Leopoldo Puchi
Cuando el 28 de julio se celebraron las elecciones en Venezuela, Washington esperaba algo más que otro día de elecciones: esperaban un cambio de gobierno, un punto de inflexión que pusiera fin a un ciclo político. Pero la realidad ha sido diferente a las expectativas. El gobierno de Nicolás Maduro sigue en pie, aunque el cuestionamiento de los resultados electorales ha afectado y debilitado al sector gubernamental.
Hasta el momento, la Casa Blanca no ha definido una nueva estrategia para lograr la reintegración de Venezuela dentro de su esfera de influencia. A pesar de haber señalado a Edmundo González como “ganador” de las elecciones, Washington ha evitado otorgarle el reconocimiento como “presidente electo”. Y esto se debe, en gran medida, al fiasco que supuso designar a Juan Guaidó como presidente "encargado" en 2019.
En ese momento, Guaidó fue reconocido por más de 60 países y aclamado en las principales capitales europeas, así como en Washington. Pero el reconocimiento internacional no logró traducirse en un cambio real, y la euforia inicial se convirtió en frustración. En lugar de una victoria concreta, el resultado fue perjudicial tanto para Venezuela como para Estados Unidos.
El ASILOLa reciente decisión del candidato opositor Edmundo González de exiliarse en España ha sacudido fuertemente el panorama político venezolano. Con su retirada, se hace muy difícil prever un cambio de gobierno en el corto plazo; más bien se ha despejado el camino para la juramentación de Nicolás Maduro el próximo 10 de enero.
Hasta hace poco, el plan era claro: una serie de protestas callejeras, presión sostenida sobre las fuerzas armadas venezolanas y el respaldo de la ‘comunidad internacional’ durante varias semanas, o incluso meses. Esta estrategia buscaba llegar a enero con un clima propicio para que el cambio fuese una probabilidad real. Ahora, las cosas lucen diferentes y se ve muy cuesta arriba que en enero un nuevo inquilino se instale en Miraflores.
La pregunta es: ¿Qué hará Washington ahora? ¿Reconocerá finalmente que, al menos por el momento, un cambio de gobierno en Venezuela es poco probable y ajustará su política?
EL DIÁLOGO
Es difícil imaginar que, por estas circunstancias, Washington va a ofrecer abiertamente una rama de olivo al presidente venezolano, Nicolás Maduro. Sin embargo, no se puede ignorar que el escenario ha cambiado. La despedida de González, impregnada de resignación y pragmatismo, ha dejado claro que la expectativa de una transición inminente se ha desvanecido. Y, aunque esto puede verse como un revés tanto para Washington como para la Plataforma Unitaria, también podría ser una oportunidad para replantear la política.
El tono del mensaje de González, lejos de la confrontación que ha caracterizado a la política venezolana en los últimos años, se inclina hacia la conciliación y el diálogo. Su salida ha abierto una ventana a una política diferente, basada en la construcción de acuerdos duraderos y no en la búsqueda de un desenlace rápido.
LA OPORTUNIDAD
Para Washington, esto plantea el dilema de continuar con la política de sanciones o adaptarse a una nueva realidad. Lo que está claro es que Estados Unidos no puede permitirse más errores. Esta es la oportunidad para iniciar conversaciones y, bajo el principio de igualdad soberana, negociar un tratado geopolítico duradero entre Venezuela y Estados Unidos. Además, se deben crear las condiciones para un pacto democrático de convivencia y alternancia entre las fuerzas políticas internas. Estos acuerdos no serían simples ajustes de tácticas, sino una verdadera redefinición de las relaciones.
LA CONSTRUCCIÓNPara el gobierno venezolano, la construcción de estos entendimientos representaría una oportunidad para crear las condiciones de un futuro más estable para Venezuela, con relaciones exteriores amplias, fluidas y complementarias, y una atmósfera de convivencia interna donde todas las partes sientan que tienen un lugar en la mesa de soluciones.
Por su parte, Washington, si no da un viraje, podría estar ante una oportunidad perdida, que pudiera llevar a una disminución de su influencia regional. Al mismo tiempo, los distintos sectores de la oposición enfrentan el reto de formular una política acorde a la nueva etapa que se avecina.
Todo parece indicar que el tiempo de las medidas rápidas ha quedado atrás, y el futuro exige una visión firme, pero basada en el diálogo, la construcción de puentes y la estabilidad a largo plazo.