Nueva Dehli se reserva el derecho a una política exterior independiente y soberana y asume una alianza estratégica con Estados Unidos para la contención a China
EL VIAJE DE MODI
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Alfredo Toro Hardy

China e India han oscilado durante años entre factores de consonancia y disonancia. Entre los primeros encontramos una historia que desde el pasado distante se ha caracterizado por influencias recíprocas. Ello incluyó la difusión del budismo en China a partir de la India. Más aún la similitud de sus procesos históricos no encuentra parangón. Durante 1.800 de los últimos 2.000 años sus economías resultaron las mayores del planeta. Para 1750 su PIB combinado representaba todavía el 57,3% de la mundial. Bajo el impacto del colonialismo, sin embargo, ambas naciones habrían de sufrir traumas superlativos y sus economías habrían de contraerse radicalmente. Para 1900 el PIB combinado de China e India alcanzaba apenas a 7% del global.

No en balde ambos países jugarían un papel protagónico en los procesos de descolonización y en el emerger del movimiento de los no alineados en la Cumbre de Bandung de 1955. Más aún, dichas naciones se proyectan hacia el futuro con gran fuerza y con una inmensa potencialidad de complementariedad económica. Hasta hace poco tiempo las proyecciones apuntaban a que en 2040 estos países representarían el 40% del mercado global, mientras que el PIB conjunto de sus economías alcanzaría al 52% del mundial. Para esa fecha, se estima que China e India serán las dos mayores economías del planeta. Ello haría del predominio económico occidental un simple paréntesis en la historia multimilenaria de la humanidad. Nada tiene de extraño, por consiguiente, que hace algunos años se acuñase el acrónimo Chindia para referirse al impacto de esta conjunción económica potencial.

No obstante, junto a los factores de convergencia han estado también los de divergencia. Estos últimos se expresan en los campos de lo limítrofe y de la geopolítica. China e India mantienen diferendos territoriales en las regiones de Aksai Chin y Arunachal Pradesh que conllevan a altas tensiones periódicas entre ambos y que en 1962 las condujeron a una corta guerra. Nuevamente en 1987 se produjeron escaramuzas militares entre las partes, mientras que en 2017 las respectivas guarniciones fronterizas mantuvieron un enfrentamiento a palos con saldo de varios muertos. Los estrechos vínculos entre Pakistán y China, de su lado, son vistos como una amenaza por India, quien a la vez ofende profundamente a Pekín por el asilo que brinda al Dalái Lama y por las actividades que el “gobierno en el exilio” de Tíbet realiza desde la ciudad india de Daramshala. A estas disonancias ha venido a sumarse en años recientes una adicional que ha generado alta desconfianza y temor por parte de India.

Pekín se encuentra en proceso de despliegue de una flota de guerra de aguas azules que incluiría cinco o seis portaviones para el 2030. De hecho, dispone ya de dos portaviones y de la mayor armada del mundo, lo cual incluye a la mayor flota de submarinos del planeta. En términos cuantitativos, que no ya cualitativos, China superó a Estados Unidos en número de naves de guerra y submarinos. Un porcentaje importante de esta armada buscaría posicionarse en el Océano Índico, por donde circula el 80% por ciento del petróleo que China importa, así como parte fundamental de su comercio internacional. Ligado a lo anterior, Pekín se ha abocado a la construcción de un conjunto de puertos en el Océano Índico: Kyaupyu en Myanmar, Chittagong en Bangladesh, Gwadar en Pakistan y Hambantota en Sri Lanka. Según han señalado múltiples analistas, la intención final de Pekín sería transformar a los mismos en bases navales chinas. El efecto combinado de las ambiciones chinas de desplegar una flota de guerra por aquellos mares con dichos desarrollos portuarios, se ha convertido en fuente de inmensa preocupación para India, quien se va sintiendo cercada por las fuerzas chinas.

El que la consonancia o la disonancia prevaleciesen asumía inmensa significación geopolítica en momentos en que una nueva Guerra Fría emerge entre China y Estados Unidos. A estas alturas es claro que la disonancia terminó imponiéndose entre China e India y que Nueva Delhi se ha sumado al esfuerzo por contener a China. Conjuntamente con Estados Unidos, Japón y Australia, India ha pasado a formar el llamado "Quad". Dicho término es una contracción de la palabra inglesa Quadrilateral y alude al llamado Diálogo de Seguridad Cuadrilateral. Este conjuga a dichos países en un pacto de facto abocado a frenar la expansión geopolítica china.

India asume así una importancia geopolítica mayor en el contexto de la nueva Guerra Fría entre Washington y Pekín. En tal sentido, desde el tiempo de la Administración Trump, Washington comenzó a utilizar el concepto de Indo-Pacífico en lugar del de Asia Pacífico para definir el ámbito de su rivalidad geopolítica con China. Ello implicaba hacer del Pacífico y del Este de Asia sub secciones dentro de un marco geopolítico más amplio, en el que India juega un papel protagónico. Biden dió continuidad a esta misma línea conceptual.

El viaje realizado en días pasados por el Primer Ministro de la India Narendra Modi a Washington, debe situarse dentro de este marco contextual. Si bien Nueva Dehli se reserva el derecho a una política exterior independiente y soberana en persecución de sus intereses plurales, asume una alianza estratégica con Estados Unidos en relación a la contención a China.

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