Leopoldo Puchi
Más allá de las dificultades para esclarecer la secuencia de eventos que rodean el asilo de Edmundo González, el hecho es que el excandidato presidencial de la oposición venezolana ya está en Madrid. Ahora, la verdadera interrogante, la que define los próximos capítulos, no es tanto cómo llegó allí, sino qué destino tendrá este asilo, cómo será utilizado y a qué estrategia servirá.
¿Se convertirá González un referente moderado que facilite el diálogo y sirva de puente para una negociación? ¿O, por el contrario, su presencia en Madrid será otro obstáculo y será aprovechada para crear un “gobierno en el exilio”?
NEGOCIADO
Es muy probable que tanto el gobierno venezolano, al otorgar el salvoconducto, como González, al solicitar asilo, tuvieran en mente la expectativa de reducir las tensiones y crear un escenario político más favorable para alcanzar acuerdos. Después de todo, este movimiento fue negociado sin la participación del sector más duro y radical de la oposición, el encabezado por María Corina Machado.
El gobierno de Nicolás Maduro, los sectores de oposición involucrados y los actores internacionales que impulsaron el asilo pueden afirmar que han logrado ciertos avances. Pero, claro, cada uno perseguía metas distintas.
VICTORIAS
Para el Gobierno, la salida de González fue una victoria táctica: evitaron el encarcelamiento de un líder opositor y lograron que abandonara el territorio, lo que no solo desmoraliza a ciertos sectores, sino que también disminuye temporalmente la presión, tanto interna como internacional.
Para la oposición, el asilo en España asegura que González pueda continuar su actividad política en el exilio, libre de las restricciones que enfrentaba en Venezuela, donde estaba en la mira de los tribunales. Además, su presencia en Europa garantiza que la atención se mantenga y refuerza el activismo de los actores internacionales que promueven un cambio de gobierno en Venezuela.
Al final, aunque los intereses de ambas partes son distintos, el asilo permitió a cada uno obtener logros a corto y mediano plazo, en función de sus respectivas estrategias. Es un pulso en el que cada movimiento sirve para optimizar las fortalezas, sin comprometer su posición futura.
RECONOCIMIENTO
Hasta el momento, la Casa Blanca no ha definido completamente una política en relación a Venezuela, seguramente a la espera de las elecciones presidenciales de ese país. El Departamento de Estado no ha reconocido la proclamación de Nicolás Maduro y ha insistido en que González obtuvo la mayoría de votos, pero no lo ha designado formalmente como “presidente electo”, un juego sutil de palabras de mucho significado.
Como suele ocurrir, en esta línea han actuado también los países europeos. La Corte de España y el Parlamento Europeo aprobaron unas resoluciones no vinculantes que reconocen a González como "presidente legítimo y democráticamente elegido", pero, a diferencia de los parlamentos, los gobiernos europeos han evitado ese reconocimiento.
TANGIBLE
Está entonces por verse qué decisión final toma Washington, si mantiene la actual posición cautelosa, que permitiría la continuidad de conversaciones como las Doha, o si pasa de nuevo a un esquema como el adoptado en 2019 con Juan Guaidó y opta por la creación de “un gobierno en el exilio”.
Tomar este último camino implicaría que, a partir del 10 de enero, los vínculos comerciales, diplomáticos y políticos se establecerían con ese “gobierno. Aunque tentadora para algunos, esta estrategia tiene el inconveniente evidente de que “reconocimiento” no es lo mismo que poder real, y la política es una cuestión de poder tangible.
Repetir la fórmula de gobiernos paralelos podría incluso profundizar las divisiones en la ya fragmentada oposición venezolana, como ya ha ocurrido con la reciente disputa en Primero Justicia.
DISTENSIÓN
El asilo de González podría abrir un espacio para la distensión y el diálogo. Sin embargo, la conducta beligerante asumida al llegar a Madrid y el entorno del que se ha rodeado podrían más bien alimentar la tentación de dar un paso en falso con la creación de un “gobierno en el exilio A la hora de evaluar lo ocurrido, la cuestión no reside en lo que el Gobierno o el propio González puedan haber ganado, sino en cómo esta coyuntura puede ser aprovechada para construir puntos de encuentro convenientes para el país. Es decir, transformar una circunstancia llena de tensiones en una oportunidad para encontrar soluciones.