En la puerta de “La Suisse” Deloffre parece inquieto; Mediasuela el portero, hace flexiones a pocos metros ; Bisoña deja los pulmones en los sostenidos de la trompeta; y desde el fondo de la sala se deslizan sones, boleros, tangos y de vez en cuando un pasodoble. A los minutos enfrente se estaciona un auto packar negro. Deloffre se apresura, abre la puerta y tiende la mano al invitado, un hombre de regular estatura, piel mestiza, con una ancha sonrisa empotrada a la cara, y vestido con un traje de casimir marrón de leves rayas blancas, corbata de seda y un sombrero en la mano. El invitado entra y saluda con un gesto afirmativo de la cabeza y en una larga mesa adornada con flores y candelabros es recibido con saludos y abrazos. En el escenario Graciela canta “Vereda Tropical”. Hay aplausos, se baila, el bullicio cubre el ambiente con decenas de copas de champaña en alto. Al rato, con discreción el invitado se levanta y se dirige a una mesa cercana, saluda cortésmente y tiende la mano a una joven de ojos negros, cabellera atractiva y que sonríe con cierta timidez. El invitado y la joven caminan hacia la pista y en el bandoneón estalla “la cumparsita”. El invitado da pasos seguros, hace giros bruscos, se mueve con serena soltura, deja a la pareja y ahora parece un enfurecido acróbata, mientras la joven se acopla al ritmo y los movimientos. El ruido aturde la sala con aplausos y más música, mientras Deloffre en el bar observa sonriente y jubiloso.

Leopoldo, un sanjuanero que cuenta con gracia la chismografía de la ciudad, ahora se quita el sombrero, sonríe y comenta: “te lo aseguro hermano, Gardel bailó su último tango en Caracas”.