Por Rafael Simón Jiménez
Manuel Antonio Matos, precursor de los negocios bancarios en la Venezuela de las últimas décadas del siglo XIX, será a su vez un improvisado jefe militar que pese a carecer de toda experiencia bélica, será protagonista de primer orden en la más grande y paradójicamente la última gran contienda civil, de las que consumieron a Venezuela desde los tiempos de su Independencia. Con toda razón el circunstancial jefe militar, en dedicatoria que de sus memorias hace a sus hijos, mencionara: "Mi paso por la vida no carece de originalidad".
La holgada posición económica de la familia, permite al joven Matos recibir una educación exquisita, en distinguidos colegios y en centros de formación en Nueva York, y más tarde en distintas ciudades europeas donde se forma e incursiona en el mundo del comercio y las finanzas. En 1868 regresa a Venezuela, donde comienza a ser gestor de distintas empresas exitosas y va adquiriendo notoriedad económica, que precederá a sus influencias políticas. Matos se encuentra entre los promotores de Banco Caracas, primera entidad que con la denominación de tal funcionara en la capital de la República, y su acercamiento al poder se producirá de la mano de su concuñado el poderoso general Antonio Guzmán Blanco, que incluso por una campaña militar irrelevante se atreve a concederle el título de General de Brigada, que años más tarde reivindicará al ponerse al frente de la revolución libertadora.
De la mano de su muy influyente pariente político, los negocios y las influencias de poder convertirán a Matos en un personaje de vital importancia para los gobiernos del denominado "Liberalismo Amarillo", incluso cuando Guzmán en 1887 decide marcharse definitivamente de Venezuela, Manuel Antonio Matos seguirá siendo un hombre influyente en lo económico y lo político, pues sus bancos El Caracas y el Venezuela, servirán de auxilio permanente para las siempre precarias finanzas públicas venezolanas. Incluso cuando Raimundo Andueza Palacio, Joaquín Crespo e Ignacio Andrade vienen a cubrir la última etapa del decadente Liberalismo Amarillo, el poderoso banquero casi es obligado a aceptar la cartera de Hacienda, confiando en que sus dotes financieros pudieran salvar del naufragio los colapsados ingresos públicos.
El fraude electoral de 1897, que frustra las aspiraciones del general José Manuel Hernández, el popular "Mocho", y la muerte de su propulsor el último gran caudillo Joaquín Crespo, desatará una crisis política y de gobierno por la incapacidad del presidente Andrade para meter en redil a las ambiciones militares que se mueven en su entorno; será la oportunidad que desde hace 7 años estaba esperando Cipriano Castro, para venir desde las vecindades del Táchira con Colombia, avanzando hacia el centro con más derrotas que victorias a cuestas, aprovechando siempre las rivalidades y traiciones del círculo que rodea al atribulado mandatario, hasta llegar a Valencia luego del discutido triunfo en la batalla de Tocuyito, donde convalece por la fractura de una pierna, mientras entre la capital carabobeña y Caracas el ejército gubernamental aún cuenta con un ejército que lo multiplica en hombres y elementos de guerra.
Consciente de su comprometida situación y viendo las intrigas y conspiraciones que se mueven a su alrededor, el presidente Ignacio Andrade decide parlamentar con el general andino sobre fórmulas de conciliación que permitieran devolver la paz a la República y nombra una comisión que encabeza Manuel Antonio Matos, y que viaja a Valencia a buscar fórmulas de advenimiento que son repudiadas por el jefe andino que a pesar de su inferioridad militar lanza una contundente respuesta a las propuestas del Presidente: "Dígale a Andrade que se rindan a discreción". Mientras el banquero se afana en su condición de negociador, el 19 de octubre de 1899 el general Ignacio Andrade, abrumado por las volteretas y traiciones de sus colaboradores, decide marcharse en secreto al exterior despejando la ruta para el triunfo definitivo del ejército andino, y dejando a Matos frustrado en sus gestiones conciliadoras. Matos, cuyos poderosos intereses lo obligaban a buscar inserción dentro de la nueva situación, acompaña a Cipriano Castro en su entrada triunfal a Caracas, pero con el conocimiento que había tenido durante las negociaciones con el nuevo dueño del poder, al llegar a su casa le dice alarmado a su mujer: "... María, estamos en manos de un loco".
Pronto, Matos probará en carne propia lo acertado de su diagnóstico sobre Castro, cuando esté escaso de fondos, pretenda una y otra vez financiamiento de los banqueros, y ante la negativa de estos y bajo la amenaza de "abrirle las bóvedas a mandarriasos", los mete presos y con Matos a la cabeza los hace desfilar encadenados y sometidos al escarnio público por las calles de Caracas, el asunto se solventa con nuevos suministros de fondo, pero el agravio servirá de motivación para que el banquero apelando al viejo e improvisado título de general, salga al exterior a preparar la más grande contienda civil que hubiere conocido Venezuela, que con abundante avituallamiento externo, producto de generosas donaciones de firmas internacionales como el Cable Francés, El ferrocarril Alemán, y la New York & Bermúdez company, afectadas por el gobierno de Cipriano Castro que por dos años logra el control de buena parte del país, reuniendo los remanentes del caudillaje histórico y saldándose con una derrota militar en la Batalla de la Victoria para los revolucionarios.
Matos vivirá muchos años, será canciller de Juan Vicente Gómez, cuando este reniegue contra su belicoso compadre, y luego se dedicará al fomento de sus negocios financieros, muriendo en París en 1929. En su vida que como él mismo la definiera "no había carecido de originalidad", debe haber sido recurrente el recuerdo del día en que acompañando a Cipriano Castro en su entrada triunfal a Caracas, le dijo a su mujer "María, estamos en manos de un loco".