Manuel Salvador Ramos
“Campesino que estás en la tierra,
marinero que estás en el mar,
miliciano que vas a la guerra
con un canto infinito de paz,
nuestro mundo de azules boinas
os invita su voz a escuchar:
empujad hacia el alma la vida
en mensaje de marcha triunfal.”
Himno de la Universidad Central de Venezuela
LA LUCHA COMO RAZÓN EXISTENCIAL
Siempre que podemos hacerlo insistimos en un aserto con relación al devenir histórico. El acontecer es sucesivo y progresivo, por lo que es imposible dejar de conjugar realidades del presente con el pasado y así como percibimos que todas las tipologías y conductas encuentran congruencias y hasta similitudes asombrosas, siendo por ello extraño observar como analistas y ensayistas avezados juzgan determinados acontecimientos sin ponderar los hechos raizales.
Lo expuesto viene al caso en como algunos columnistas han fijado la atención en el recuerdo de una gesta sin duda significativa en la historia contemporánea del país, concretamente la huelga estudiantil del 21 de noviembre de 1957.
No hay duda alguna en cuanto al valor cualitativo de ese episodio, pero vale preguntarnos si ese suceso se manifestó como un hecho único de impacto, y es allí donde precisamente entran a valer las ideas planteadas ut supra, ya que un análisis exhaustivo de las protestas estudiantiles desde el momento mismo de ocurrir el golpe militar que derribó a Rómulo Gallegos el 24 de noviembre de 1948, nos da como conclusión que la combatividad juvenil se hizo presente desde el momento mismo de la usurpación militar. Ello es plenamente evidenciable cuando accedemos a fuentes informativas que con genuino interés analítico han enfocado la secuencia de hechos anteriores, sobre todo el referido a los sucesos que ocurrieron en el período que va desde el 24 de noviembre de1948 hasta el primer trimestre de 1952.
UN COMBATE CASI DESCONOCIDO
En 1951 confluyen dos vertientes de lucha contra la dictadura instalada desde 1948. La primera de ellas se manifestó en lo referente al plano académico, porque se refería a rechazar la intromisión del régimen en la vida universitaria al haber derogado el Estatuto Orgánico de 1946. Ese conjunto de acontecimientos fue, por decirlo así, el vehículo para el enfrentamiento entre la sociedad venezolana, con la vanguardia universitaria a la cabeza, contra el régimen dictatorial. La segunda concierne al cauce político propiamente dicho, cuando la generación del 36 se expresa protagónicamente, en lucha abierta y decidida, frente a un régimen que representaba no solo la opresión sino el escarnio a la sociedad burlada por el golpe de Estado contra un gobierno indiscutiblemente legítimo.
Para ceñirnos a la visión objetiva de ese panorama es necesario precisar porque destacamos el papel de los contingentes universitarios en términos fundamentales. El obvio atraso comunicacional y la realidad socioeconómica del país conspiraba contra cualquier propósito de concientización ciudadana. Este complejo plano de la vida social es aún el dia de hoy, a casi tres cuartos de siglo de distancia, un nudo gordiano de nuestro subdesarrollo, por lo que no es difícil entender como en aquellos remotos años las élites intelectualizadas eran las únicas con cualidad y fuerza para conformar estructuras de lucha ciudadana. Así pues, eran las universidades, y principalmente la Universidad Central de Venezuela, donde el ámbito del combate tenía resonar constante, aunque en honor a la verdad histórica es obligante mencionar que a partir del 24/11/1948 tres liceos fueron también focos frecuentes en el combate estudiantil contra la dictadura: el “Andrés Bello” y el “Fermín Toro” en Caracas, y el “Lisandro Alvarado” en Barquisimeto.
Debe asimismo tomarse en cuenta el ambiente político que reinó en el país a partir de la asunción de la Junta Militar al asumir el poder en 1948. El partido gobernante, Acción Democrática, fue ilegalizado y sus principales dirigentes fueron encarcelados y/o exilados, por lo que era claro entender como los jóvenes militantes de esa organización fueron soldados de vanguardia. No se ilegalizó al Partido Comunista de Venezuela, P.C.V., pero sus cuadros políticos asumieron junto a los jóvenes adecos el peso fundamental de la lucha y mantuvieron vivos importantes bastiones de lucha obrera, siendo evidencia de su trabajo en ese sector la huelga petrolera ocurrida en mayo de 1950 Los jóvenes socialcristianos mantuvieron en principio una posición ambigua, condicionada sin duda por los acres enfrentamientos que el partido COPEI había mantenido con Acción Democrática durante el trienio 45-48, aunque es importante dejar claro como en transcurso de los años1950 y 1951, a medida que la lucha fue adquiriendo niveles de mayor intensidad, y gracias a la activa presencia de tres jóvenes democratacristianos bien diferenciados de la matriz conservadora (Luis Herrera Campins, Rodolfo José Cárdenas y José Luis Zapata Escalona), se arribó a octubre de 1951 en perfecta consonancia unitaria.
El lapso que transcurre entre noviembre de 1948 y octubre de 1951, hito que como dijimos queremos reivindicar como punto nodal que habrá de desembocar en los sucesos ulteriores, está lleno de acontecimientos que profundizan la lucha política. Apenas instalada la Junta Militar presidida por Carlos Delgado Chalbaud, con Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez como miembros, comienzan a manifestarse diferencias de estilo y de actitud. Los dos miembros, con arraigado militarismo y provenientes ambos de la Academia Militar de Chorrillos (Perú), chocan sutilmente con quien no era originariamente formado con mentalidad castrense y que había alimentado su perfil intelectual escenarios del pensamiento europeo. Por otro lado, las intrigas del secretario de la Junta, Miguel Moreno, participe de una peña política llamada Grupo Uribante, le “colocan condimento” al quehacer del ente gubernativo y en medio de ese ambiente, el 13 de noviembre de 1950, el presidente de la Junta Militar es secuestrado y luego muerto por un disparo accidental del Rafael Simón Urbina, cabecilla del grupo. El sentido de ese trágico episodio lo enfoca la parte final de un artículo de Manuel Felipe Sierra: “En “Sumario” (novela de Federico Vegas) están los hechos, el examen de numerosas declaraciones, el ambiente de la Caracas de la época y los testimonios de protagonistas y testigos. Gracias a ello Urbina sale de la crónica roja y asoma ángulos humanos y Delgado es expuesto en los avatares de su conflictiva existencia; el primero hijo de la violencia y el segundo castigado por el azar en una nación todavía atrapada entre civilización y barbarie. ¿Quién mató a Delgado Chalbaud?. A los 74 años todavía no hay respuesta. Sin embargo, como dice Vegas, “hay verdades que no necesitan se comprobadas”.
Ahora bien, necesario es insistir que además de tales acontecimientos de relieve, el clima político se mantenía en un grado de crispación considerable. Las cárceles estaban abarrotadas no solo de dirigentes sino de activistas adecos y comunistas; la prensa sufría la agresión y la censura del régimen, y ejemplo de ello fue la suspensión por una semana del diario El Nacional como consecuencia de una alusión burlona a la Junta Militar (“los tres cochinitos”). Asimismo, la ferocidad represiva determinó pronunciamientos muy enérgicos por parte de personajes de genuina valía intelectual y ética.
Reseñar tal panorama en forma retrospectiva sería toda una aventura escritural y obviamente ello escapa a la intención de estas cuartillas, pero si es importante precisar que en el entorno de aquel entonces emerge una decisión particularmente infame de la dictadura. Nos referimos a que la ferocidad y la vesania de los seres que en menguadas horas de una nación son elevados al ejercicio del Poder, tiene características que se repiten en sus dimensiones de criminalidad. Vemos entonces como en aquel aquelarre de represión despiadada, el alto gobierno decide reabrir las instalaciones de Guasina, un islote infecto en el Delta del Orinoco, para enviar allí a quienes tachaba de “terroristas”, usando igualmente para ese fin el remoto penal de El Dorado, centro penitenciario que estaba ubicado al sur del Estado Bolívar y se reservaba solo para recluir a delincuentes de alta peligrosidad.
LA BATALLA DE SAN FRANCISCO
La noble edificación que hoy aún se yergue entre las esquinas de Bolsa a San Francisco, aledaña a la iglesia consagrada a la devoción del santo homónimo, era el principal cuartel de los jóvenes luchadores. Cotidianamente, era ágora de discusiones, ámbito de asambleas y también espacio de enfrentamientos y ya a mediados del año 1951 el movimiento estudiantil se había nucleado al integrarse coordinadamente con los referentes de la Universidad Los Andes (ULA) y Universidad del Zulia (LUZ). Se produce un hecho circunstancial como es la publicación en el diario La Esfera de un documento firmado por el Dr. José Izquierdo, haciendo críticas profundas a la universidad como ente y ello acarrea una amplia discusión, ya que todo parecía indicar que los particulares planteamientos del peculiar personaje serían usados como punta de lanza contra la institución y contra el movimiento estudiantil. El pliego del Dr. Izquierdo fue debidamente respondido por las autoridades universitarias y por la Federación de Centros Universitarios encabezada por Eduardo González Reyes. Paralelamente, Manuel Alfredo Rodríguez y Carlos Emilio Muñoz Oraá (AD), junto con Héctor Mújica y Lepoldo Figarella (JC) y ya con la participación socialcristiana de los dirigentes arriba mencionados, intensificaban las protestas tanto en la sede universitaria como en los exteriores del centro citadino.
En medio del encrespado clima, concretamente el 06 de octubre, el gobierno decidió forzar la renuncia de las autoridades universitarias y para sustituirlas designó a Eloy Dávila Celis y Luis Eduardo Arocha como rector y vicerector respectivamente. Tal decisión fue el punto de quiebre y ya el día siguiente, en hoja clandestina, la FCU hizo circular un amplio documento que indiscutiblemente hacia trascender los hechos a un nivel de definitivo enfrentamiento. Simultáneamente, el gobierno por boca del Ministro de Relaciones Interiores, Luis Felipe Llovera Páez, por cierto gran aficionado a las peleas de gallos, anuncia que el gobierno ha debelado un amplio plan terrorista, incluyendo un atentado contra la vida de los miembros de la Junta Militar, el cual habría de llevarse a cabo en medio de las festividades del Día de la Raza. El 18 de octubre la dictadura designó el llamado Consejo de Reforma, consumando así la intervención total de la universidad, ya que de acuerdo al írrito estatus normativo, el Ministerio de Educación tenía la potestad de nombrar arbitrariamente no solo las máximas autoridades de la institución sino todos los niveles de cogobierno.
La conflictividad fue escalando durante los meses de noviembre y diciembre en medio de alegatos, discusiones y, por supuesto, protestas, pero fue en enero de 1952 cuando el estallido adquirió dimensiones definitivas. La construcción de la Ciudad Universitaria en lo que había sido la Hacienda Ibarra del Sector Valle Abajo, estaba bastante adelantada (su construcción había sido iniciada durante el gobierno de Isaias Medina Angarita) y el gobierno militar, con evidentes intenciones aviesas, decidió la mudanza de las facultades de Derecho, Filosofía y Letras, la Escuela de Periodismo y la Organización de Bienestar Estudiantil (OBE). Ello fue visto por el estudiantado como una suerte de exilio que ubicaba la dinámica de las protestas en medio de un sector alejado del centro urbano, lo cual claramente respondía a una táctica orientada a aislar las mismas de la presencia ciudadana. La respuesta estudiantil, justificadamente violenta, no se hizo esperar y el Consejo de Reforma decidió sancionar a ciento treinta y siete (137) estudiantes, expulsándolos de la UCV por lapsos que iban de uno a tres años. La lista de estas la encabezaba Eduardo González Reyes, Presidente de la F.C.U., quien también fue el primer universitario en ser remitido a Guasina.
Pero la brutal medida represiva lejos de aplacar los ánimos o enterrar el calor de la protesta, encendió mas vivamente la rebeldía. Cuenta cierta anécdota referida por Manuel Caballero, activo personaje en las vanguardias de lucha y quien en ese entonces militaba en AD, que él y otros estudiantes residían en una pensión ubicada entre las esquinas de Abanico y Pelota, y hasta allí llegó un joven comunista procedente de Barinas llamado Eleazar Díaz Rangel quién se dedicó a motivar y potenciar la combatividad de quienes allí vivían. Nos dice la narrativa del gran historiador, que fue en ese lugar se fraguó toda la agresiva respuesta que dieron los ucevistas al exabrupto de la mudanza. Los Comandos Unitarios Estudiantiles, bajo la dirección de un Comité de Huelga compuesto por Manuel Alfredo Rodríguez (AD), Héctor Rodríguez Bauza (JC), Luis Herrera Campins (COPEI) José Vicente Rangel (URD), preparó la toma de la Casona de San Francisco para la primera semana del mes de febrero y de esa forma, el jueves 07, los estudiantes en tumulto entraron al antiguo convento, colocaron crespones negros en los balcones e hicieron sonar las campanas. Afuera, los piquetes policiales esperaron la salida de los estudiantes para agredirlos salvajemente, pero los universitarios sabían que esa sería la respuesta de los esbirros y ya habían coordinado con los piquetes preparados en la ciudad universitaria para que activamente paralizasen el funcionamiento en esas nuevas instalaciones.
Con posterioridad a esta coyuntura se exploran posibilidades de avenimiento entre las partes en conflicto, pero para el régimen ello no es posible aunque falsamente busque aparecer con intenciones dialogantes. Las peticiones formuladas no exigían sino reivindicaciones universitarias, pero el significado de ellas se inscribía dentro de un contexto político de democratización que era inaceptable para el gobierno militar. Por ejemplo, “eliminar el Consejo de Reforma”, ponía en entredicho un acto de autoridad, y “dar paso al cogobierno” significaba insuflar los méritos políticos del sector estudiantil en un momento critico para el sector oficial, ya que podría estar engendrando un adversario harto peligroso con miras al próximo evento electoral en el cual se elegiría la Asamblea Constituyente en noviembre de ese año 1952.
A todo evento, la intensidad y fuerza de los sucesos enmarcados en aquel ya lejano lapso cronológico, dejó huellas significativas en el derrotero posterior de lucha contra la Junta Militar en términos inmediatos y contra el perezjimenismo gobernante desde 1953.
REFERENCIAS “IDA Y VUELTA A LA UTOPÍA”
Héctor Rodríguez Bauza
“DIARIO OCULTO DE UNA DICTADURA”
Guillermo García Ponce y Francisco Camacho Barrios.
“MANUEL CABALLERO, MILITANTE DE LA DISIDENCIA”
Tesis de Grado de Vanessa Peña. UCAB
“ENTREVISTA A MANUEL CABALLERO”
Israel Centeno.
médium.com