Sara Polo
Marjane Satrapi, autora del cómic y la película que subvirtieron el feminismo en el mundo islámico, ha recibido el Premio Princesa de Asturias de Humanidades
Hace casi 25 años que la primera edición de su cómic salió a la luz y, sin embargo y por desgracia, sus viñetas siguen de rabiosa actualidad. Marjane Satrapi, historietista y directora de cine iraní, justificaba en pleno bum de su obra magna Persépolis, ya convertida en película de culto, que aquello no era en ningún caso un documental sobre su vida ni tampoco un alegato político, que ella lo que había hecho había sido arte: "Las películas políticas ofrecen respuestas y yo sólo hago preguntas. Ésa es la diferencia".
Sin embargo, fuera como fuera concebido Persépolis, su irrupción primero en el panorama literario y después, en el cinematográfico, sí se recibió a nivel internacional como un mensaje claro contra el integrismo islámico que asolaba entonces y sigue devastando con renovada crueldad el país natal de Marjane Satrapi, Irán, del que salió con 14 años y al que sólo podrá regresar si cae el régimen.
El primer tomo de los cuatro que conforman Persépolis se publicó en pleno cambio de siglo pero se refería a 20 años atrás, poco antes de la Revolución Islámica iraní. La protagonista, Marjane, tiene entonces 10 años y pertenece a una familia progresista. Bisnieta del último shah de la dinastía kadjar, Ahmad Shah Qajar, y nieta de primer ministro bajo el último shah, Reza Pahlavi, la niña crece en un entorno muy politizado y militante. Sus padres se manifiestan en las calles contra la llegada al poder de los islamistas mientras Marjane, muy creyente, planea hacerse profeta y vuelve a colocarse el velo obligatorio en la escuela.
Son los ojos de esa niña, inocente y anonadada ante lo rápido que todo cambia a su alrededor, los que permiten a la autora poner rostro al precio de la libertad y a la diferencia entre integridad e integrismo en Persépolis. Como la Marjane Satrapi original, su alter ego sobre el papel experimenta durante cuatro años lo que significa vivir como laica bajo un régimen autoritario y teocrático hasta que sus padres la envían a estudiar a Viena.
Como la original, la Majane del cómic regresará a Irán en 1988, movida por la nostalgia y por una cierta fe recuperada, y encontrará un país en ruinas en plena guerra con Irak que la considera una occidental, a ella que siempre ha sido una iraní en Europa. En 1994, ambas se rendirán a la evidencia y se instalarán en Francia, donde la autora vive desde entonces.
Si el cómic generó conversación tras convertirse en un fenómeno editorial, lo que realmente lanzó el mensaje de Marjane Satrapi fue Persépolis, la película francesa que firmó junto a Vincent Paronnaud y que obtuvo una candidatura a la Palma de Oro y consiguió el Premio del jurado en el Festival de Cannes 2007. Su llegada a las salas de medio mundo cayó como una bomba en Irán, donde el régimen sólo permitió la emisión de una versión censurada de lo que consideraba "una imagen irreal de las consecuencias y los logros de la Revolución Islámica".
A finales de marzo de 2008 también se prohibió la emisión de Persépolis en Líbano durante unas semanas, antes de que la controversia que despertó la censura entre la población forzara a las autoridades a levantar el veto.
Decía la flamante
Princesa de Asturias de Humanidades que lo suyo no era un alegato político sino simplemente, arte. Y sin embargo, el mundo nunca lo vió así.
En un encuentro con la prensa hace unos meses,
Marjane Satrapi aseguraba que detesta el pasado, ni siquiera le gusta que le hagan fotos:
"Quiero un coche que no tenga marcha atrás. El objetivo es avanzar no volver sobre un tema que ya funciona. Me gusta ir sobre un tema que sea un desafío y que me haga sentir en peligro", aseguraba.
Su última obra,
Mujer, Vida, Libertad (Reservoir Books), cuenta a través de historias ilustradas de distintos artistas la revolución iniciada en Irán tras la muerte en 2022 de
Masha Amini, asesinada a golpes por la policía de la moral por no llevar el velo bien puesto. Parece que aquella mirada al pasado de
Persépolis tiene aún demasiado de presente.
EL MUNDO