La impresión 3D se une así a la robótica, para permitir producir en los países desarrollados a menor costo que en los propios países de mano de obra barata. El caso de la automatización productiva es más claro que el de la impresión 3D en este sentido
La tecnología aditiva y el regreso a casa
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Por: Alfredo Toro Hardy

El regreso a casa o cerca de casa (en inglés conocidos como “offshoring” o “nearshoring”) de los procesos manufactureros externalizados a China y a las economías emergentes, se encuentran entre los principales objetivos de las economías desarrolladas de Occidente. La llamada tecnología aditiva juega un papel vital en este propósito.

Las líneas de ensamblaje, que desde los tiempos de Henry Ford se convirtieron en el método tradicional de manufactura, se están viendo fuertemente impactadas como resultado de esta tecnología. Mejor conocida como impresión 3D, la misma consiste en añadir capa sobre capa a partir de un modelo digital tridimensional. En tal sentido, es el opuesto a la tecnología sustractiva, que es como las cosas se han fabricado hasta ahora. Es decir, removiendo capas de una pieza de material hasta obtener la forma deseada. Como resultado de su aproximación aditiva y no sustractiva, esta forma de manufactura permite ahorrarse numerosos pasos intermedios.

Más aún, en lugar de fabricar múltiples piezas intermedias, para ensamblarlas juntas, esta tecnología permite imprimir una pieza final directamente. Tal como señalaba Finbarr Livesey: “Una de las primeras empresas en adoptar esta tecnología fue General Electric…En la actualidad ellos fabrican un inyector de combustible directamente por vía de tecnología 3D, lo cual les ahorra tener que fabricar y luego soldar 18 piezas separadas” (From Global to Local, New York, 2017). Ello afecta de manera directa el comercio y movilización de piezas y partes intermedias que representan alrededor del 60% del comercio internacional.

Por otro lado, en lugar de tener que almacenar amplios inventarios de piezas y componentes, la tecnología aditiva permite imprimirlos a solicitud. Esto hace obsoletos a los inventarios. La impresión 3D conduce, en efecto, a la fabricación por demanda. Más aún, permite la manufactura personalizada y en masa de piezas y componentes, a partir de las especificaciones del cliente. Sin embargo, esta fabricación personalizada y en masa puede incluir también a productos finales.

Nuevamente Livesey nos presentaba un buen ejemplo: “Hemos entrado en el mundo de la producción personalizada en masa. En la página Web de Adidas se puede escoger un zapato deportivo base y luego personalizarlo escogiendo el color, la textura y el estilo, incluso se puede añadir alguna texto o foto que personalice aún más las especificaciones del cliente…Sin embargo, ese par de zapatos nunca será fabricado a menos que se pulse el botón de compra en la página Web, lo cual vincula la fabricación del producto a su demanda específica” (obra citada).

Así las cosas, Rick Smith and Mitch Free nos señalaban lo siguiente: “La fabricación en impresión 3D es la segunda gran ola de tecnología manufacturera. Ella está comenzando a desarticular una industria manufacturera global de 14 billones (millón de millones) de dólares, basada en en la producción estandarizada en masa(The Great Disruption, New York, 2016).

Sin embargo, en adición a poder eliminar pasos intermedios de manufactura y de estar en capacidad de personalizar una producción de escala, la impresión 3D permite diseños complejos que escapan a la línea de ensamblaje. Nuevamente en palabras de Rick Smith and Mitch Free: “El proceso aditivo, al ir añadiendo capa tras capa, permite producir con igual facilidad objetos extremadamente complicados u objetos simples. La complejidad del diseño no encarece el proceso de fabricación, lo que permite optimizar la funcionalidad de la pieza o producto que se desea” (obra citada).

Finalmente, la tecnología aditiva brinda dos beneficios adicionales: rapidez en el proceso de producción y volúmenes menores de producción cerca del mercado de consumo. Lo primero se logra al evitar las largas cadenas de suministro, que mantienen a las distintas piezas o componentes de un producto final movilizándose de un extremo a otro del mundo en medio de fases sucesivas de fabricación y ensamblaje. La cercanía al mercado de consumo, de su lado, permite adaptar la producción al tamaño particular del mercado, evitando sobreproducción y desperdicio. Ello, desde luego, contribuye a abaratar el producto final.

La impresión 3D se une así a la robótica, para permitir producir en los países desarrollados a menor costo que en los propios países de mano de obra barata. El caso de la automatización productiva es más claro que el de la impresión 3D en este sentido. Según Livesey, el costo promedio total por hora de un robot era de cinco euros, comparado a nueve euros por hora en el caso de un trabajador chino. Los costos productivos de la robótica, sin embargo, han bajado desde que esto fue escrito en 2017. Si los robots pueden trabajar sin pausa, a un costo menor que su contraparte humana en una economía de mano de obra intensiva, no existe razón para mantener las fábricas al otro extremo del mundo.

Tanto la impresión 3D como la robótica, constituyen las bases para el regreso de las fábricas al mundo desarrollado.

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