Alfredo Toro Hardy
Si quisiéramos hacer una síntesis de la visión que Bolívar tenía del gigante sudamericano, tendríamos que focalizarla en un personaje y en un año en particular, aunque ambos no estén directamente relacionados. El personaje es José Ignacio Abreu y Lima. El año es 1825.
Abreu y Lima fue un brasileño, original de Pernambuco, que se destacó como un valiente y leal seguidor del Libertador. Fue redactor del Correo del Orinoco, alcanzó el grado de General del ejército libertador y participó en las campañas y batallas decisivas de la independencia de Venezuela, Nueva Granada y Ecuador. Tras la muerte de Bolívar, y por el celo con el que defendió el proyecto político de este, su grado militar le fue desconocido por el partido santanderista en el poder, quien ordenó su expulsión de Colombia en 1831. Abreu y Lima constituyó, sin duda, una importante fuente de información para Bolívar sobre el Brasil así como un vínculo natural con ese país.
En el año de 1825, de su lado, se sucedieron un conjunto de eventos que definieron la visión y la política del Libertador hacia ese país. A diferencia de la América Hispana donde el modelo republicano se impuso (excepción hecha de la breve y fracasada monarquía que Agustín de Iturbide estableció en México), la familia real portuguesa siguió reinando en el Brasil independiente. La rebelión del Príncipe Pedro de Braganza en contra del reino de su padre, Juan VI de Portugal, permitió una independencia sin sangre en la que los derechos dinásticos de la casa reinante en la metrópoli fueron preservados en el nuevo Estado. Ello, como resultado de un acto de aceptación por parte de sus habitantes y de sus instituciones locales.
Como es natural, Bolívar desconfiaba del inmenso vecino. Ello no derivaba sin embargo de su condición monárquica “per se”. Provenía, por el contrario, de la posibilidad de que su corte se transformase en punta de lanza de los intentos de la coalición de monarquías europeas de corte conservador, conocida como la Santa Alianza, por recuperar para España a las repúblicas hispanoamericanas recientemente lideradas. Desde el momento en que la intercesión británica hizo posible el reconocimiento de la independencia de Brasil por parte de Portugal, a comienzos de 1825, Bolívar entendió que Rio de Janeiro no actuaría como portaestandarte de los intereses de la Santa Alianza. Por el contrario, esto le confirmó dos cosas. Primero, que el Reino Unido, país con el cual la Gran Colombia mantenía las más cordiales relaciones, tendría mucho mayor influencia sobre el gobierno brasileño que la Santa Alianza. Segundo, que Londres actuaría como factor natural de conciliación entre el Imperio de Brasil y las repúblicas recién liberadas de la región. De allí en adelante Brasil dejó de ser visto por Bolívar como un adversario potencial, para convertirse ante sus ojos en un indispensable miembro de la región con el que había que mantener relaciones cordiales.
En 1825 Bolívar detentaba al mismo tiempo las presidencias de la Gran Colombia y del Perú mientras que su lugarteniente, Antonio José de Sucre, estaba al mando de la provincia del Alto Perú. Esta última se convertiría pronto en República independiente tomando el nombre de Bolivia en honor del Libertador y eligiendo a Sucre como su primer Presidente. Bolívar, a no dudarlo, constituía en ese momento el líder más poderoso de América del Sur y la postura que él tomase en relación a Brasil inclinaría la balanza a favor o en contra de este dentro de la región. Su buena voluntad hacia Brasil, luego de hacerse claro que la relación con aquel país no tenía por qué ser de naturaleza conflictiva, quedó evidenciada en a través hechos puntuales.
El primero fue imponer moderación y exigir una cuidadosa evaluación de las circunstancias en ocasión de la invasión a Chiquitos en Alto Perú, por parte de las tropas del gobierno de la provincia brasileña de Matto Grosso, al mando del Comandante José Araujo. Tras esa acción, sucedida en abril de 1825, Sucre recomendó una declaración de guerra a Brasil. Bolívar, sin embargo, se inclinó por la prudencia. Con una visión más amplia de la situación, Bolívar reflexionó que o bien se estaba ante una invasión propiciada por la Santa Alianza, en cuyo caso la situación era grave y requería de una respuesta coaligada por parte de los nuevos estados hispanoamericanos, o se trataba simplemente de una acción no autorizada por parte de un caudillo militar local. De ser este último el caso no había ninguna razón para iniciar una guerra. Por ello se hacía necesario esperar hasta que el gobierno brasileño se pronunciara. Su prudencia se vio recompensada cuando el Emperador Pedro I desautorizó la invasión y envió una carta de disculpas a Bolívar.
El segundo fue negarse a conformar una coalición de repúblicas hispanoamericanas en contra de Brasil, tal como lo proponía Buenos Aires. Esto último le fue solicitado por una comisión oficial de las Provincias Unidas del Río de la Plata, presidida por Carlos María de Alvear y Eustaquio Díaz Vélez, que se reunió con él en Potosí a comienzos de octubre de ese mismo año. En las palabras pronunciadas en ocasión del banquete ofrecido a la comisión visitante, Bolívar señaló que Pedro I de Brasil “era un príncipe americano que hacía parte de la noble insurrección de independencia en contra de Europa” y que “había erigido su trono…sobre la base indestructible de la soberanía popular y la soberanía de las leyes” (Citado por Thomas Millington, Colombia’s Military and Brazil’s Monarchy, London: Greenwood Press, 1996, p. 170). Con ello, el Libertador cerró cualquier intento por unirse a los argentinos en contra de Brasil.
El tercero fue invitar a Brasil, también en octubre de ese año, a participar en el Congreso Anfictiónico de Panamá que habría de celebrarse al año siguiente y, a través del cual, Bolívar aspiraba a propulsar una confederación de los estados recientemente liberados. Si bien Rio de Janeiro aceptó la invitación no llegó a participar en el Congreso pues, para el momento de la celebración de éste, al año siguiente, se encontraba en guerra con los argentinos.
Muy poco se ha escrito sobre este tema. Habida cuenta de la creciente y fundamental relación entre Brasil e Hispanoamérica, es tarea pendiente para nuestros historiadores abordar y profundizar el mismo.