia, con un toque de autocontrol o por la necesidad imperiosa de sentir la recompensa del placer, generando un estado de paz y calma, de frenesí y gozo. En todo caso, según la Real Academia Española de la lengua la felicidad es un estado de grata satisfacción espiritual y física: es el fin último de todas las acciones, por las que se ha construido y puede ser construida.
Como toda verdad, tiene diferentes niveles de verdad. En Aristóteles, la felicidad no consiste en conseguir los placeres, por el contrario, se es feliz cuando nuestro comportamiento se opone al placer dedicándose a la acción política y a la contemplación. En Kant también propone una ética del deber, dónde el acto moral se fundamenta en la buena voluntad. En el siglo XXI, la ética es cada vez más difusa, estos valores en los que se centran tanto Kant como Aristóteles se rescatan para una era dónde tanto el narcisismo, como el individualismo está la orden del día; en un individuo que refleja en su propio espejo.
Son estos tiempos en los que la felicidad se muestra a través de la pantalla, en fotos y videos de gente bella. Una individualidad creciente, de alejamiento físico de las personas producto pandémico por un lado y por otro, la lejanía que brinda el hilo tecnológico; todo ello hace que sea cada vez más necesario también la comprensión de la búsqueda de una felicidad distinta, hiperreal.
La felicidad hiperreal es una visión pragmática que empuja a sentirse bien, desde una visión individual, la felicidad humana pasa a ser dominios de espacios sociales inmersivos, ya que se inicia la búsqueda de un estado de paz - personal que se interconecte, o no, con la pleroma artificial en la que coexistimos. Un ecosistema artificial, dónde se debe construir una nueva comprensión de los términos de ser feliz a pesar del poder del gobernante, pues es también un asunto de libertades regida por la legalidad. Al rescatar una felicidad personal, se esparce la idea de que todos podemos ser feliz desde la comprensión budista de la vacuidad, de la impermanencia y del vivir desde la incertidumbre. Dónde se podría derrumbar el ideal social dónde los ciudadanos sean libres e iguales, hombres virtuosos y felices. Ya no se trata de que todos seamos felices, sino de actuar conforme a la razón, por deber se feliz.
En el mundo actual, es muy complicado ser feliz. Pero hay que intentar serlo en medio de las desilusiones propias de la vida, de los vacíos, de las ausencias. De una vida mediada por la hiperconexión, de un metaverso en construcción, lleno de malas noticias, fake news, de una post verdad construida con manipulación y hegemonía. A pesar del devenir tecnológico transhumano, hay que hollar un sendero hacia la felicidad. Entendiendo que esto no es sólo es la meta, también es el medio mismo para lograr sobrevivir, por medio de un proceso de búsqueda de sentido y trascendencia.