Hay una realidad inequívoca que deberíamos saber: todos los seres humanos poseen la misma tonalidad de sangre: y ésta es de color bermellón
RECORDAR UNA VEZ MÁS A KAPUSCINSKI
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Rafael del Naranco

Los nacionalistas no asimilarán nada de estas líneas al estar envueltos en la tenebrosidad que nubla el raciocinio y produce espantos igual a las pinceladas negras de Francisco de Goya.

El autor de “El mundo de hoy” y “Los viajes de Herodoto”, dejó una sentencia de la cual deberíamos sacar claros corolarios en estos relámpagos crueles que están cayendo sobre Ucrania, sin olvidar lo que viene sucediendo en Irán, Yemen, Etiopía, El Sahel, Congo y toda la región de los Grandes Lagos, Pakistán, Palestina y Gaza, sin olvidar esa tan dejada de lado llamada Haití.

Ante esas brutales marabuntas nos habló rotundamente Kapuscinski:

“La xenofobia posee muchos semblantes característicos, pero dos de ellos son peligrosos y abominables. El primero es la arrogancia y la soberbia que encierra la convicción de que la cultura propia es superior a la de otros. El segundo, consiste en que la singularidad nuestra se define mediante la hostilidad contra los diferentes, y para que pueda solidificar, tiene que disponer del chantaje de un enemigo. Cuando eso no sucede, el patrioterismo se cuadra ante un enemigo real o improvisado”.

Acentuados intelectuales contemporáneos – entre otros Gellmer, Mosse, Hobsbwan y John Lukacs – consideraron que el nacionalismo es la ideología principal y dominante de nuestros tiempos y ponen de relieve su destructora agresividad, infame y sombría.
La xenofobia es una corriente combativa y sus embestidas pueden adquirir muy desiguales formas, sin embargo las ofensivas del nacionalismo no son autónomas y espontáneas. Siempre se basan en reacciones meticulosamente preparadas u organizadas por el poder, por sus cuadros, sus estructuras y los medios afines.

Y en ellos hay algo claro. Esas actuaciones poseen un objetivo concreto y unas víctimas cogidas de antemano. Hay más: estas reacciones tratan no sólo de dañar al enemigo de la causa, sino de destruir de forma definitiva al ciudadano en las naciones vilmente gobernadas por dictadores. Siendo precisamente esos intentos de alcanzar el triunfo absoluto, uno de los rasgos fundamentales del patriotismo concurrente.

Y ahora la ineludible pregunta de Kapuscinski:

¿Quién es el enemigo real o inventado que aprovecha el poder – toda, esa es su meta - , con su contienda nacionalista, para fortalecerse o ampliar sus influencias en todo tiempo y lugar? ¿Cómo es el perfil del enemigo?

Sin duda alguna, es una imagen colectiva, ya que el discrepante, en tanto que sujeto aislado, no es resbaladizo.

La que es peligrosa es la muchedumbre inquina. En este caso, la identificación nos muestra su doble imagen, sus dos rostros. Uno de ellas es la protección de aquel que busca y quiere conservar sus raíces; la otra, es la execración y el estigma que pueden convertirse en represión.

Cada chauvinismo es una patología, la enfermedad de los tiempos modernos. Pero posee un antecesor: “Un modelo aún vivo en muchas partes y ambientes”. Kapuscinski se refiere a la filosofía de las clases, de los vínculos tribales y de los clanes, “igualmente alimentada y reanimada por las élites enfiladas contra los colindantes”.

Es de sobra consabido que el “otro”, como una intimidación, es común a los regímenes nacionalistas y dictatoriales, y “se trata de un fenómeno registrado en todas las culturas que expanden la ponzoña del ultraje y el desprecio al forastero desconocido, y lo juzgamos por el color de su piel, y no por el color de la sangre escarlata que todos los humanos poseemos”.

Es consabido, a fundamento de las ideologías que se nutren del odio - nacionalismo, fascismo, colectivismo y segregación - la preferencia desdeñosa al desconocido, hacia el diferente por su color de piel, y es que todo poder abusivo cambia ese rechazo en despiadada hostilidad, incluso hasta destripar a otro humano por la razón de ser un foráneo.

A comprobación de esa condición despreciativa de examinar al extraño humano como un estigma, el admirado periodista polaco nos habla de vernos rodeados de de falsos espectros, “sin darnos cuenta que es la misma imagen nuestra que produce dudas e incomprensiones y hace fomentar aborrecimientos y humillaciones”.

Hay una realidad inequívoca y que cada uno de nosotros deberíamos saber: todos los seres humanos poseen la misma tonalidad de sangre: y ésta es de color bermellón.

Hay algo más. Si se mira la historia de la humanidad a partir de la primera madrugada de los tiempos, el alba de la vida se presenta rojiza a manera del río que recorre nuestras venas.

A Moisés le fue dicha palpablemente a partir de la luminaria protectora lanzada por Jehová, una frase que a nosotros nos parece extraña y no lo es: “Solamente que te mantengas firme en no comer sangre; porque la sangre es la vida, y no comerás la vida juntamente con su carne”.



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