Daron Acemoglu
Se avecinan tres cambios de época que están a punto de remodelar la economía de EE. UU. en los próximos años: el envejecimiento de la población, el auge de la inteligencia artificial y la reconfiguración de la economía mundial.
Esto no debería sorprender demasiado, ya que todo esto está evolucionando lentamente a la vista de todos. Lo que no se ha entendido del todo es cómo es probable que estos cambios combinados transformen la vida de los trabajadores de un modo que no se veía desde finales de la década de 1970, cuando la desigualdad salarial se disparó y los salarios más bajos se estancaron o incluso disminuyeron.
Juntos, si se gestionan correctamente, estos retos podrían rehacer el trabajo y ofrecer una productividad, unos salarios y unas oportunidades mucho mayores, algo que la revolución informática prometió y nunca cumplió. Si gestionamos mal el momento, podrían hacer que los empleos buenos y bien pagados escasearan y que la economía fuera menos dinámica. Nuestras decisiones en los próximos cinco a diez años determinarán el camino que tomemos.
Es poco probable que nuestro disfuncional sistema político, cada vez más cortoplacista en su visión del país, nos prepare para estos cambios. Ni la vicepresidenta Kamala Harris ni el expresidente Donald Trump se están centrando en ellos con seriedad en sus campañas electorales. Tampoco vemos planes integrales de ninguno de los dos partidos para realizar las inversiones necesarias para equipar a la mano de obra estadounidense para hacer frente a los retos que se avecinan.
La población activa de EE. UU. nunca ha envejecido así.
En 2000, había unos 27 estadounidenses mayores de 65 años por cada 100 estadounidenses en edad de trabajar (entre 20 y 49 años). En 2020, esta cifra había aumentado a 39. En 2040, habrá aumentado a 54. Dado que estos cambios se deben principalmente al descenso de la fecundidad, la población activa en el país también empezará pronto a crecer más lentamente. Si se reduce la inmigración en Estados Unidos, como parece probable gane quien gane las elecciones, esto solo contribuirá a agravar el problema del envejecimiento.
Muchos empleos en la economía, como la industria y la construcción, requieren fuerza física y resistencia, que empiezan a disminuir a medida que la persona envejece, incluso con las mejoras en salud que hemos visto. Los trabajadores suelen
alcanzar su máxima productividad a los 40 años. Los jóvenes también son
más emprendedores y están más dispuestos a asumir riesgos, algo que muchas economías, entre ellas la estadounidense, necesitan urgentemente.
En las tres últimas décadas, Japón, Alemania y Corea del Sur han envejecido casi el doble de rápido de lo que envejece ahora Estados Unidos, lo que significa que tenemos modelos que seguir. La buena noticia es que sus economías no han
crecido más despacio que las de otros países industrializados, y varios de sus sectores dependientes de la mano de obra, como el automovilístico, el de máquinas de herramientas y el químico, no se han resentido.
La razón es sencilla:
Introdujeron nueva maquinaria, incluidos robots industriales y otras tecnologías de automatización, para asumir las tareas que habrían realizado los empleados más jóvenes. Estos países también invirtieron en formar a los trabajadores para que pudieran asumir las nuevas tareas complementarias a la automatización. Los fabricantes de automóviles alemanes reubicaron a sus obreros en tareas más técnicas, como la reparación, el control de calidad y el manejo de máquinas digitales, al tiempo que instalaban robots. Como resultado, la productividad se ha disparado y los salarios
han seguido aumentando.
Hay un escenario en el que la escasez de mano de obra podría ser una bendición para la economía de Estados Unidos. Los salarios de los trabajadores con menor formación
se estancaron o incluso disminuyeron entre 1980 y mediados de la década de 2010. La escasez de mano de obra puede hacer subir los salarios, especialmente si se combina con las
inversiones adecuadas tanto en equipos como en personal.
Por desgracia, esto no es lo que está ocurriendo en Estados Unidos. La inversión en robots ha aumentado rápidamente, pero no ha ido acompañada de inversiones adecuadas en las personas. La mano de obra sigue sin estar preparada para asumir nuevas tareas, incluidos los trabajos técnicos y de precisión avanzada.
Fue la escasez de este tipo de cualificaciones lo que la Taiwan Semiconductor Manufacturing Factory citó como motivo de los retrasos en la apertura de su primera fábrica de chips con sede en EE. UU. Si Estados Unidos no encuentra la manera de combinar la nueva maquinaria con trabajadores mejor formados, más calificados y con mayor capacidad de adaptación, el país se arriesga a que la industria manufacturera, tradicional proveedora de empleos estables y bien remunerados, sufra más.
Existen oportunidades similares, que probablemente también se desaprovechen, en lo que respecta a la inteligencia artificial. Según sus aficionados más acérrimos, la inteligencia artificial es la madre de todas las disrupciones tecnológicas, el apogeo de la era digital. Sin embargo, cuando se eliminan los bombos y platillos que rodean a los algoritmos superinteligentes, el reto de la inteligencia artificial es muy similar al de la adaptación al envejecimiento.
La inteligencia artificial es una tecnología de la información. No te hará un pastel ni te cortará el césped. Tampoco se hará cargo de la gestión de las empresas ni de la investigación científica. Más bien, puede automatizar una serie de tareas cognitivas que suelen realizarse en oficinas o delante de un ordenador. También puede proporcionar mejor información a los responsables humanos de la toma de decisiones; quizá algún día, mucho mejor.
Necesitamos una amplia estrategia nacional para que la inteligencia artificial no solo automatice el trabajo y deje de lado a los trabajadores, sino que
cree nuevas tareas y competencias para ellos. No se trata solo de la desigualdad que podría crear la rápida automatización basada en la inteligencia artificial o del miedo de las élites tecnológicas a que el desempleo resultante termine por levantar revueltas. La
evidencia sugiere que las nuevas tecnologías aumentan la productividad de forma mucho más consistente cuando colaboran con los trabajadores, permitiéndoles realizar mejor su trabajo y
ampliarlo a tareas nuevas y más sofisticadas. El ingrediente secreto de las innovadoras fábricas de coches de Henry Ford no era simplemente un uso más generalizado de mejor maquinaria, sino también
toda una serie de tareas técnicas para las que se formaba a los trabajadores, como la reparación y el mantenimiento.
Hoy en día, la mayoría de nosotros estamos implicados en la resolución de problemas, ya sea un oficinista que toma decisiones sobre préstamos o contrataciones, un científico o periodista que intenta llegar al fondo de una cuestión o un electricista, carpintero o artesano que se enfrenta a averías y otros obstáculos del mundo real. La mayoría de nosotros podemos ser más productivos y ampliar nuestro campo de acción si disponemos de mejor información.
Sin embargo, aún más que con el envejecimiento, parece que vamos a gestionar mal esta ola. La industria está atrapada en una carrera centrada en la “inteligencia artificial general”, es decir, el sueño incipiente de producir máquinas que sean iguales a los humanos y puedan asumir todas las tareas que nosotros realizamos. Sigue preocupada por utilizar esta tecnología para generar ingresos publicitarios digitales o para la automatización.
Es poco probable que la verdadera promesa de la inteligencia artificial se haga realidad por sí sola. Requiere que los modelos de inteligencia artificial se vuelvan más especializados, mejor alimentados por datos de mayor calidad, más fiables y más alineados con los conocimientos existentes y las capacidades de procesamiento de información de los trabajadores. Nada de esto parece ser prioritario en
la agenda de las grandes tecnológicas
Una política obvia para afrontar tanto el envejecimiento como los retos de la inteligencia artificial es fomentar la formación de los trabajadores, por ejemplo, con créditos fiscales o subvenciones a la formación, para que puedan asumir nuevas tareas y empleos. El plan económico de Harris hace mucho más hincapié en esto que el de Trump. Se puede hacer mucho más.
No es solo que los trabajadores necesiten prepararse. También deben hacerlo nuestras capacidades tecnológicas. Aquí el gobierno federal puede desempeñar un papel importante, por ejemplo a través de una nueva agencia federal encargada de identificar y financiar los tipos de inteligencia artificial que pueden aumentar la productividad de los trabajadores y ayudarnos a hacer frente a la inminente escasez de mano de obra.
La globalización puede parecer harina de otro costal, pero existen importantes paralelismos. La era de la globalización rápida y sin trabas que siguió al colapso de la Unión Soviética ha terminado. Benefició a los consumidores occidentales y a las empresas multinacionales, quienes tuvieron acceso a mano de obra barata en el extranjero. A los trabajadores, no tanto.
Lo que sustituirá a la globalización no está tan claro. Podría ser un sistema fragmentado, en el que los países comercien con aliados y amigos, con flujos muy similares a los actuales (digamos, menos de China y más de Vietnam). Podría ser un sistema con aranceles elevados y mucho menos comercio. También podría ser una combinación de restricciones comerciales y políticas industriales, como la Ley de Reducción de la Inflación del gobierno de Joe Biden y la Ley de Chips y Ciencia, que están diseñadas para fomentar que más inversiones y fabricación, especialmente en electrónica avanzada, autos eléctricos y tecnologías renovables, se queden en Estados Unidos o se trasladen a este país.
Este cambio también es lento y tiene importantes implicaciones para los trabajadores. La promesa de nuevas capacidades de fabricación podría generar nuevas oportunidades de empleo y, posiblemente, salarios más altos. Por otra parte, las nuevas competencias manufactureras no pueden construirse de la noche a la mañana, y la escasez de calificaciones puede ahogar la renovación industrial. Por desgracia, una vez más, Estados Unidos y especialmente su mano de obra no están preparados.
La buena noticia es que tenemos tiempo, y si aprovechamos las oportunidades que nos brindan el envejecimiento, la inteligencia artificial y la nueva globalización, todos ellos pueden servir para mejorarse mutuamente. Las competencias que los empresarios y las escuelas necesitan para abordar cada uno de estos enormes cambios son similares. Además, la inteligencia artificial adecuada puede ayudarnos a superar los retos que plantean el envejecimiento y la nueva globalización.
La mala noticia es que estas cuestiones no están recibiendo la atención que merecen, a pesar de que son mucho más importantes para nuestro futuro que los debates sobre los precios abusivos, los impuestos sobre las propinas o si la inflación es un punto más alta o un punto más baja. A menos que nos centremos en ellos y actuemos con decisión, no solo se gestionarán mal, sino que pueden augurar un futuro laboral más funesto.
Daron Acemoglu es profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts, coautor de Por qué fracasan los países: Los orígenes del poder la prosperidad y la pobreza y galardonado con el Premio Nobel de Economía 2024, que comparte con otros dos investigadores académicos, Simon Johnson y James Robinson.The New York Times