Alfredo Toro Hardy
El retorno a una política aislacionista, en el marco de sus relaciones internacionales, es siempre una opción latente en los Estados Unidos. La misma prevaleció entre el final de la Primera Guerra Mundial y el comienzo de la Segunda. Durante ese período, la mayoría de la población de ese país no quiso asumir compromisos con la Liga de las Naciones, ni involucrarse con los graves acontecimientos que sacudieron a Europa y a Asia. Fue necesaria la sorpresiva destrucción de su flota en Pearl Harbor, por parte de Japón, para que los estadounidenses se sacudieran de la creencia de que podían mantenerse al margen de lo que ocurría en el resto del mundo. Sin embargo, la tentación de retrotraerse a sus propios asuntos, con manifiesto desinterés por los problemas foráneos, ha estado siempre presente.
De hecho, importantes especialistas en la política exterior de ese país consideran que ello fue precisamente lo que ocurrió durante el mandato de Donald Trump. Entre dichos autores destacan Richard Hass (“America and the Great Abdication”, The Atlantic, December 28, 2017); Daniel Quinn Mills y Steven Rosefielde (The Trump Phenomenon and The Future of US Foreign Policy. New Jersey: World Scientific, 2016); Robert Kagan (The Jungle Growths Back. New York: Knopf Publishing Group, 2018) y Victor Bulmer-Thomas (Empire in Retreat. New Haven: Yale University Press, 2018).
A no dudarlo, el menosprecio de Trump por las alianzas y los aliados tradicionales de su país apuntaron claramente en esta dirección, como también lo hizo su intento por desarticular a un grupo de organismos internacionales que dan sustento al ordenamiento internacional vigente. Sin embargo, es difícil conciliar la pugnacidad mostrada por Trump en casi todos los frentes internacionales, con el bajo perfil con el que normalmente se asocia al aislacionismo. Habría una explicación alternativa de su comportamiento que ha sido aportada por figuras como Fareed Zakaria (“The self-destruction of American power”, Foreign Affairs, July/August, 2019) o Mark Leonard (“Britain’s lonely future in the age of clashing empires”, New Stateman, October 30, 2019). De acuerdo a la misma, despojando al sistema global de sus mecanismos funcionales, Trump buscó propiciar una suerte de ley de la selva, es decir, un entorno de “perro come perro”. Ello, con el objetivo manifiesto de que, siendo el perro mayor, Estados Unidos podría imponer su voluntad sin verse constreñido por el peso del multilateralismo, de los acuerdos o de las alianzas. De haber sido ese el caso, la política exterior de su gobierno se asemejaría mucho más al unilateralismo descarnado de George W, Bush, que al aislacionismo. Ello, desde luego, sin disponer de la sofisticación intelectual de los neoconservadores que rodearon a Bush.
Pero independientemente de la verdadera esencia de la política exterior de Trump, lo cierto es que el partido Republicano se muestra crecientemente desinteresado de los asuntos internacionales e incluso de la seguridad nacional misma. Cargos claves dentro de los estamentos militares y diplomáticos, esenciales desde el punto de vista de la defensa o de la política exterior, no han podido ser llenados ante el chantaje impuesto desde la bancada Republicana. De la misma manera, el apoyo a Ucrania frente a la agresión rusa brilla por su ausencia dentro de la mayor parte de dicha bancada. El “cierre” del gobierno, que tanto dañaría la reputación internacional de Estados Unidos, así como a su capacidad de respuesta frente los múltiples focos actuales de tensión geopolítica, se presenta como una espada de Damocles pronta a caer en cualquier momento. Entre tanto, y según declaraba recientemente Mike Pence: “Voces claves dentro del partido como las de Donald Trump, Vivek Ramaswany y Ron DeSantis anuncian el abandono por parte de Estados Unidos de su papel como líder del mundo libre” (Danielle Kurtzleben, “This is how the Republican Party became so strongly pro-Israel”, NPR, October 19, 2023).
Los innumerables puestos de trabajo perdidos en ese país ante la globalización y las llamadas “guerras para siempre” en el Medio Oriente, se convirtieron en terreno fértil para el aislacionismo. Un fenómeno dentro del cual, como dicho, los Republicanos sobresalen claramente. A decir de Bill Schneider: “El mundo confronta hoy su mayor punto de amenaza nuclear desde la crisis de los misiles en Cuba hace 60 años. De manera paralela, sin embargo, constatamos un creciente movimiento aislacionista en el país (…) Los Republicanos se han transformado en el partido del aislacionismo. No es ya, desde luego, el partido que bajo Reagan o bajo los dos Bush abrazara ambiciosas causas de política exterior. Dentro de una correlación de dos a uno, sus integrantes suscriben la tesis de que ‘debemos prestar menos atención a los problemas de afuera y concentrarnos en los problemas de adentro’. Solo 30 por ciento de los Republicanos cree que ´lo mejor para el futuro del país es mantenerse activos en los asuntos mundiales´. Cada vez que un tema internacional resulta difícil o costoso, el aislacionismo muestra su cara” (“Republicans are the new isolationists; will the US retreat from world stage?”, The Hill, October 2, 2022).
Una importante acotación se impone en relación al planteamiento anterior. Hay un tema, en efecto, donde el aislacionismo prevaleciente entre los Republicanos pareciera esfumarse como por arte de magia: Israel. El compromiso incondicional hacia este país prevalece dentro de las filas de ese partido. Ello, en virtud de la fuerte conexión entre los cristianos evangélicos e Israel y, por extensión, en base al poder del voto evangélico dentro del partido Republicano. De hecho, Donald Trump planteó la existencia de una relación de causalidad entre votar Republicano, ser evangélico y proteger a Israel. En virtud de ello, según él mismo confesó, la decisión de su gobierno de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, fue tomada para complacer a los evangélicos. No en balde dentro de una mayoría de los evangélicos, ocho de cada diez de entre ellos, prevalece la creencia de que el ofrecimiento que Dios hizo a Abraham y a sus descendientes, sobre la tierra de lo que hoy son Israel y los territorios palestinos, fue hecha “para todos los tiempos”. (Danielle Kurtzleben, arriba citada).
Así las cosas, el aislacionismo que caracteriza a los Republicanos muestra como excepción notoria este tema. Nada de extrañar tiene, por tanto, que la bancada Republicana en la Cámara de Representantes, que tanto se ha opuesto al respaldo a Ucrania, aprobase con sorprendente rapidez un apoyo económico masivo a Israel, tras la incursión de las fuerzas de Hamas a su territorio.