Desde hace mucho Venezuela es el objeto de la añoranza de los que se fueron y también para los que quedamos aquí, aún más cuando nuestro país se ha convertido en fragmentos de lo que fué
UNA AÑORANZA LLAMADA VENEZUELA
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Waleska Perdomo Cáceres

Experimentar a Venezuela es una sensación rara e inusual, es una mezcla de melancolía, de angustia, de tristeza, unida a la sensación de que nos falta algo. Estés dentro o fuera, Venezuela se ha convertido en un estado mental que se trasluce en flashbacks de momentos, de reminiscencias que barajan la posibilidad tanto de escapar de ella, como de continuar viviendo ahí.

Y es que Venezuela, el país y el estado mental, se han convertido en una realidad caleidoscópica, transcompleja, que se transforma dependiendo desde dónde la veas. Para el que la disfruta desde el enchufe gubernamental, es el mejor momento de su existencia. Nada le falta, todo es abundancia, fiesta, dinero, seguridad, negocios, placeres culposos. Todo sobra.

Para los que estamos dentro y en medio de las clases más pujantes, si… la clase baja es pujante porque son los atendidos, los escuchados, los descamisados, los descalzos… Ahí llegan las migajas que reparte la plataforma, las dádivas, las divisas producto de los oficios. Ahí está el que sobrevive al día, sin perder nada, porque nunca ha tenido. Siempre falta.

Pero para nosotros, los del medio, los invisibles, es una experiencia trascendental. Una plataforma para el desarrollo de almas con una evolución infinita. Pues ahí está el profesor al que le pagan 12 bolivares la hora, el que tiene que ahorrar para unos cauchos, el que lucha por pagar una consulta médica, quien se organiza y es constante para tener lo necesario en su casa, para llegar a fin de mes. Ahí, todo es justo, apretado.
 
Para los que se fueron, es un vacío permanente. Una añoranza constante, una tristeza que sale cuando los recuerdos se disparan y pasan por el frente de la mente. Los que se trasladan gracias a una música, a un olor, a un sabor. Es un duelo permanente, que se escapa en un suspiro. Así se largue odiando al país, a los gobernantes, a los responsables de esta fragmentación lacerante y jure no regresar, lo cierto es que si, Venezuela está dentro de él.

Porque todos añoramos a Venezuela, dentro o fuera. Desde la geografía o desde el estado mental. Todos reclamamos: van para quienes nos la quitaron, quiénes destruyeron lo que teníamos por efectos de la impronta política que todo lo corroe. Por las apetencias personales y por los negocios que aún abundan. Sabemos que esto no es resultado de la improvisación o de los errores. Es resultado de un modelo social bien pensado, planeado y ejecutado a la perfección. Lo que nos condujo a lo que somos. Esto no es una volada de dados de la geopolítica de turno. Es un entramado cultural, una ingeniería social, un deshilachamiento cultural, un lavado de cerebros que busca de la perpetuidad de un sistema malvado.
 
Lo cierto es que todos extrañamos a Venezuela. Desde el bonito recuerdo, desde el anhelo o la duda del que quiere volver, del que quiere irse, del que regresó. Desde el desdén del que no quiere ni recordarla, el que juró que nunca regresaría. Porque hay amores que matan. Pero no es culpa de Venezuela, es culpa de todos, no es culpa de nadie. Es una añoranza agravada por los tiempos posmodernos que se han cruzado por el frente de nuestras tristezas acumuladas, del desaliento generalizado, del cansancio, la preocupación constante por el futuro personal y colectivo.
 
Porque Venezuela se volvió extraña de nuevo.Lejana, complicada, costosa. Y se nos cruza el deseo, los recuerdos de las glorias pasadas. De una niñez o juventud plena, feliz, llena de los amores que inundaban la vida. De sonrisas, de abundancia. De una existencia alegre, llena de cosas buenas. De una casa dejada, de las ilusiones cortadas, de un sentimiento de abandono que puede cesar por instantes, pero que es un recuerdo que emerge de repente.

Lo cierto es que vivimos como mejor podemos. Pensando que siempre es posible volver al lugar dónde fuimos felices. Entendiendo que los tiempos pasados son eso, pasado.

Que debemos adaptarnos y ser felices en nuestra orbe. En un pequeño mundo dónde los tequeños abundan junto a las empanadas y las sonrisas. Dónde el alma llanera suena bonito, dónde el Ávila trasluce y los azahares perfuman los largos zaguanes. Venezuela es una añoranza, un estado mental bonito, sentido, feliz.




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