Quien quiera descubrir a Venezuela que vuelva sobre esos pasos, con respeto, con humildad (…) Intentando encontrar las manos y una sonrisa noble
JUAN FÉLIX SÁNCHEZ, SEÑOR DE LOS PÁRAMOS, MENDIGO DE LA CIUDAD
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Isaac López

A inicios de los años ochenta el promotor y coleccionista Denis Schmeichler, encargado de la Galería Yakera, de Caracas, junto con un equipo multidisciplinario, autodenominado Grupo de los Cinco, mostró al mundo el hacer de un campesino. Un pequeño propietario del páramo andino merideño, que se había retirado desde 1941 a las altas cumbres donde habita la neblina entre riscos y frailejones. Allí había creado, para saciar su sed de expresión y comunicación con los signos de su devoción cristiana, un conjunto arquitectónico que llamó la atención de los especialistas por su singularidad.

La piedra desnuda y rugosa en los ámbitos internos y externos de las construcciones del viejo paramero imponía una particularidad no encontrada con anterioridad en nuestro país. Las expresiones de los personajes bíblicos, su rusticidad sacudida de sentimientos y ajena a la policromía. Los muebles retorcidos que buscaban la libertad de las formas y que sin embargo mantienen respeto hacia el peso y la función.

Inventor dedicado y curioso, como un niño viejo que juega en la libertad total. Así fue presentado el artista de El Tisure. Nacido en 1900 en el poblado conocido hoy como San Rafael de Mucuchíes, a partir de ese “descubrimiento” que pretendió mostrar de una forma seria el Grupo de los Cinco, a través de una exposición, un libro y un video, la vida del viejo campesino fue sacudida por los imperativos de lo que se entiende por promoción o difusión cultural y turística. A partir de entonces el nombre de Juan Félix Sánchez se repitió mil veces en catálogos de exposiciones, artículos de prensa, libros, documentales, o programas de radio y televisión.

En la segunda mitad de los años ochenta todas las páginas web dedicadas al turismo en Mérida señalaban como los principales atractivos turísticos el teleférico y el conjunto arquitectónico de Juan Félix Sánchez.

La vida aislada que eligió fue invadida por un tropel de fisgones, estudiantes, turistas, promotores culturales, y políticos oportunistas. Su recogimiento fue violentado por mochileros acampados en las inmediaciones de su hogar, por jóvenes de promociones de liceos de Mérida con botellas de ron, y latas que desperdigaban por todo su potrero, por curiosos que llegaban a cualquier hora distrayéndolo de sus faenas habituales, solicitándole contar la historia de sus construcciones o posar para una fotografía…

Las plantas y utensilios de la casa dañados o robados. Especialistas y charlatanes, estudiosos y aprovechadores, una caravana de nunca acabar. Juan Félix Sánchez se volvió moda y todo el mundo debía hablar de él. Los más descabellados análisis se hicieron entonces sobre el hombre y su obra.
La idea del hombre puro y sabio atraía para la exhibición. El hombre incontaminado era ideal para ser mostrado como símbolo de la herencia indígena, como la plenitud de un mundo dejado atrás por los ideales torcidos del progreso, desarrollo y modernidad.

Llegaban incesantemente hasta el apartado páramo de El Tisure –a ocho horas desde San Rafael de Mucuchies– gentes de toda laya, cámaras de televisión, curiosos y turistas. Como era de esperarse, se produjo una pelea por hacerse de la cercanía del artista. Se multiplicaron los descubridores y amigos, los promotores y protectores.

Proliferaron los premios, los reconocimientos, la manipulación y los halagos miserables. Todo eso ante un campesino noble, que jamás imaginó tal avalancha. Su figura utilizada por los políticos para su promoción personal, prèstamos de piezas por galerías que no le devolvieron, donación de su casa y abandono al final de sus días.

Juan Félix Sánchez hablaba de memoria, era conexión con el pasado. Tras la muerte de su madre, él había tomado la decisión de retirarse a su casa de El Potrero, en el páramo de El Tisure, y en los años inmediatos se instaló allí junto con Epifanía Gil. Entre 1946 y 1979 se dedicó a la realización de su obra religiosa en el Filo de El Tisure. La revisión de la prensa nos muestra que al final de sus días estaba enfermo, decepcionado, manipulado, agria su visión de tantos que le rodearon. Pedía que le devolvieran su casa y sus objetos, que no utilizaran su nombre, que no siguieran maltratando los espacios de El Tisure, llenos de pintas y basura.



LA BUSQUEDA

Ocho años después de mi descubrimiento de aquel maravilloso campesino, camino junto con Murachí Arías, Carl, Fernando y Gitanjaly desde el caserío La Mucuchache, ubicado en la carretera Trasandina, entre San Rafael de Muchuchies y Apartaderos, hacia el páramo de El Tisure en busca de Juan Félix Sánchez.

El camino hacia El Tisure se inicia en La Mucuchache, a una altura de 3200 metros sobre el nivel del mar, y asciende paralelo al cauce de la quebrada del mismo nombre hasta un lugar llamado Pantano Redondo, de allí sigue hasta el sitio denominado La Ventana, que constituye la máxima elevación del recorrido, a 4200 metros sobre el nivel del mar. Al llegar a La Ventana se desciende paralelamente a la Quebrada de El Potrero hasta llegar a El Tisure.
El camino es áspero, lleno de piedras que nos hacen perder una y otra vez el equilibrio. Falta la respiración y el camino se torna a cada paso más exigente. Sabemos que son ocho horas y no sabemos hasta dónde nos alcanzarán las fuerzas. Un morral con algunos implementos aumenta la fatiga. Sin embargo, la compañía es buena: cordial, amena, conversadora, cercana. Cada tanto nos detenemos para descansar, por agua, por chocolate, por comida. Murachí hace gala de una paciencia y de un entrenamiento de años. Nos indica cómo abrigarnos, cómo protegernos del sol, cómo pisar en cada tramo del sendero.

El camino comienza a empinarse. Piedras, riachuelos, colinas, piedras, piedras, y más piedras. Unos paisanos pasan en unas mulas y sonríen pausados al preguntar por nuestro destino. Un grupo de mujeres evangelizadoras pasan divertidas a nuestro lado. Al fondo Pantano Redondo donde van a parar algunas cascadas, se almacena el agua en pozos y en recipientes construidos por el hombre. Refugios para el ganado, unas pocas vacas y un toro. Un atajo de caballos pasta tranquilo. La brisa fría pero el sol quemante. Unas montañas nos dejan ver el hielo.

La determinación guía nuestros pasos, pero a cada tramo pensamos en la locura de este empeño. Los más jovencitos se van quedando. También es la primera vez para Gitanjaly, y Fernando acompaña su paso. Murachí y Carl se van delante, y voy en medio de la tropa esperando que mi cuerpo resista.
Al fin llegamos a La Ventana. El letrero ratifica: 4200 metros sobre el nivel del mar. Carl se ha quedado rezagado también, y aprovecho a Murachí para tomarme las fotografías con brazos estirados gritando: “Yo sí subo cerros. Yo sí subo cerros”.

El paisaje abruma. La belleza de las montañas, su colorido, su inmensidad. Al alcanzar Carl la cima, Murachí decide enviarnos adelante mientras él espera a los otros muchachos. Son las cinco de la tarde y pronto comenzará a caer la neblina. Carl es el encargado de encontrar sitio y montar el campamento. En el descenso se observan a lo lejos los techos de unas casas, queremos creer sea alguna la de Juan Félix Sánchez.

A eso de las seis y media ya todos estamos dentro de las carpas. Murachí prepara un té caliente y luego avena. Caemos rendidos por el cansancio. A las tres de la madrugada me despierto de un salto. La sensación de encierro en la carpa y dentro del eslipin es terrible. Me sofoco, siento que entro en histeria y que comenzaré a gritar. Trato de calmarme. Le digo a Murachí que voy a salir y me aconseja hacerlo lo más abrigado que pueda porque el frío es fuerte afuera. Abro la puerta de la casa de lona y la sensación de encierro se amplía. El cielo es una bóveda estrellada, pero las negras montañas son monstruos inmensos por cada lado. Rodeado de la neblina me obligo a la calma. Entro nuevamente a la carpa e intento dormir.

Al amanecer será el deslumbramiento. Caminamos hasta lo alto de la capilla y verdaderamente uno se pregunta cómo pudo aquel hombre construir tal maravilla. Quien quiera descubrir a Venezuela que vuelva sobre esos pasos, con respeto, con humildad, tratando de no romper la armonía. Intentando encontrar las manos y la sonrisa nobles del señor de los páramos.




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