Carlos Pérez-Ariza
Este es un país sin súbditos, pero sí con siervos. La monarquía parlamentaria prefiere llamarles ciudadanos a secas, sin mayor protocolo. Con este régimen Sanchista los siervos han surgido como si volviéramos a una nueva Edad Media, ahora digital y posmoderna.
Ser siervo no se hereda, se gana a pulso. Se puede ser siervo con corona o sin ella. Ciertos reyes de España lo fueron. Un siervo sirve con su fe puesta en el líder, pero no trabaja en vano. Está dispuesto a sufrir y guardarse los insultos del jefe y los escupitajos del populacho. Su fidelidad le crece desde el corazón. Cumple con creces los deseos de su señor. No quiere gloria y honor, ni medallas; le basta con la sonrisa de su amo. Su interés es cumplir fielmente las metas que persigue el presidente.
Ahora se les identifica como asesores, técnicos, especialistas, comunicadores, ministros, fieras feministas, abonados a las subvenciones, todos ellos son los nuevos fieles siervos. Van de los estratos básicos hasta los grandes despachos ministeriales. No dejan hueco del Estado sin atender. Se colocan en oficinas de estadísticas. En las estancias alfombradas donde se urden los detalles de la agenda 2030. Entre las altas togas de la Justicia. Repiten dictados desde las Cámaras. Propagan las tesis del presidente dentro de las fronteras e incluso, se aventura a clamar peroratas por el exterior de España. Hasta el mismo presidente es siervo de los votos ajenos. Ser siervo es una moda, serlo mola.