Por Rafael Simón Jiménez
Dictadores y dictadorzuelos, en todos los tiempos y de todos los pelajes, siempre han pretendido personificar a los intereses del país y la patria, tratando de establecer una identidad entre sus grotescas figuras y los símbolos de la nacionalidad y de sus próceres. En febrero de 1928, Venezuela cumplía dos décadas bajo la cruel y primitiva tiranía gomecista, que bajo el signo del terror había logrado en apariencia resignar al pueblo venezolano a su indefinida permanencia. Nada hacía prever que bajo aquella paz de los sepulcros estuviera gestándose el protagonismo de una nueva generación que, bajo la inspiración libertaria, desafiaría con su rebeldía la longeva dictadura. En el viejo Claustro de San Francisco, sede de la Universidad Central de Venezuela, los estudiantes de sus pocas facultades de entonces, tomaban la iniciativa de celebrar la semana de la Juventud, bajo la conducción de la recién reorganizada Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV) Presidida por el bachiller Raúl Leoni, nada permitía prever que aquellas festividades en apariencia inofensivas, serían la expresión pública de una protesta contra la tiranía, que acostumbrada al miedo y la pasividad fue agarrada desprevenida.
Las actividades se iniciaron con la elección de la reina de los estudiantes Beatriz I, en cuyo honor se realizarían las festividades, más tarde vendrían ya con toda nitidez las verdaderas intenciones de los estudiantes, las intervenciones de Jóvito Villalba en el Panteón Nacional, de Rómulo Betancourt en el teatro Rivoli, los poemas de Pío Tamayo, el desfilar con la boina vasca y tras el indescifrable grito de "¡Sacalapatalaja aja aja!". Y más tarde el derribo de la placa colocada en la universidad en agradecimiento a Juan Vicente Gómez, activó las alarmas del régimen, que procedió a responder con toda su acostumbrada brutalidad aquel gesto lleno de convicciones libertarias.
Famoso por su elocuencia, que ya debelaba el extraordinario orador que sería en el futuro, fue el discurso pronunciado por el Bachiller Jóvito Villalba Gutiérrez, ante el monumento donde reposan los restos del padre libertador en el Panteón Nacional, y donde en una oración memorable comenzaba por recordar "…Desde la Atalaya altísima de una tribuna, donde se forjo la redención, todavía no cumplida de un pueblo, José Martí dijo cierta vez, como trompetazo de orgullo vidente, que al libertador le faltaba mucho por hacer en América. Hoy, compañeros, en este día de la ofrenda, venimos ante el libertador porque ha llegado para él precisamente, inminentemente, la hora de volver a ser…"
Y dando rienda suelta a su discurso Villalba, invocando a Bolívar, Libertador, señaló: "¡Libertador!, ha llegado de nuevo la hora de que tu acción coincida para nosotros en ese momento de definirnos ante el destino y ante nosotros mismos" Y de seguidas y con énfasis dijo: "Habla ¡oh, padre! ante la Universidad donde se forjó la patria hace años pueda oírse otra vez tu voz rebelde de San Jacinto". La policía procede a detener a los oradores y a quienes aparecen como cabeza visible del desafío estudiantil, y a los que más tarde seguirán en un gesto de masiva solidaridad casi la totalidad de sus compañeros de estudio.
El gobernador de Caracas Rafael María Velasco, interroga personalmente al bachiller Villalba increpándolo: ¿Es verdad que usted dijo en el Panteón que la universidad es la patria? Y sin intimidarse el líder estudiantil le aclara: "Yo dije textualmente 'habla oh padre ante la universidad porque solo en la universidad donde se refugió la patria hace años puede oírse otra vez tu grito rebelde de San Jacinto'". Luego de la aclaratoria el esbirro sin inmutarse le dijo a Villalba: "Ah, bien, porque yo tenía preparado para replicarle que la Patria es el general Gómez".