El 24 de junio de 1960, hace 64 años, el presidente Rómulo Betancourt fue objeto de un atentado organizado por el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo
SANGRE EN "LOS PRÓCERES"
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Manuel Felipe Sierra
A las 9 de la mañana del 24 de junio de 1960, Rafael Leónidas Trujillo esperaba la noticia que a esa hora transmitiría “La Voz Dominicana”: “El Presidente de Venezuela Rómulo Betancourt acaba de ser ajusticiado en la avenida Los Próceres de Caracas”. Habría funcionado de esta manera el plan de un grupo de conspiradores venezolanos entrenados en Santo Domingo y el automóvil presidencial sería pasto de las llamas. El 1960 prometía ser un año difícil para el gobierno del Pacto de Puntofijo presidido por Betancourt; la acción subversiva del perezjimenismo y la derecha militar avanzaba en los cuarteles y a ello se unía el clima de tensión política alentada por el reciente triunfo de la Revolución Cubana. A comienzos de abril, la división de Acción Democrática daba nacimiento al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el día 20 del mismo mes el general Jesús María Castro León cruzó la frontera colombiana para apoderarse de la guarnición de Táchira. El militar rebelde venía de Santo Domingo con instrucciones precisas del entorno de “Chapita” Trujillo para el derrocamiento del gobernante venezolano. Si bien la tentativa fracasó, revelaba ya la frágil estabilidad del nuevo ensayo democrático.
Ya antes en enero, Betancourt denunciaba los planes de Trujillo para derrocarlo y las emisoras dominicanas iniciaban una feroz campaña en su contra. Aquella mañana del 24 de junio, se sobrepuso a quebrantos de salud y marchó a presidir el desfile del “Día del Ejército” en la avenida Los Próceres. Cuando la caravana se aproximaba a la tribuna de honor, un cadillac azul estacionado a la derecha detonó una carga explosiva que cubrió el área. El periodista Miguel de los Santos Reyero relata: “el Presidente reacciona, no ve ni oye, apenas siente un zumbido espantoso, tiene cubierta la cara de sangre, le arde la piel, están destrozados sus anteojos de gruesos aros oscuros y logra con un impulso concentrado abrir la puerta”
El herido fue atendido en el Clínico Universitario y al día siguiente se dirigió al país y se trasladó a Miraflores, mientras que el coronel Ramón Armas Pérez jefe de la Casa Militar y un transeúnte desprevenido resultaron muertos. Días después fueron identificados y capturados la mayoría de los autores del atentado: Capitán de Navío Eduardo Morales Luengo, Manuel Vicente Yánez Bustamante, Luis Cabrera Sifontes, Carlos Chávez, Juan Manuel Sanoja, Lorenzo Mercado, Luis Álvarez Veitía y Juvenal Zavala quienes aportaron a la policía los detalles de la operación y la vinculación de Trujillo, la cual comprobó posteriormente una Comisión de la OEA.
EL BLOQUEO
En su VI Reunión de Cancilleres en San José de Costa Rica el organismo como sanción a la injerencia trujillista, ordenó el retiro de los embajadores de los países miembros y decidió el bloqueo económico del régimen dominicano. El trujillismo entonces comenzó a sentir los efectos del aislamiento. Un año antes, el 14 de junio de 1959, un grupo de expedicionarios llegaba a las costas dominicanas de Constanza, Maimón y Estero Hondo con el objetivo de derrocar al dictador. Al frente se encontraban Enrique Jiménez Moya y el comandante cubano Delio Gómez Ochoa; el primero vivió en Caracas como refugiado donde se concibió el plan de la expedición a la cual se incorporaron varios estudiantes de la UCV, entre ellos Jorge Giordani, con los años superministro de la economía chavista, quien finalmente no pudo participar. Fidel Castro asumió la responsabilidad de la invasión con el argumento de que Trujillo tenía una fuerza aérea superior a la cubana, ya que disponía de mayor cantidad de aviones y al menos 3.500 efectivos que podrían ser utilizados también por Estados Unidos para frenar su proceso revolucionario mediante una invasión que contaría seguramente también con la complicidad del dictador Duvalier que tiranizaba Haíti.
Inicialmente Betancourt habría prometido 250 mil dólares para la acción, pero ahora se inclinaba por aplazarla al considerar que la misma podría resultar políticamente muy costosa en sus consecuencias. Con ese propósito envió a La Habana a Carlos Andrés Pérez para una entrevista con Castro en plena efervescencia revolucionaria. La advertencia de Betancourt fue desoída y Castro ordenó una invasión que fue brutalmente aplastada. Sin embargo, ella marcó el comienzo de grandes acontecimientos: la represión se hizo más intensa, la Iglesia Católica pasó a jugar un papel activo y se produjo el monstruoso asesinato de las hermanas Mirabal, un hecho de notable repercusión internacional. Trujillo todavía se encontraba en su elemento y se sabía que cuando era informado de la ejecución de un enemigo, pedía una explicación detallada, se ajustaba sus lentes de cristales verdes y exclamaba: “¡un hermoso crimen, un hermoso crimen!”.
LA VENGANZA
Betancourt se oponía ahora a la invasión porque seguramente pensaba que de resultar fallida, tal como ocurrió, la respuesta de Trujillo no sería contra Cuba, en plena euforia revolucionaria, sino que la venganza podría desviarse contra su gobierno enfrentado a graves dificultades; una presunción que habría de quedar demostrada un año después con el atentado donde estuvo a punto de perder la vida.
Pero el año 1961 acentuó las complicaciones para Trujillo. El cerco diplomático y económico generaba un malestar que tocaba incluso su círculo más íntimo. El 30 de mayo, once meses después del frustrado atentado de Caracas, a las 9 de la noche Trujillo salió de su residencia en Santo Domingo y tomó la avenida George Washington con rumbo a la hacienda “La Fundación”. A los minutos tres carros iniciaron extrañas maniobras alrededor de su auto; se oyó un fuerte cruce de disparos, reinó la confusión y según la versión de un testigo: “Antonio de la Maza cogió a Trujillo por el pecho y después de unas palabras, recordándole el asesinato de su hermano Octavio, le disparó con su pistola 45 en la barbilla y entonces el tirano cayó muerto como un fardo”. Trujillo era la propia víctima de otro “hermoso crimen.”