El pasado 10 de agosto de 2023, la senadora por el estado de Michigan, Sylvia Santana, se disculpó por haber viajado a Israel. A través de Facebook, la senadora expreso que debió ejercer mayor discreción al aceptar la invitación de la Federación Judía de Michigan que fue espónsor del viaje. Reconoció que su visita desató ira y decepción en sus constituyentes de la comunidad árabe musulmana.
Algunos voceros expresaron su desagrado por la visita a un país boicoteado por algunos europeos y en la circunstancia que el presidente Biden aún no se ha decidido a recibir al primer ministro Benjamín Netanyahu en la Casa Blanca, como ha sido una costumbre de muchos presidentes cuando ocurre cambio de gobierno en Israel.
No es de extrañar la reacción de constituyentes árabes/musulmanes a la visita de la senadora Santana. Algo menos común es la sumisión de la senadora ante la presión de un grupo de electores, y el desaire a la Federación Judía de Michigan. Y es de notar que el incidente refleja el viraje de los Estados Unidos de América cuando politiza el tema de Israel, algo que hasta hace poco se trataba con más discreción y cuidado en virtud del estatus y condición real de Israel como aliado estratégico del coloso imperial.
Las visitas de senadores y representantes importantes de la política americana a Israel es algo rutinario, que permite a los invitados palpar la realidad en el terreno y forjar lazos de amistad. Siempre hay quienes no aceptan invitaciones, o quienes regresan con posturas críticas. Rara vez hemos sido testigos de una reacción como la de Sylvia Santana, o de una presión como la de su lobby contra ella misma. Algo sí está claro: la reacción de Santana y del lobby no tiene nada que ver con los acontecimientos internos actuales que se suceden en Israel, en particular con lo referente a la mentada y discutida reforma judicial.
El lobby árabe/musulmán que condena la visita, pide explicaciones y las considera insuficientes, así como la senadora Santana en su reacción, demuestran que su posición se basa en el no reconocimiento del derecho de los judíos a un estado independiente y la negación ante cualquier proceso de negociaciones que baje las tensiones y logre una solución decorosa para el grave y largo problema de los palestinos.
Resulta repetitivo y hasta tedioso mencionarlo otra vez. Pero es necesario. El problema de los palestinos tiene solución en la medida que se reconozca el derecho a la existencia de un estado judío, y en la medida que las partes se sienten a negociar a sabiendas que no lograrán todas sus demandas. La presión de todos, en particular de aquellos que tienen cierta influencia en lobbies árabes y musulmanes, debería ser para que los palestinos aceptasen ir a la mesa de negociaciones, antes que expresar solidaridades estériles, que reafirman posiciones equivocadas. Posiciones que no han logrado frutos para los sufridos palestinos, y los perpetúan en su drama. Un drama que, en virtud de tantos otros que se viven en este convulsionado mundo y en la región, pierde importancia y notoriedad. Ha dejado de ser una crisis para convertirse en una situación lamentable pero estable.
Yendo al terreno israelí, es evidente que la discusión interna respecto al proceso de reforma judicial tiene al país en ascuas. Se ven las costuras de la complicada sociedad israelí, y afloran discusiones y pasiones que utilizan el debate sobre la reforma para salir a flote. El nivel de enfrentamiento es muy alto, y hay quienes temen que afecte el asunto más delicado de Israel como es su seguridad.
La reforma judicial y las denuncias que contra ella se hacen han sobrepasado ciertas líneas rojas. Una de ellas es la participación activa y militante de miembros del necesario y vital aparato de defensa israelí. Otra es la utilización de elementos del exterior para presentar lo malo o bueno que la reforma pudiese implicar. Una degradación del nivel de solvencia financiera afecta al país.
También la incitación directa o indirecta para que países amigos o aliados expresen su preocupación y opinen respecto a la reforma. O en relación con temas que dividen al electorado israelí. Un electorado que se manifiesta con mucha frecuencia en las urnas electorales.
Es necesario tener cuidado. Leer bien los acontecimientos. Como en el caso de Sylvia Santana quizás. Ella lamenta su visita y da aparatosas explicaciones, pero esto nada tiene que ver con el debate interno israelí ni sus consecuencias. Algo debe estar claro: Israel es un país muy peculiar, y los ojos de amigos y enemigos lo escrutan con demasiado y no siempre nobles intereses. El debate interno magnificado, utilizando medios y factores no necesariamente amigos ni afines, genera daños colaterales. Daños al fin.