Por Macky Arenas
Desde tiempos inmemoriales, esta orden está en Cuba. En 1961, cuando el ateísmo se trataba de imponer en el país, fueron expulsadas. No obstante, a pesar de los obvios riesgos y los miedos que el régimen logró infundir, a través de las crueles prisiones, lavados de cerebro y fusilamientos, ellas regresaron en 1987 y lograron permanecer hasta hoy en la isla gracias al amor, la entrega, el valor y la inteligencia de un grupo pionero de esas monjas. Ya llevan 34 años en Cuba. Tomaron la decisión de transformar la casa principal de la orden, del convento que era, en un hogar para ancianas. Modificaban de esa forma la espiritualidad propia de la orden hacia un aspecto más específico de entrega mediante el trabajo.
Su comunidad-taller está ubicada en el centro de la ciudad de Santa Clara, Provincia Villa Clara. Como ellas mismas lo explican, es una casa de referencia a disposición de la Iglesia, la Diócesis y las Congregaciones religiosas que vienen por algún motivo a la ciudad. A todos acogen, alegres y con los brazos abiertos. En el Taller “Madre Bonifacia”, dedicado a la confección y venta de imágenes religiosas y bisutería, “es un Nazaret que vivimos con mujeres de distintas edades, siendo un espacio de promoción y evangelización para todas”. Mantienen grupos de niños, de jóvenes, de adultos, que atienden para distintas actividades. Las Siervas de San José promueven la dignidad de las niñas y jóvenes. Sobre todo en ambientes obreros. Y realizan actividades educativas y sociales de integración. Esta congregación religiosa tiene una espiritualidad dirigida al mundo del trabajo y en condiciones normales se dedica a la formación espiritual y moral de las jóvenes que buscan trabajo en las grandes ciudades y de darles alojamiento, pues por lo general vienen de lejos.
Muchos laicos, que cultivan este carisma josefino, las apoyan en su trabajo por las mujeres pobres, en hogares para hijas de mujeres trabajadoras, haciendo pedagogía, en labores de pastoral y en una actividad emblemática, la atención a los ancianos desamparados. Las Siervas de San José fueron fundadas en enero de 1847 por la madre Bonifacia (Salamanca, España), a quien se canonizó en el año 2001. Hoy, están presentes en 15 países, incluyendo el Congo Y Vietnam.
¡NI CON EL PÉTALO DE UNA ROSA!
Sirven en pueblos, bateyes y ciudades de Villa Clara y Sancti Spíritus. La gente les tiene un profundo e inmenso agradecimiento por su generosa entrega y su encomiable labor. Aleteia logró saber, de un testigo de excepción residente en Venezuela que las conoce y valora, lo que el mismísimo dictador cubano Fidel Castro opinaba de ellas, de su trabajo y de su presencia en Cuba, lo mismo que opinaba de todos aquellos que se dedicaban a regentar asilos de ancianos. Lo resumió en una frase: “¡A esta gente, ni con el pétalo de una rosa”, se supo que dijo en una ocasión, en especial refiriéndose a las monjas de Santovenia, un muy conocido hogar de ancianos ubicado en la Calzada del Cerro en La Habana. Eran sus órdenes expresas. Tenía la mejor opinión del trabajo que realizaban los ancianatos y sé que explicó a su gente en el gobierno que la razón era simple: lo que hacían no lo haría ninguno de ellos. Eso me consta.
Multa a la abnegación
Razones reales y concretas tenían las Siervas de San José que las llevaron a pronunciarse a través de una carta pública, días atrás, contra una medida arbitraria que les sería aplicada. El caso es que fue noticia la carta abierta de la hermana Ana Elena Lima, Sierva de San José y directora de un hogar de ancianos de la iglesia católica en La Habana. El motivo de su escrito fue la imposición de una multa de dos mil pesos por no cumplir con las “medidas higiénicas” dentro de la institución. No era cierto y lo que en realidad se estaba multando era la abnegación de estas laboriosas mujeres. Tuvieron que pagar la multa, a pesar de desmentidos a través de las redes sociales que divulgaban lo contrario.
El asunto se difundió rápidamente a través de las redes sociales pues, al interior de Cuba, las plataformas digitales adquieren cada vez mayor versatilidad y se constituyen en foros públicos de debate y discusión.
Más voces de la Iglesia
“Dentro del debate sobre su denuncia – dice Julio Pernús, un laico activo en periodismo eclesial desde La Habana- hay un tema que no debemos perder de vista y es el saber que cuando una religiosa recurre a esta vía comunicativa pública, a través de su página personal en Facebook, intentando canalizar lo que considera una injusticia, nos da un nivel de alarma sobre el deterioro tan grande que sufren las instituciones oficiales, encargadas de responder a este tipo de demandas”. Y llama la atención sobre lo que ha sucedido con la carta de la religiosa Sierva de San José: “ Demuestra que se siguen sumando voces desde la Iglesia para aportar al necesario diálogo nacional que contribuya a democratizar las instituciones existentes”.
Algo se mueve en Cuba
Si bien es comprensible que viejos miedos puedan habitar en los espíritus y el ADN de muchos cubanos, también lo es la certeza de que algo se está moviendo en ese país que hoy, se expresa en el coraje de tantos que exponen su libertad y hasta sus vidas por hacer que las cosas cambien. La gente joven de hoy quiere horizontes y sabe que tiene derechos a ello, así que no está dispuesta a permanecer impávida viendo cómo le confiscan el futuro a una generación más. Las religiosas no son una excepción sino las animadoras de la participación y el compromiso. Ellas también protestan cuando se saben víctimas de injusticias, mucho más cuando estas afectan a quienes se benefician de su trabajo, los pobres, los necesitados, los desasistidos, aquellos a través de los cuales ven el rostro de Cristo.
“Una religiosa –confiesa Pernús- me preguntaba por interno ante esta situación, si no creía que las hermanas se arriesgaban a que cerraran su asilo por hacer público lo de la injusta multa de 2 mil pesos; al final me dijo: “eso es algo que pueden pagar y si les quitan el asilo los más perjudicados son los ancianos que allí residen”.
No es favor, es servicio
Una observación es pertinente: el servicio que estas religiosas prestan no es un favor que le permite realizar el estado. Más bien, su necesaria gestión es la que el estado debería agradecer y estimular, porque ellas brindan un servicio de calidad a toda la nación. Servicio que no es capaz de prestar el régimen. Eso lo sabía el astuto Castro y por ello reconocía el trabajo de la única manera que ellos atinan a hacerlo: no metiendose con ellas. ¿Qué pasó que ahora, sus herederos políticos en la seguidilla dictatorial se permiten actuar contra ese servicio? Torpeza, ignorancia, abuso de poder, mordida o simple canallada, sea como sea, esta vez, el reclamo de ellas no era por los 2 mil pesos, sino por la arbitrariedad de la multa.
Siendo verdad que tuvieron que pagar, lo significativo de la carta pública de la hermana Ana es que, según Pernús, “servirá de antecedente para no quedarnos callados ante la injusticia. Cada vez más la Iglesia en Cuba encuentra caminos disímiles para acompañar al pueblo”.
Aleteia