Alfredo Toro Hardy
Las regulaciones comerciales impuestas por Madrid y Lisboa en tiempos coloniales impidieron el comercio intra-colonial y la creación de una red de puertos en Iberoamérica. El transporte del oro y la plata y de los productos agrícolas americanos hacia las metrópolis fue el único interés de éstas. En contraste, en las colonias inglesas de Norteamérica no sólo se propició la creación de numerosos puertos sino que se permitió que estos comerciaran y compitieran entre sí. Mientras Iberoamérica se acostumbró al transporte de materias primas, Norteamérica no sólo desarrollo amplia experiencia comercial sino que desarrolló una especialización productiva que estimuló la creación de industrias. Una vez independiente, Estados Unidos pudo participar tempranamente en la Revolución Industrial, mientras que Iberoamérica quedó atrapada en el ciclo de exportación de materias primas.
Entre 1860 y 1890 las exportaciones de recursos naturales latinoamericanos trajeron gran prosperidad a la región. Sin lograr equipararse al crecimiento económico de Estados Unidos o Alemania durante ese período, América Latina creció mucho más que otras regiones periféricas y tanto como la media del crecimiento europeo. Latinoamérica se adentró con fuerza al siglo XX. Entre 1870 y 1913, el PIB regional creció 3,5% frente a un promedio mundial de 2,1%. Mientras Brasil proveía el 70% del café del mundo, Argentina alcanzó una posición internacional puntera en la exportación de carne, cereales y lana (Claudio Loser, “The impact of Globalization on Latin America”, University of Miami Center for Hemispheric Policy, June 11, 2012).
Esta primera globalización favoreció inmensamente a América Latina. Proceso este que se vio interrumpido con la llegada de la Primera Guerra Mundial, la cual desarticuló flujos de inversiones e importaciones. Cuando la región comenzaba a recuperarse, la depresión económica de los años treinta trajo un segundo impacto desarticulador. Ello puso en evidencia las fragilidades del modelo económico latinoamericano, sustentado en la exportación de recursos naturales y en la importación de todo lo demás. De manera natural, la industrialización comenzó a ser vista como la solución y una industria ligera fue tomando cuerpo.
La Segunda Guerra Mundial dio nuevo ímpetu al proceso anterior. Al finalizar el conflicto, en efecto, comienza a estructurarse conceptualmente la noción de sustitución de importaciones en el seno de la CEPAL. Con ello se daba sustento teórico a un proceso que se ya se había iniciado bajo imperativos pragmáticos.
A efectos de crear una base industrial que satisficiese las necesidades de nuestras poblaciones, haciendo innecesaria la importación de manufacturas, dos pasos resultaron necesarios. El primero fue imponer altas tarifas a las manufacturas importadas. El segundo fue sobrevaluar nuestras monedas con el objeto de poder adquirir los equipos requeridos para la producción industrial.
La industrialización sustitutiva incurrió, sin embargo, en dos errores que al cabo de algunas décadas contribuyeron a su colapso. Uno, el seguir dependiendo de la exportación de recursos naturales como fuente de adquisición de divisas. Dos, el hacer del cierre de nuestros mercados no una fase temporal (en tanto se adquiriesen destreza y fortaleza productivas), sino una situación permanente. Mientras lo primero nos siguió dejando a merced de la volatilidad de las materias primas, lo segundo estimuló niveles de ineficiencia sólo sostenibles mientras subsistieran altas barreras arancelarias.
A pesar de estos errores, el sistema brindó resultados impresionantes. Entre 1950 y 1973, el PIB regional creció más rápido que el promedio mundial: 5,4% versus 4,9%. En 1981, poco antes de que el modelo de sustitución de importaciones entrara en crisis terminal, el porcentaje latinoamericano dentro del PIB mundial llegaba al 11%, mientras que su PIB per cápita superaba en 10% al mundial. En efecto, entre 1947 y 1973 el ingreso per cápita de la región creció 73% en términos reales (Joseph Stiglitz, Making Globalization Work, London, 2006; Greg Grandin, Empire’s Workshop, New York, 2006).
No obstante, las vulnerabilidades que anidaban al interior del modelo estaban listas para concatenarse cuando el conjunto apropiado de condiciones internacionales apareciera. Estas se materializaron a raíz de la crisis de la deuda externa de los años ochenta, cuando los intereses se dispararon y el precio de las materias primas se desplomó.
Con una fuerte deuda a cuestas, las fuentes de acceso a divisas por el suelo y la espiral de los intereses creciendo sin cesar, nuestros países debieron recurrir al Fondo Monetario Internacional. Este conformaba la alcabala obligatoria para acceder al refinanciamiento bancario internacional, imponiendo las condiciones para ello. Tales condiciones implicaron, entre otras cosas, el desmantelamiento de las barreras arancelarias. Sin protección, las industrias regionales fueron arrasadas por la competencia extranjera. Fue así que la mayor parte de la región debió volver a concentrarse, como en tiempos coloniales, en los recursos naturales.