Macky Arenas
En su primer viaje a Venezuela -1985-, el Santo Padre, hoy San Juan Pablo II- cumplió una apretada agenda. Una familia venezolana estuvo muy involucrada, a través del padre, José –el querido y simpático “Pepe”- Domínguez Ortega, en la organización de los distintos eventos con motivo de esa visita.
Los Domínguez son de un cercano origen español –de hecho, la madre es vasca, el padre de Sevilla y todos los hijos venezolanos- y residieron en Venezuela por décadas. “Más venezolanos que la arepa”, como acostumbramos decir. Constituyen un hermoso grupo familiar, donde uno de los hijos se llama Juan Pablo por el papa polaco. Otro de ellos es el protagonista de esta historia.
Javier, así se llama, no sabía cocinar y tampoco le gustaba la mermelada de naranja. Pero, curiosamente, la preparaba de maravilla. No es nada fácil, más bien trabajosa y delicada, pero a él se le daba muy bien. Los amigos de la familia la celebraban, se deleitaban y en alguna que otra verbena parroquial se vendía a beneficios de las obras eclesiales.
Es el caso que, pensando en lo que podrían obsequiarle al visitante más importante que pisaba el país, resolvieron preparar la mermelada. Después de todo, no iba a encontrar ese producto, casero y criollo, en ninguna otra parte del mundo. Javier puso manos a la obra y se esmeró con la esperanza de que nuestra muy tropical y cítrica fruta, fuera del agrado del Papa. Y vaya que lo fue!
Apenas la probó, fue “amor al primer bocado”. Al día siguiente, durante el desayuno, preguntó a la religiosa que lo atendía en la Nunciatura Apostólica de Caracas, donde se hospedaba: “¿Quedará un poquito de la mermelada de ayer?”. Por supuesto que, en menos de lo que canta un gallo, la mermelada estaba sobre la mesa.
El Papa, cuya agenda era cargada y movida, llevó consigo la mermelada para todos lados. Pasada la estadía en la capital, se dirigió a Maracaibo, la petrolera capital del estado Zulia, al occidente de Venezuela. Allí volvió a consumirla. Pero, con el jaleo y el alboroto que causa el Papa donde quiera que va, al momento de emprender el trayecto de vuelta, el frasco con el preciado fruto quedó olvidado. Lo encontraron, pero ya el Papa volaba de regreso a Roma.
Una vez en la Ciudad Eterna, seguramente preguntaría por su mermelada… y ofrecería a Dios el verse privado de su delicia de comensal, por Venezuela, la tierra que con tanto amor lo recibió y a la que dejó la consigna que todos nos repetimos: “Despierta y reacciona!”. Es la frase que ha mantenido viva la esperanza y arriba el ánimo de este pueblo que sufre y ora.
El preparado de Javier, que le hizo la boca agua a Juan Pablo II, se llama entre familia y amigos, desde entonces, “la mermelada del Papa”.
Aquí, paso a paso, la receta de “Mermelada de naranja de San Juan Pablo II”: (según Mari Carmen, la mamá de Javier)
“Naranjas de mesa, cuanto más gruesa la piel y más tersa, mejor y más fácil de cortar.
Azúcar, el mismo peso de las naranjas.
Se cortan las naranjas en cuatro, en la dirección de los gajos luego lo más finas que se quieran o puedan; yo las pongo, para cortarlas, dos cuartos juntos y quedan como triángulos. Es la parte más complicada de todo y por eso no es fácil encontrarla en el mercado.
Se ponen, ya cortadas claro, en el fondo de la olla y encima el azúcar.
En la olla que yo tengo subo la presión a la mitad y la mantengo así quince minutos. Luego, espero que baje la presión del todo (ojo!, importante), se abre la olla y se comprueba el color y la densidad; esto, porque las naranjas nunca son iguales y entonces, con la olla abierta, el fuego medio y vigilándola de cerca se termina de dar el punto exacto, que es el que le guste a la cocinera o al cocinero. Listo.
Si se quiere guardar fuera de nevera -y por –tiempo- se llenan los frascos mientras la mermelada está muy caliente. Recién apagado el fuego, se tapan enroscando y se colocan boca abajo hasta que se enfríe.
Eso es todo. Puede que la primera vez no salga perfecta, o sí, pero he contado tal cual la hago y gusta.
Bueno, he observado con el tiempo que en general la mermelada de naranja, ésta por lo menos, o no gusta nada o gusta demasiado; en mi familia sólo a mi marido y al mayor de mis nietos…al resto, nada”.
Pero a Juan Pablo II le fascinó y, desde el Cielo, debe estar enviando bendiciones a esta familia por su generosidad… y por la celestial mermelada, hoy convertida en una especie de “reliquia” que exhibe el honroso nombre de “La mermelada de Juan Pablo II”.-