Manuela Andreoni
Los uruguayos llevan meses bebiendo, cocinando y bañándose con agua salada. La sequía más larga que ha registrado el país dejó a su capital, Montevideo, casi completamente seca, lo que hizo que las autoridades de la ciudad tuviesen que agregar agua salobre a sus suministros.
La crisis es sorprendente para un país aparentemente bendecido con abundante agua dulce y que parecía estar por delante de la curva del cambio climático, como informó
The New York Times Magazine el año pasado. Pero la sequía de tres años puso al país en aprietos.
El estrés hídrico es una preocupación importante en todo el mundo. Una crisis similar está ocurriendo
en partes de Irán, y quizás recuerden la sequía de 2018 en
Ciudad del Cabo y otra en
São Paulo, Brasil, en 2015.
Como informamos el año pasado, el cambio climático no fue la causa directa de la sequía en Uruguay y la vecina Argentina. Pero el calentamiento global fue un factor en el calor extremo que la empeoró, según los científicos, al aumentar la pérdida de humedad del suelo y las plantas. Es posible que la deforestación en la Amazonía haya influido.
Cualquiera que sea el papel que ha tenido el cambio climático, la sequía ha subrayado que los efectos secundarios y las consecuencias inesperadas de un planeta que se calienta pueden perturbar casi cualquier lugar de la Tierra.
PERFORAR POZOS EN EL PATIO
La represa de Paso Severino en Uruguay, que abastece de agua a más de la mitad de los 3,4 millones de habitantes del país, tenía solo
un 2,4 por ciento de su capacidad a fines de junio. Debido a eso, los funcionarios comenzaron a agregarle al suministro agua del río de la Plata, un estuario donde el agua dulce de dos ríos principales se mezcla con el agua salada del océano Atlántico.
La afluencia de agua salada elevó los niveles de sodio y cloruro a más del doble de los niveles considerados seguros según las normas internacionales. El gobierno recomendó que los niños pequeños, adultos mayores, mujeres embarazadas y personas con enfermedades renales y cardíacas crónicas evitaran el agua del grifo.
Las rutinas han cambiado para todos. Quienes pueden pagar agua embotellada la usan todo el tiempo. Con ella se cocina pasta, se lavan lechugas y se hace café,
escribió el periodista uruguayo Guillermo Garat en un ensayo de Opinión. Al usar agua del grifo, dijo,
“los lavavajillas dejaban manchas saladas en vasos y platos. Lavarse los dientes era como beber un trago de agua de piscina”.
Muchos habitantes han tratado de perforar sus propios pozos con la esperanza de encontrar agua potable, pero existen pocas soluciones a corto plazo, salvo esperar a que llueva. La sequía se ha aminorado un poco en las últimas semanas: la represa de Paso Severino está en torno al 15 por ciento de su capacidad. Pero aunque los niveles de sal han bajado desde el punto álgido de la crisis, las recomendaciones sanitarias del gobierno siguen vigentes.
‘NOS DORMIMOS TODOS’
Nadie pudo imaginar que esto podía pasar en Uruguay. El país ha demostrado capacidad para actuar con decisión y previsión para lidiar con el cambio climático.
A principios de la década de 2000, una serie de apagones hizo que el país tuviese que cambiar su infraestructura energética. Después de un plan liderado por el gobierno y miles de millones de dólares en inversión privada, el 98 por ciento de la electricidad de Uruguay proviene de fuentes renovables.
La sequía ha sido un golpe especialmente duro para el país, el primero del mundo en establecer el acceso al agua como un derecho fundamental.
“En Uruguay, el agua limpia forma parte de nuestra identidad nacional”, escribió Garat. “A los niños en la escuela les enseñan que el país ha sido agraciado con agua abundante y de buena calidad, gracias a varios grandes ríos y seis acuíferos caudalosos”.
Le pregunté a Ramón Méndez, exdirector nacional de Energía, sobre qué salió mal esta vez. Dijo que Uruguay fue tomado por sorpresa porque su gente pensó que nunca se quedaría sin agua dulce.
“Demoramos como país en tener una política nacional de agua, tal vez demasiado tiempo”, dijo. Los críticos han dicho que la mala gestión de una serie de gobiernos —uno inclinado a la izquierda, otro a la derecha— es en gran parte la culpable. El expresidente José Mujica se disculpó con el pueblo uruguayo el mes pasado, compartiendo la culpa con su sucesor.
“Tendríamos que haber arrancado antes”, dijo Mujica sobre la necesidad de aumentar el suministro de agua dulce del país. “Se me van a enojar, nos dormimos todos”.
INDIGNACIÓN EN LAS CALLES
Durante la crisis, los uruguayos indignados se han manifestado en las calles.
Están enojados con el enorme sector de la carne de res del país, porque una vaca promedio bebe 40 litros de agua al día. Están
enojados con Google por planear un centro de datos en el país que necesitará millones de litros de agua al día para enfriar los servidores. Están enojados con
un proyecto de hidrógeno verde porque utilizará grandes cantidades de agua subterránea.
“La gente ha quedado con una sensación de rechazo contra todo lo que sea uso de agua que no sea para consumo humano”, me dijo Méndez.
“Todo está en discusión en este momento”, dijo Méndez, “y eso bienvenido sea”, añadió. “Justamente cuando uno tiene que construir una mirada estratégica para el futuro, poner arriba de la mesa cuál es la cuenta ambiental y la cuenta hídrica en particular del país”.
Le pregunté a Carmen Sosa, una activista que lleva décadas liderando protestas por el agua, cuál creía que podría ser la consecuencia de este momento para Uruguay. Aunque está preocupada por proyectos como el de Google, también está contenta de que el agua y el cambio climático se hayan convertido en debates importantes entre los uruguayos.
“Yo creo que con esto la gente empezó a comprender”, dijo.
The New York Times