Israel vive una situación anormal, celebra su participación olímpica en ambiente de guerra, presión, soledad, tensión, susto y fe, lastimosamente de alguna extraña manera
COMO UN PAÍS NORMAL
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Elias Farache S

Las olimpiadas Paris 2024 son un acontecimiento que refresca a todo el planeta. Igual que el campeonato mundial de fútbol o algún evento deportivo global, estos acontecimientos refrescan a los habitantes de todos los países del mundo. La competencia y el afán de ganar, gracias al esfuerzo y la disciplina asociada, resultan en una motivación nacional, un espíritu de unidad y camaradería gracias a lo cual se conecta lo mejor de las energías colectivas.

La competición olímpica vista objetivamente no representa ninguna ganancia territorial para quien se lleve una medalla. Tampoco para el país o países que arrasen con el medallero. Algo desfasado ha quedado el criterio de otrora que avalaba algún sistema político en función de su performance olímpico. No ha desaparecido, pero ha perdido importancia. Si, por supuesto, la competencia olímpica desata un movimiento económico importante alrededor del país anfitrión, las marcas deportivas, los patrocinantes.

Las olimpiadas del 2024 que recién terminan han tenido lugar en un momento de mucha tensión mundial. La guerra en Ucrania, sin visos de finalizar, con todo lo asociado a ella. La guerra en Gaza, que tampoco acaba, y el anuncio de Irán acerca de un inminente ataque sobre Israel. El debate electoral en los Estados Unidos de América. La volatilidad de los mercados financieros.

En todos los países hay alguna que otra circunstancia que molesta, preocupa o amenaza. Las olimpiadas resultan en una especie de sana evasión. Es lo que sucede en países normales o con vida relativamente normal. No es el caso del estado de Israel.

Israel vive una guerra de más de diez meses. Con 120 ciudadanos secuestrados en Gaza. Con el frente norte del país sujeto a bombardeos diarios, y unos cien mil desplazados de la zona. Con un anuncio serio y creíble de un próximo ataque desde Irán y Líbano, quizás desde otras latitudes también. Con los nervios en punta, los noticieros locales abren su emisión estelar informando acerca de la actuación de la delegación israelí en Paris 2024. Al momento de escribir esta nota, sumaban siete las preseas en lo que constituye un logro inédito. La historia de cada categoría, participante y medalla, contada y celebrada, refresca por momentos un tenso ambiente que no decae en intensidad.

Cuando uno ve y analiza el enfoque de la población israelí hacia sus atletas y viceversa, puede percibir que Israel es ante todo una gran familia. Que discute y pelea entre sí, pero que sufre las penas en colectivo y celebra de la misma forma los éxitos y logros de sus representantes. Visto esto, nos sacude una profunda tristeza cuando caemos en cuenta de la crueldad que significa la guerra, las posiciones irreductibles, la poca consideración por las vidas humanas y el sufrimiento de las personas.

Las olimpíadas terminan y los judíos se aprestan a conmemorar la fecha más triste de su calendario. La misma en la cual fueron destruidos los templos de Jerusalén, la fecha en la cual se cuentan los más estrepitosos horrores acaecidos además de las destrucciones: exilio, destierro, pogromos, episodios culminantes durante la Segunda Guerra Mundial, la expulsión de los judíos de España… paremos de contar. Es el 9 de Av que nos recuerda lo más trágico de nuestra historia.

Los templos de Jerusalén fueron destruidos por una razón que aún existe en nuestros días, una razón que impide la reconstrucción de ellos para una tercera oportunidad. Algo que significaría contar con la Presencia Divina en forma muy perceptible en este planeta y entre las naciones del mundo. El odio gratuito entre dirigentes fue la causal de la destrucción del primer templo, una causal que se extendió a no sólo los dirigentes en el caso del segundo. El odio gratuito de nuestros días es el motivo de tantos y variados enfrentamientos, de tantas e insensatas guerras, muertes y desolación.

Para los judíos, estos días no son de buen augurio. No es cuestión de percepciones ni supersticiones, es más bien un asunto de frías estadísticas, números que no mienten. Israel, el estado judío, espera con nerviosismo y paciencia el ataque de Irán sobre su territorio de un momento a otro, justo en estos señalados y seleccionados días de algo defectuosa suerte. Esperando que no ocurra nada tan grave como lo que podría pasar.

En este ambiente de guerra y presión, de soledad y tensión, de mucho susto y fe, de alguna extraña manera Israel sigue y celebra su participación olímpica… como un país normal.

Como un país normal viviendo una situación demasiado anormal.




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