A Hugo Carregal —cantante que devino productor; argentino que se hizo venezolano—, se le quiebra la voz en la entrevista radial recordando el amigo que acaba de despedirse de la escena. Acaso porque no lo pudo abrazar antes de su partida, lo primero que recuerda cuando le preguntan es el tradicional 31 de diciembre en la casa de Cerro Verde. Tan generoso, tan atento, Guillermo González, entonces la abría a los afectos, “y allí nos veíamos todos para brindar a las 12”, evoca nostálgico, “también se reencontraban tres damas especialmente acicaladas que colonizaban la salita del televisor y disfrutaban el fin de año en el mundo: su mamá, la mamá de la
Flaca —Carmen Victoria Pérez—, y mi suegra, que tampoco están ya”.
La postal que dibuja la imaginación está constituida por referentes ahora mismo desaparecidos, ojalá solo en hibernación. La gozonería; el mundo en pausa para celebrar pese a los problemas; las casas con visitas; solo esta circunstancia nos parece tan remota y tan añorada. La casa devino refugio habitado por la austeridad; está en desuso que botó la casa por la ventana o que nos reunimos a casa llena, como habría sido la de Guillermo González.
De una simpatía histórica, rociada de un puñado de palabras que abonaban la causa de la identidad popular —
rolo e´vivo, caramelito tropical— y anclada en la estética de un tiempo ahora en la mira, quién sabe si ya del todo pasado, Guillermo González fue eso que llaman un triunfador en un ambiente, e incluso un país, donde tener éxito tiene bemoles y produce dentera ajena. Tuvo que ser audaz para enfrentar los escollos de la superación y alimentar el instinto aspiracional sin confundirse. Y tener ambición, palabra con regusto a tabú.
Su ascenso en la industria lo define: tesón y agallas. Estudiante de Arquitectura en la Central que se deja de eso para ser actor luego de conocer a Cabrujas y el Teatro Universitario, pronto también cuelga los hábitos de la actuación cuando parecía bien encaminado en esos derroteros. Hace sus pinitos en la extinta RCTV y en un dos por tres estará en roles protagónicos: en la telenovela
Tres hermanas —versión de una obra de Chejov— el joven actor comparte roles con Eva Moreno, Eva Blaco y Doris Wells. Arrimado al mingo de la fama, obtiene el papel de hermano de Albertico Limonta —ergo Raúl Amundaray—, en la mítica El derecho de nacer.
Pero en vez de embelesarse con la escena en la que está instalado, abre la toma y se visualiza siendo quien la produce. Quien tiene el control. Entonces propone versionar la boa del hijo reconocido a última hora —no, no es Dark Vader, es don Rafael revelando el secreto en
El derecho de nacer— y llevarla como producción teatral de gira por todo el país. Olfato para emprender, no se equivocó. Si la novela tuvo un rating de Guinnes, en las tablas, en el formato itinerante, no sería menos aplaudida. Ahí se detuvo: sería productor teatral.
En su trayectoria rutilan sendas salas y una compañía de teatro comercial —aquella Caracas de lentejuelas y escocés accesible era ¿poco consciente? ¿incómodamente feliz?—, Chacaíto I y Chacaíto II. Generoso, ayudando a los demás, “no hacía alharaca de eso pero le tendía la mano a todos”, prosigue Hugo Carregal, desde ese talante festivo, desde el impulso de hacer que las cosas se muevan, vibren, sean, le resultará natural la animación. Tiene el don de subirle la bilirrubina a los otros. También es un campo que explora y también con éxito.
Afecto al chiste y delineador de sonrisas —la tiene a tiro a la cuenta de tres dos uno— será ancla de programas de variedades y concursos. Será su marca entretener y no se tendrá noticias de grandes penas suyas debajo del disparate, las penas del payaso que llora y se le borronea el maquillaje o del Jocker. Que si desistió al cabo de dos años a tener una emisora de televisión de cobertura nacional anclada en el Zulia, que si le costó demasiado abrir una tele en Canarias, la chanza, así como la pantalla, es su divisa, allí, dentro de ese rectángulo, es pez en el agua. Y desde el rol empático que lo define y del que no se zafará, para qué, el de entusiasta, se hace Fantástico. El pegajoso jingle
Fantástico, fantástico, tenemos un programa que es Fantástico… le dio su apodo: Guillermo Fantástico González.