Por: Alfredo Toro Hardy
El concepto América Latina emana en Francia y es producto de la llamada tesis Pan Latina, cuyo objetivo era la proyección de poder e influencia francesa del otro lado del Atlántico. Al acuñar el término que hoy nos identifica como región se buscó legitimar la invasión a México adelantada por Napoleón III.
Ocasión y ambición se juntaron para hacer realidad el proyecto imperial anterior, el cual comienza a finales de 1861. De un lado la Guerra Civil estadounidense, iniciada ese mismo año, dejó sin efecto la aplicación de la Doctrina Monroe y abrió las puertas de la región a los apetitos coloniales extra continentales. Del otro, los conservadores mexicanos recientemente derrotados por Benito Juárez solicitaron al Emperador francés dicha intervención.
Las ambiciones de Napoleón III eran claras. Crear una barrera de contención a la hegemonía de Estados Unidos en la región. Asegurar las condiciones propicias para crear otros regímenes títeres de Francia en nuestra parte de América. Explotar las oportunidades comerciales que ofrecía Hispanoamérica. Garantizar la seguridad de las colonias francesas en el Caribe. Beneficiarse de las ricas minas mexicanas.
Napoleón III estaba convencido de que la guerra civil que asolaba a Estados Unidos sería ganada por la Confederación del Sur. Ello haría desaparecer a un vecino poderoso en la frontera Norte de México, sustituyéndolo por otro más débil que no estaría en capacidad de amenazar la presencia de sus fuerzas en ese país.
Dos cartas de Napoleón dan a conocer las bases conceptuales de su proyecto. En una del 9 de octubre de 1861, dirigida a su Embajador en Londres, le señalaba que un México fuerte bajo la égida francesa se convertiría en una barrera impasable a los apetitos hegemónicos de Estados Unidos en la región. En otra del 3 de junio de 1862, dirigida al General Elie Forey, le señalaba que Francia tenía la misión histórica de restaurar la fuerza y el prestigio de la raza latina del otro lado del Atlántico.
Barrera y restauración se convertían así en las dos caras de una misma moneda cuyo objetivo era contrabalancear el creciente poder Anglo Protestante en las Américas a través de la construcción de un nuevo poder Latino Católico. Brasil, valga agregarlo, era visto como un miembro natural de esta familia latina de allende el Océano, aun cuando los designios imperiales napoleónicos no lo incluían.
A los fines de dar sustento a dichos planes se buscó a un príncipe europeo que pudiese servirle a Francia de monarca títere en un México tributario. Maximiliano, hermano del Emperador de Austria, fue el escogido y en mayo de 1864 esté se transformó en el Emperador Maximiliano I de México.
Sin embargo todos los planes de Napoleón se fueron viniendo a pique. En junio de 1865 la Confederación sureña era derrotada y Estados Unidos se reconstituía como Estado unitario. En febrero de 1867 las tropas francesas en México, respondiendo a la doble amenaza del nuevo poder de Estados Unidos en la frontera de México y de Prusia en la frontera de Francia, emprendían regreso a casa. En junio de 1867 Maximiliano era fusilado por las tropas vencedoras de Benito Juárez. En septiembre de 1870 el propio régimen de Napoleón III se veía derrocado luego de sufrir una apabullante derrota militar a manos de Prusia.
No obstante lo anterior las propias élites de esta parte del mundo decidieron hacer suyo el apelativo escogido por Napoleón III. Fue así que pasamos a denominarnos América Latina. ¿Por qué este contrasentido?
Ello hubiese tenido razón de ser bajo el argumento de una esfera latina y católica que buscaba definir su identidad ante la fuerza expansiva del Norte anglosajón y protestante. Pero no fue así. El movimiento positivista que controlaba los hilos intelectuales y políticos de la región por aquellos años, y que fue el encargado de legitimar el término América Latina, mantenía una admiración sin límites por Estados Unidos.
El menosprecio profundo hacia la herencia española y la admiración igualmente sumisa hacia Francia fueron las razones predominantes. La actitud de Domingo Faustino Sarmiento, quizás la figura más destacada del positivismo latinoamericano, habla por sí sola.
Según sus términos: “Yo me siento llamado a luchar contra la raza española, incapaz de entender lo que es la libertad. El lenguaje español es un obstáculo insuperable para la transmisión de la cultura. España ha condenado al atraso a sus descendientes en América” (Citado por Claudio Véliz, The Centralist Tradition of Latin America, Princeton, 1980).
Más aún, señalaba Sarmiento: “Las ideas, la moda, la producción literaria francesas son modelo y aspiración para todas las demás naciones. Esto que podría entenderse como un deseo a imitar, no es más que el anhelo a la perfección que todos los humanos llevan dentro de sí” (Idem).
El ser aceptados como los primos trasatlánticos de los franceses era, bajo esta línea de pensamiento, un honor que privaba por sobre las intenciones imperialistas bajo la cual fue acuñado el concepto de América Latina. El término que nos identifica fue así el resultado de una abyecta sumisión cultural.