Jason Horowitz and Matina Stevis-Gridneff
El superyate Mayan Queen IV navegaba sin complicaciones a través del Mediterráneo oscuro y en calma en la madrugada del 14 de junio cuando recibió un llamado sobre una embarcación migrante en emergencia a cuatro millas náuticas de distancia
Unos 20 minutos después, poco antes de las 3 a. m., el imponente yate de 175 millones de dólares, propiedad de la familia de un magnate mexicano de la plata, llegó al lugar. El bote en apuros ya se había hundido. Lo único que la tripulación de cuatro personas podía ver eran las luces del barco de la Guardia Costera griega rastreando la superficie oscura del agua. Pero lograban escuchar los gritos de los sobrevivientes.
“Horrible”, dijo el capitán del Mayan Queen, Richard Kirkby, quien describió el mar como “boca de lobo” en aquella noche casi sin luna.
En unas cuantas horas, el Mayan Queen, de 93 metros, y más habituado a la navegación de ocio en Mónaco e Italia con multimillonarios y sus amistades a bordo, estaba repleto con 100 hombres pakistaníes, sirios, palestinos y egipcios desesperados, deshidratados y empapados al jugar un papel inesperado en uno de los naufragios migratorios más mortíferos de las últimas décadas. Se ahogaron hasta 650 hombres, mujeres y niños.
La imagen incongruente de los sobrevivientes devastados desembarcando del Mayan Queen en un puerto de Kalamata la semana pasada subrayó lo que se ha convertido en la bizarra realidad del Mediterráneo moderno, un lugar donde los superyates de los megarricos, equipados con piscinas, jacuzzis, helipuertos y otros adornos de lujo, comparten los mares con los más desamparados en botes operados por traficantes de forma riesgosa al cruzar del norte de África hacia Europa.
Tal vez era inevitable que sus caminos se cruzaran.
Las vías marítimas del mundo se han convertido en un reflejo de las desigualdades globales en los últimos días. En el Atlántico Norte, un multimillonario, su hijo y otros empresarios se dispusieron a explorar el naufragio del Titanic en un sumergible turístico de lujo que se ha extraviado, desatando una operación internacional de búsqueda y rescate.
Días antes, las autoridades griegas decidieron en varias ocasiones no ayudar a un pesquero de arrastre de 24 a 30 metros en el que iban hasta 750 personas en una huida desesperada de la pobreza y el desplazamiento de la guerra y que se hallaba en la zona griega de búsqueda y rescate. Solo cuando la embarcación se hundió frente a la guardia costera fue que las autoridades entraron en acción, pidiendo ayuda al Mayan Queen, que se encuentra entre los 100 yates más grandes del mundo.
“Tan pronto como te notifican y estás en proximidad y puedes hacerlo, estás obligado” a intentar y rescatar, comentó Aphrodite Papachristodoulou, experta en derecho marítimo y derechos humanos del Centro Irlandés de Derechos Humanos. Añadió que no era inusual que hubiera yates de lujo en esa zona.
Lo que no era tan obvio, dijo, era el motivo por el cual las autoridades griegas tuvieron que llamar a un yate que pasaba para que acudiera al rescate de una embarcación abarrotada y desvencijada que habían estado rastreando y con la que se habían estado comunicando durante todo un día en su zona de búsqueda y rescate.
“La práctica de no asistencia o de retraso en la asistencia y el motivo por el que los griegos no procedieron al rescate es otra incógnita”, dijo.
Cuando el Mayan Queen llegó, ya había una embarcación de la Guardia Costera griega y sus tripulantes estaban en una balsa salvando a decenas de hombres del agua. La tripulación del Mayan Queen hizo descender su salvavidas con tres de sus propios integrantes y siguió los gritos de ayuda, subiendo a 15 hombres a bordo, dijo el capitán.
Un recuento vívido de los sucesos, brindado por Kirkby bajo juramento, que The New York Times obtuvo, añadió que ninguno de los rescatados llevaba salvavidas. Algunos estaban aferrados a pedazos de madera flotantes. Durante horas, el personal de yate se mantuvo en un espeluznante silencio e hizo brillar sus más potentes reflectores para ver y oír mejor.
Los investigadores aún intentan comprender qué sucedió exactamente cuando se hundió la embarcación en su intento por llegar a Italia: si los traficantes rehusaron la ayuda y el pánico abordo ocasionó que se volcara, como asegura la Guardia Costera, o si más bien un intento fallido de remolcar la embarcación causó su hundimiento, como afirman algunos sobrevivientes. En cualquier caso, le tocó al Mayan Queen encargarse de gran parte del rescate.
El reluciente yate, que zarpó de Italia, transportó a 100 de los 104 sobrevivientes y a cuatro guardacostas griegos —así como a una decena de cuerpos— al puerto.
“Me gustaría pensar que es lo que cualquiera haría”, dijo Kirkby, quien solía pilotear el superyate
Le Grand Bleu, propiedad del oligarca ruso Roman Abramovich. Añadió el miércoles que, debido a un acuerdo de confidencialidad, y a las circunstancias “contenciosas” del hundimiento del pesquero, no podía comentar mucho más.
“No me gustaría ver que la Guardia Costera tuviera mala reputación”, dijo. “Hicieron todo lo que pudieron”.
Kirky habló brevemente en un café en el puerto de Suda, donde el yate estaba anclado cerca de un crucero que llevaba turistas a la ciudad cretense de La Canea, una embarcación industrial rusa y un estacionamiento lleno de contenedores de camión. La tripulación del navío hacía tareas, con camisetas que llevaban un dibujo del yate en la espalda y en el bolsillo del pecho una letra B, por la inicial de la familia del difunto dueño del yate, Alberto Baillères.
La mañana del miércoles, un tripulante llevaba una sombrilla por la pasarela que los migrantes recorrieron con inestabilidad la semana pasada; algunos de ellos fueron recibidos por camillas y trabajadores de salud con mantas térmicas de aluminio. En la popa del barco, con letras plateadas que dicen “Mayan Queen” y “George Town”, relucientes bajo el sol caliente y con música house sonando, los tripulantes limpiaban donde los migrantes se habían acurrucado al llegar al puerto de Kalamata.
Según Boat International —un sitio de noticias de yates—,
el Mayan Queen, que lleva una bandera de las Islas Caimán, está en la lista de los 100 de los superyates más grandes del mundo. Fue construido por Blohm & Voss GmbH, constructor de embarcaciones con sede en Hamburgo, en 2008 y diseñado por
Tim Heywood, favorito de los dueños de yates.
“Su poderío surge de dos motores diésel. Puede albergar a hasta 26 invitados y 24 tripulantes”, decía la revista. “Está construida con una cubierta de Teca, un casco de Acero y una superestructura de Aluminio”.
Esa construcción contrastaba con el estado del navío en el que se abarrotaron cientos de migrantes, quienes pagaron miles de dólares por persona, la semana pasada en Libia, con la esperanza de llegar a Italia.
En declaraciones juradas obtenidas por el Times, testigos dijeron que los pasajeros sufrieron privaciones y golpizas con cinturones. Los traficantes lanzaron alimentos al agua. Hombres pakistaníes fueron puestos en la bodega y cientos de ellos se hundieron con mujeres y niños en una de las zonas más profundas del Mediterráneo. Solo los afortunados llegaron a las cubiertas del Mayan Queen.
Alrededor de las 6 a.m., del día del siniestro, al salir el sol, Kirkby recibió una llamada para transportar a los 100 hombres rescatados del navío de la Guardia Costera al puerto más cercano.
Brindaron ropa seca y agua a los hombres, algunos de los cuales, dijo, “estaban en mala forma”. Durante horas, los sobrevivientes, envueltos en frazadas grises y lamentando sus pérdidas, navegaron en el superyate. A las 11:20 a. m., el Mayan Queen y sus pasajeros inesperados llegaron al puerto.
“Los llevamos a todos”, dijo Kirkby.
Niki Kitsantonis colaboró con reportería desde Atenas.
The New York Times