Manuel Salvador Ramos
A lo largo de su historia Argentina ha gozado de una actividad teatral prolífica y creativa. En parte esto se debe a que desde fines del siglo XIX, Buenos Aires se constituyó en un centro de afluencia multiétnica y entre 1880 y 1930, más de tres millones y medio de inmigrantes principalmente europeos, desembarcaron en Argentina buscando una nueva vida Ello contribuyó al enriquecimiento cultural del país, lo cual ha sido evidente en el transcurrir del tiempo y vemos como en ese contexto la actividad teatral se ha manifestado de forma relevante.
Pero este texto no pretende ser una aproximación narrativa acerca del teatro argentino y su resonancia, aunque si creemos que introdujo en el ethos nacional un coadyuvante de primer orden para la consolidación cultural de la sociedad y también, por aquello del anverso y el reverso, plasmó en el gentilicio cierta tendencia histriónica que muchas veces ha devenido en la teatralidad bufa o en las poses del interlocutor condescendiente.
Se nos dirá que no se compadece con el rigor sociológico emitir criterios generalizantes, usando además dichos y opiniones reñidas con la corrección política. Este modesto observador del acontecer no desmiente tales admoniciones, pero si deja claro que hace mucho tiempo asume que en el presente lo auténtico es hablar de “hipocresía acomodaticia” y no de “corrección política”. Por lo demás, en cuanto a encasillamientos genéricos, no se pretende estratificar o delinear la inmensa complejidad cultural del corpus social, pero es innegable que existan rasgos notorios que tipifican las sociedades.
LA FISIOLOGÍA SOCIAL
La modernidad como etapa histórica, moldeó una estructura societaria y la posmodernidad ha acentuado las características diferenciadoras. La supuesta ruta ascendente y perfectible del ser humano en busca del horizonte igualitario, ha pasado de la diferenciación clasista a la yuxtaposición vivencial y para explicar las asociaciones heterogéneas se usa el enfoque sociológico de la simplificación como instrumento organizativo. Los actores conforman sus asociaciones en una serie de entidades, pero éstas no tienen atributos integrales para perpetuar el equilibrio entre la multitud plural y es por ello que la mencionada noción de simplificación sirve como traducción didáctica de un mundo infinitamente complejo. Una entidad simplificada sólo existe en un contexto; es decir, yuxtapuesta a otras entidades con las que está asociada.
La sociedad argentina, como todos los países nacidos de la colonización y ahora moldeados por la neodependencia globalizadora, es yuxtapuesta aunque exhibe elementos diferenciales muy significativos con relación al resto de los países latinoamericanos en razón a las singularidades de su forjamiento histórico. Así vemos como Argentina, aún debatiéndose en una crisis de grandes proporciones, es observada como rara avis sin que la relevancia de su estremecimiento genere actitudes expansivas en el resto del subcontinente y aunque parezca exagerado, pareciera más bien que despierta cierto morbo contemplativo. En su amplio y deslumbrante territorio, las asociaciones de poder han desarrollado un Estado en el cual se han enquistado los vicios y deformaciones del conjunto, mientras que la ciudadanía mayoritaria ha sido víctima pasiva de la exacción.
Sin temor a exagerar, señalamos que en Argentina la esfera pública ha devenido en un muladar. Desde hace décadas, la clase política solo se alimenta de la nostalgia enfermiza del novecento, de la reacción populista del peronismo y del tráfico acomodaticio de componendas. El modelo de la frivolidad mayamera es el paradigma vivencial de intendentes, diputados y gobernadores provinciales, dejando el asado, el latrocinio barato y las barras narcotraficantes como territorio casi exclusivo de la casta sindical. Las corruptelas de distinto tenor y volumen, han sido el pegamento que mantiene la complicidad de las asociaciones yuxtapuestas y hoy, cuando por accidente degenerativo ha surgido un factor supuestamente disruptivo, las entidades que artificialmente se ha venido nutriendo de desechos y reciclajes individuales y grupales, se resquebrajan aceleradamente.
No es necesario dedicar mucho esfuerzo para comprender el panorama actual. “Cuesta abajo en la rodada” ha sido el lema de un declive remarcado en coyunturas suficientemente notorias. Desde los amagos del corporativismo que conformó el sueño peronista en la década de los cuarenta, pasando por la ficción desesperada del sainete camporista, la aclamación agónica y las prácticas hechiceras de Isabel Martínez y López Rega, se llega al aquelarre criminal de Vilela y Galtieri, cerrando el ciclo con la demencial mueca patriotera de Las Malvinas. Pero la restauración democrática dio inicio al festín del clientelismo del peronismo “renovado”, refocilándose en el charco del inmenso latrocinio dirigido por Carlos Menem, payaso mayor del hampa depredadora, igualado en su eficacia cleptocrática por la pareja de reyezuelos traídos desde la Patagonia.
En la encrucijada del presente, todo hace ver que el país podría encaminarse hacia la repetición de aquella truculenta escena del helicóptero presidencial huyendo de la Casa Rosada. La ominosa presencia del kichnerismo y sus guardianes de La Cámpora quienes desde ya salivan por lo que consideran la inminencia del botín, dan seguridad de lo que sería el país conducido por un trepador sin escrúpulos como Sergio Massa. Es ahí cuando la tragedia de la pampa, la desesperación de los villeros y la angustia legítima de los modestos ciudadanos del cada día, rebuscan un nuevo experimento taumatúrgico.
EL NUEVO MAGO Y LA CASTA
Su apariencia muestra un prototipo de la sociedad argentina. Con desenfado extravagante y gestualidad de perdonavidas, dibuja la apariencia de una igualdad hacia abajo en la cual la crisis discipline a todos por igual, no selectivamente. Antes que un giro masivo hacia la derecha, lo que pregona es un sentimiento colectivo de frustración radical en confusa mezcolanza ilusorias de movilidad social. Muestra el abismo entre lo que la historia de la sociedad argentina permitió soñar y lo que la realidad económica y las imágenes del futuro permitirían vislumbrar como posible. No promete logros o mejoras a la vuelta de la esquina; solo ofrece compartir igualitariamente la incertidumbre expresada en una suerte de expiación colectiva en la que paguen culpas los usufructuantes amparados, según él, por un sistema que roba al productor y da lugar a una economía ficticia y por ende inflacionaria. El acto de contrición se ha de extender no por años sino por lustros, envolviendo a todos en un hueco de desesperación que se vive hace mucho.
¿Pero ese gigantesco purgatorio es la vía hacia una liberación sucesiva?
Milei, en su enfebrecida psicopatología, ha cincelado los viejos esquemas del debate con nuevas valoraciones semánticas. El ariete principal en ese cometido es un vocablo compuesto que ha irrumpido con impactante sonoridad: LaCasta. En sus discursos iniciales habló de “la maldita casta política” pero inexplicablemente dejó por fuera a empresarios, militares y sindicaleros, y luego, en el ritmo de la campaña, expandió los límites de su significado. El sentido conminante y justiciero no fue ya una expresión vertida desde los niveles inferiores de la sociedad enfrentando roscas y élites, sino una noción totalista extendida en perspectiva horizontal. Por eso, el discurso de los derechos, un consenso asentado civilizatoriamente desde finales del siglo XVIII, pasa a ser algo inherente a la casta: los que tienen derechos, los que pueden hablar en nombre de esos derechos, los que consiguen que alguien erija la voz por sus derechos. Cabe aquí una disquisición inherente al abismo fatal que se abrió en el mundo del siglo pasado cuando la isostasia ideológica trajo, junto a la destrucción del socialismo real, la exaltación de la riqueza como fin secular del hombre. Para el “chuky” porteño, el sueño húmedo es la Argentina de inicios del siglo XX, la magnificada por historiógrafos desmemoriados que nunca mencionan ni el dolor vivido en los conventillos, ni las condiciones esclavistas para el labriego de las pampas, ni la explotación a los obreros en los grandes frigoríficos.
Milei es un siamés separado al nacer de cualquiera de los predicadores o sargentones que han pululado en el hemisferio, y su dudosa novedad ha sido invertir la construcción ideográfica de pregones detrás del cual regularmente se esconde algún alucinógeno. Usa el aludido termino para designar la furia frente a todos los que supuestamente están incluidos en una esfera del quehacer y con ello deja ver tanto el sustrato de su esencia conceptual como el potencial destructivo de una visión indiscriminada, ya que si la casta es horizontal, el legítimo sentimiento de rabia lo manipula para sembrar rechazo hacia toda denotación de contenido social. La ambivalencia que le otorga a la expresión, solo logra que los privilegios reales se pierdan de vista, impidiendo distinguir quiénes se benefician legítimamente o quienes medran ilegítimamente. Cuando Milei habla de LA CASTA, el sonido de un redoblar de rebeldía se constriñe en un sonido gutural arquetípicamente reaccionario que envenena las conquistas de la solidaridad.
Hoy se está escenificando en Argentina el montaje no de un drama sino de una nueva tragedia circular. Mas que ante una decisión, los habitantes del hermoso territorioque va desde Jujuy hasta Tierra del Fuego se enfrentan no en busca de una decisión democrática sino inmersos en una profunda incertidumbre. El meollo de lo trágico está en que las decisiones se construyen con visión de raciocinios y fuerza de hombros, pero las incertidumbres son siempre las simas sin fondo de la angustia perenne. No los liberará del temor oscuro ni votar por Massa, ni votar por Milei, ni votar en blanco o no votar; solo será la caja de Pandora en la puerta de cada vida…