Hernan Quiroz Plaza
El futbol es tan grande que ni la historia ni la política han podido escapar de él. La Segunda Guerra Mundial trajo muchas consecuencias, entre ellas, la división de Alemania. Ese panorama político, que se mantuvo hasta la caída del Muro de Berlín, que este 9 de noviembre cumplirá 35 años, y la reunificación de ese país -en 1990-, nos dejaría también uno de los encuentros más curiosos de los Mundiales. Único e irrepetible. Hay figuras y partidos que dejan una huella imborrable en el fútbol. Así se pueden citar la victoria de Argentina sobre Inglaterra en el Mundial del 86 o el Irán sobre Estados Unidos en el Mundial de Francia pero si hay un encuentro que marcaría la historia para siempre es el que enfrentó a las selecciones de la República Federal Alemana (RFA) y la República Democrática Alemana (RDA), Alemania v.s Alemania.
Fue el evento político-deportivo de la Guerra Fría, definido como un partido “de Estado”, de dos Estados. El estadio Volksparkstadion de Hamburgo -con 60.000 espectadores en sus tribunas -fue el escenario del transcendental encuentro. Las diferencias entre las Alemanias eran evidentes. Cuando salieron los equipos a la cancha, se alinearon para los himnos y otra vez la sensación fue rara, porque además del tradicional himno alemán (“Deutschland, Deutschland Úber alles” (Alemania, Alemania sobre todo), también se escuchó el “Auferstanden aus Ruinen” (Resucitados de las ruinas), que en ese entonces oficiaba de canción nacional para Alemania del Este (o Democrática), escrita en 1949 por el poeta socialista Johannes R. Becher, quien fuera ministro de Cultura de la RDA aunque desde 1973 se tocó en versión instrumental (el compositor fue Hanns Eisler), sin letra, desde el mutuo reconocimiento diplomático entre los dos países.
El mundo nunca se tomó demasiado en serio aquello de las dos Alemanias. Pese a que coexistieron durante 41 años, para el resto del planeta, siempre fue una. Los alemanes eran los alemanes, no del este o el oeste. Lo demás era un muro, un alambre de púas, unos soldados de aspecto sombrío con perros guardianes, una división política momentánea. Ya se juntarían de nuevo. Sí, comunismo y capitalismo, pero al fin eran todos del mismo barrio. Aquel 22 de junio a las 19:30, en el marco del campeonato Mundial de Alemania 1974, comenzaba un partido extraño para todos. Los helicópteros volaban sobre el estadio, los perros olfateaban si había explosivos hasta en la sala de prensa, había francotiradores en la azotea y se utilizaron detectores de metales entre los hinchas. Los espectadores tuvieron que pasar hasta siete controles antes de llegar a sus lugares, se enfrentaban dos selecciones que en el fondo debían ser una. En Hamburgo, la República Federal Alemana, dueña de casa y favorita para ganar el Mundial, cayó imprevistamente 1 a 0 ante su hermana gemela, la visitante República Democrática Alemana. La Federal u Occidental tenía a Beckenbauer, Müller, Maier, Overath, Paul Breitner, Berti Vogts, Netzer, Grabowski, Uli Hoeness, Schwarzenbeck… Todos los cracks del Bayern Munich, flamantes campeones de Europa un mes antes, más los del Colonia, del Borussia Moenchengladbach, del Schalke 04. Un equipazo.
Del otro lado, nombres que uno nunca había escuchado, jugadores que no eran enteramente profesionales o cobraban sueldos de obreros, aunque no eran mancos ni rengos. Nadie los conocía por la misma oscuridad del gobierno marxista-leninista unipartidista. Pero la movían bien: también ellos, con el Magdeburgo, habían conquistado la Recopa de Europa unos días antes batiendo al Milan de Trappatoni y Gianni Rivera. Más que eso: en 1972, en Múnich, la DDR (oriental) ya le había ganado 3 a 2 a la RFA (occidental) por los Juegos Olímpicos. Y en 1976 lograrían la medalla de oro en Montreal venciendo en la final por 3-1 a la inolvidable Polonia de Lato, Szarmach, Deyna, Zmuda, Tomaszewski, Kasperczak…
El partido del Muro se le dio en llamar, y quedó como uno de los 50 más recordados de todos los tiempos. La Alemania rica venía de organizar los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972 y exhibió todo su poderío económico, con estadios impactantes para la época. Fue un torneo bisagra: en ese 1974 comenzó la pompa y la infraestructura moderna en los mundiales. Pero se impuso la Alemania pobre. Ambos estaban en plena Guerra Fría, y encima Jürgen Sparwasser congeló al 99,9 % del estadio con un toque perfecto de derecha que batió a Sepp Maier. El 0,1 % restante era un grupete de compatriotas orientales que habían logrado escapar del este y cuyos corazones seguían latiendo por Leipzig, Dresden, Rostock, Magdeburgo, la mitad de Berlín, las grandes urbes que quedaron atrapadas… Ellos saltaban y celebraban ese gol inesperado, inimaginable. En el fondo fue triste, un pueblo dividido por la ideología y jugando contra sí mismo. Muchos tenían el corazón partido, habían nacido de un lado y vivían del otro o tenían sus hijos o padres detrás del límite militarizado. Fue el gol más político de la historia. Sparwasser, un ingeniero mecánico de 26 años, apareció en portada en diarios de todo el mundo y pasó a ser un símbolo comunista, el héroe que había derrotado a Occidente demostrando la potencialidad, el éxito y la supremacía del régimen socialista. “Pateé desde el este con dirección al oeste”, dijo el artillero, que en 1988 logró vulnerar los controles, traspasar la frontera y radicarse en la otra mitad del mapa. Al año siguiente cayó el Muro de Berlín.
Existe un antecedente similar: las Coreas. También es una sola nación dividida en dos países. Estos, no obstante, se enfrentaron muchas veces (17), por eliminatorias mundialistas o por la Copa Asiática. El saldo es de ocho victorias para los del sur, una para los del norte y ocho empates. Y, en un hecho histórico, participaron del Mundial Sub-20 de 1991 unificadas bajo el único nombre de Corea. Y con suceso, vencieron a Argentina, seis veces campeón mundial de la categoría. La RDA y la RFA vivieron la misma experiencia durante ocho años. El Comité Olímpico Internacional decidió que, si querían participar, debían hacerlo juntas. Y en tres Olimpiadas -1956,1960 y 1964- intervino el Equipo Alemán Unificado. El deporte ha debido hacer malabares a través de los tiempos a causa de los enfrentamientos políticos, las guerras, las separaciones y nacimientos de nuevos Estados.
Sparwasser nunca recordó aquel gol con una sonrisa sino con dolor, quedó atrapado entre varios fuegos. El triunfo finalmente no les sirvió para mucho. La Alemania Democrática terminó sexta en el Mundial, en tanto que la Alemania Federal se consagró campeona. Franz Beckenbauer reconoció, años después: “El gol de Sparwasser nos despertó. Sin ese gol nunca habríamos ganado aquel Mundial”. Y no solo eso: haber perdido ese choque le supuso al conjunto del Káiser jugar en la semifinal más accesible. Eludió a Brasil, Argentina y Holanda, y pasó a confrontar con Yugoslavia, Polonia y Suecia. Un camino alfombrado con pétalos de rosa. -Vi la final en mi casa de Magdeburgo, completamente solo -declaró Sparwasser en 2006 al diario El País de Madrid-. Cinco minutos después del partido llegó un mensajero con un telegrama occidental dirigido a Jürgen Sparwasser, Magdeburgo, sin calle ni más indicaciones. Decía: ‘Spari, te damos las gracias. Toda Alemania te da las gracias’. Fue lo mejor que podía haberles pasado a los jugadores de la RFA. Todos lo dicen”.
Por eso pasó de héroe a villano. Se lo acusaba de haber ayudado “a los malditos occidentales a ser campeones”. Y se decía que estos se habían dejado ganar para tomar la Ruta de la Seda. Ya lo había hecho Alemania en 1954, perdió exprofeso ante Hungría para evitar enfrentarse con Uruguay y Brasil, que eran dos máquinas. Y fue un acierto: al final fue campeón. Tres clubes europeos, entre ellos el Bayern, quisieron fichar a Sparwasser, pero rechazó las propuestas. -Quería quedarme con mi familia, eso para mí es todo-. Pero en 1988 decidió desertar: -Nunca planeé hacerme entrenador cuando terminara el fútbol. Después de mi operación de cadera, tuve que abandonar el fútbol y quería dedicarme a la docencia en escuelas deportivas. En 1986 vino gente del Partido Comunista a decirme que debía hacerme entrenador del Magdeburgo. En tres ocasiones les dije que no. Mi meta era otra. Pero intentaron presionarme y evitaron que pudiera escribir mi tesis doctoral. Así que destruyeron mi carrera profesional. Yo tenía 40 años y me quedaban 25 de trabajo para recibir la jubilación. Me quedé sin posibilidades de completar mis planes profesionales. Por eso decidí irme a la RFA con mi mujer, que ya estaba al otro lado de la frontera-. Fue invitado a la Alemania Occidental para jugar un partido de veteranos y ya no volvió, convirtiéndose en enemigo de los jerarcas de la RDA. La noticia de aquel momento señalaba que aprovechó un descuido de un dirigente que lo vigilaba y se escapó del hotel. “Acudí a un encuentro de veteranos y me quedé, estaba harto de la politización y las mentiras de mi país”, confesó al diario As.
Con el muro, Alemania también partió en dos su fútbol, quedando dos selecciones nacionales que disputaban torneos internacionales. En primer lugar, Alemania Occidental o la Alemania Federal, y en segundo lugar Alemania Oriental o la Alemania Democrática. Ambas se unieron tras la caída del muro, pero antes siguieron trayectorias completamente diferentes. Pasaron cincuenta años y hoy parece un cuento, pero sucedió: Alemania le ganó a Alemania. ¿O perdió?